Pleno del Parlamento de Canarias | Debate sobre la inmigración irregular

Las (malas) costumbres de Vox

¿Qué demócrata decente no ha soñado con llamarle fascista a la cara a un fascista, sobre todo, en este país de todos los demonios?

El consejo de Agricultura, Navray Quintero, en su comparencia ayer sobre la PAC. | |

El consejo de Agricultura, Navray Quintero, en su comparencia ayer sobre la PAC. | | / ALEX ROSA

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

Después de la comparecencia de Narvay Quintero, encargado de Agricultura, Ganadería y Pesca y sin duda el consejero más popular entre la oposición –a quien no le gustan las papas arrugadas, una vieja jareada o un buen sancocho– llegó el turno, en la mañana de ayer, de las proposiciones no de ley. La proposiciones no de ley son una rama de la literatura fantástica que todo diputado practica con fruición. No cuestan casi ningún esfuerzo, proporcionan cierta visibilidad y como incluso en el caso de ser aprobadas no significan un compromiso del Gobierno, pues no le hacen mal a nadie.

A lo largo de su dilatada y absurda experiencia el cronista ha podido detectar en los tres grupos mayoritarios de la Cámara proposiciones no de ley garrapateadas por diputados distintos a los proponentes, por directores generales y secretarios generales técnicos del Gobierno de turno e incluso por los curritos de los gabinetes de prensa, que dios los bendiga a todos.

Gracias a este subgénero tan popular ayer el pueblo soberano – es decir, los diputados, varios funcionarios de la Cámara, el equipo de técnicos del sistema de televisión, un señor que dormitaba en la tribuna de invitados y el cronista – pudieron disfrutar del rifirrafe entre los diputados José Bermúdez y Patricia Hernández, alcalde y exalcaldesa respectivamente de Santa Cruz de Tenerife. Bermúdez presentó una proposición no de ley para apoyar la transformación del inmueble que acogió en su día el Balneario de Santa Cruz de Tenerife en el centro de salud del distrito de Anaga, aunque se entiende que pudiera ser destinado al mismo tiempo a otros usos sanitarios o sociosanitarios. El alcalde estaba satisfecho porque había conseguido que en las partidas de los presupuestos de Sanidad se incluyera una cantidad para redactar el proyecto técnico.

El Balneario de Santa Cruz se cerró muy a principio de los años noventa. Fue un recurso público que crearon y mantuvieron dos dictaduras: la de Primo de Rivera y la de Francisco Franco. Fue la primera piscina pública de la capital tinerfeña y un establecimiento singularmente popular durante medio siglo entre las clases medias y trabajadoras de Santa Cruz de Tenerife. Los ricos y las clases medias acomodadas tenían el Real Club Naútico. Al Balneario se lo cargó la estúpida o caótica expansión del puerto de Santa Cruz, que lo dejó sin salida al mar. El fastidio fue en parte neutralizado con la construcción de la playa de Las Teresitas a principios de los años setenta, que en los ochenta llegó a alcanzar la popularidad como espacio natural de ocio favorito de todo el municipio. Bermúdez no comentó nada de esto: se limitó a contar la importancia del Balneario como patrimonio arquitectónico y emocional de los chicharreros.

Quedaba, claro, la pregunta sobre cómo un espacio tan importante y emocional y tal lleva más de treinta años cayéndose a pedazos y por esa puerta entró a toda velocidad Patricia Hernández, que recordó los sucesivos anuncios de recuperación del destartalado Balneario, olvidando en parte que el inmueble solo ha sido transferido a la Comunidad autónoma en tiempos relativamente recientes y lo difícil que pone las cosa, invariablemente, la Autoridad Portuaria. A pesar de eso el alegato de Hernández – que es una oradora más eficaz cuando menos se engrifa, aunque crea lo contrario – tuvo su impacto.

Desde su escaño Bermúdez la contemplaba sonriendo porque al menos ya tenía en los presupuestos autonómicos, garantizadas, las perras para el proyecto técnico. Por lo demás el alcalde –como todos los diputados – sabía que la PNL sería aprobada por unanimidad, tal y como ocurrió. Desde la tribuna de invitados Carlos Tarife, el teniente de alcalde del ayuntamiento de Santa Cruz y verdadero visir de la ciudad, también aplaudió el triunfo de la proposición no de ley.

Llegó después el trance más divertido de la jornada, la proposición no de ley de Vox para «luchar contra la inmigración ilegal» defendida por Paula Jover: una selección rigurosa de todas las falsedades, simplonerías, crueldades y estupideces que pretenden argumentar una xenofobia cerril. Desde las «élites de Bruselas» que imponen políticas desnacionalizadoras y de apertura de fronteras”, la escalada de crímenes y delitos fruto de la llegada de inmigrantes, la tuberculosis (sic), la mutilación genital femenina (sic), los amotinamientos, la «triple violación de una anciana» en Santa Cruz de Tenerife (sic). Toda esta catástrofe ataca a nuestras costumbres según su señoría. Vaya usted a saber cuáles son las costumbres de la señora Jover. ¿Evita sistemáticamente el negro a la hora de vestirse? ¿Solo come judías blancas? ¿Colecciona biografías del doctor Mengele?

Las costumbres no tienen puñetero valor en sí mismas. Hay costumbres pésimas como, por ejemplo, la xenofobia, y ese repugnante intento de estimular el odio racial –que es odio cultural y también odio de clase– afirmando que los migrantes que llegan en pateras ocupan habitaciones en hoteles y balnearios mientras que los canarios no pueden acceder una vivienda.

Es la podrida mala entraña de una ultraderecha destructiva que compra votos con el miedo, los prejuicios, la ignorancia. Da igual que el portavoz de Vox sonría como un teleñeco constantemente o que Joven parezca una extra de La casa de la pradera. Su discurso incendiario es el mismo que en Madrid, Almería o Cáceres o Barcelona. Hablan en Canarias pero Canarias solo les suena de oídas. Si no entenderían que este país sería incomprensible en su identidad histórica y cultural sin haber sido origen y destino de un conjunto de migraciones desarrolladas durante medio milenio. Es la suya una ignorancia canallesca e infinita.

Sin embargo quizás haya demasiada energía en el rechazo a Vox. Por supuesto que las intervenciones de Patricia Hernández o Luis Campos o Jana González estaban plenamente justificadas. Pero con Vox las fuerzas democráticas representadas en el Parlamento de Canarias deberían no utilizar la tentación del saco de boxeo: saltar al ring para lucir músculo liberal y progresista. Con Vox lo mejor, con diferencia, es un lacónico desprecio, no servirles de caja de resonancia, aunque la tentación del heroísmo retórico queda caso irresistible. ¿Qué demócrata decente no ha soñado con llamarle fascista a la cara a un fascista, sobre todo, en este país de todos los demonios? Sin embargo es preferible ser más cortito y contundente: «He escuchado atentamente caer su vómito racista sobre la tribuna de oradores. Vamos a votarle no y a pedir una fregona».

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