Andrés Cabral Santiago - "abu loco" para sus nietas- es de esa clase de personas que transforman cualquier simple objeto en una obra de arte. "Me vale cualquier cosa para hacer un disfraz", anuncia antes de dar un sorbo al humeante café que su amiga Begoña Ojeda le acaba de servir, "anillas de latas de refresco, hojas de plantas, botellas de plástico, trozos de tela, corcho... cualquier cosa". Está sentado en la cocina de su casa de La Naval, uno de los lugares donde se siente más cómodo y donde cobran vida muchas de sus creaciones. Frente a él, en la mesa, tiene preparadas algunas fotografías que dejan ver que las suyas son las manos de un artista. "Esta es del primer concurso al que nos presentamos mi marido y yo y lo ganamos", cuenta mientras señala una instantánea en la que aparecen dos hombre pintados, uno de rojo y otro de azul, vestidos con un traje que parece de plástico negro. "Son radiografías y clips", explica entre risas ante la cara de asombro que tiene delante. "Y esto no es nada".

Mientras Begoña echa un vistazo a algunas de las imágenes y los recuerdos se le cuelan entre los dientes, el artista se pierde por las habitaciones. "¡Ay! Aquí están disfrazados de masáis. Hizo todos los collares bolita a bolita y salieron metidos en el papel, dando saltos como los de la tribu en la calle y todo el mundo tenía que ver con ellos", rememora divertida. Cabral aparece de nuevo por la puerta cargado con su última obra de arte, que deja las bocas abiertas por los detalles y por la elaboración. Se trata de un sombrero carnavalero para su nieta pequeña, con un castillo de tejado rosa hecho con hojas de helecho secas y torres de corcho, al que no le faltan compañeros como mariposas, setas, caracoles, mariquitas, un hada de palillos y plumas y pétalos de ambientador a modo de flora.

Segunda mano

Cabral es capaz de usar cualquier material y, como él mismo aclara, recoge todo aquello que le quieran dar. No obstante, tiene sus puntos preferidos de suministro. "A mí los chinos del barrio me ven entrar y se llevan las manos a la cabeza", comenta entre risas. En estos establecimientos encuentra, sobre todo, elementos decorativos. Pero su gran pasión son las tiendas de segunda mano. Allí es donde localiza las piezas que más tarde tomarán otro rumbo gracias a una capacidad innata para visualizar, diseñar, transformar y crear. "Ves este bolso tan divino con plumas, pues yo lo usaría como tocado", apunta mientras se lo coloca sobre la cabeza, la misma que se le "dispara" cada año cuando conoce la alegoría de las carnestolendas.

Con esas ideas que le fluyen 24 horas al día ha reconvertido un sencillo traje de lentejuelas en uno acorde a los años 20 gracias a un puñado de pendientes de flecos de colores "del chino", precisamente. "A veces hago encargos, pero ya tengo menos tiempo para dedicarme a ello". Por supuesto, también tiene preparada la indumentaria con la que él y su marido Tino Ramos disfrutarán de algunos días de estas fiestas. "Ahora salimos menos, pero antes era un no parar". Se le viene a la mente la vez que se tintó el cuerpo con "pintura caniplas para las paredes" porque aún no estaban de moda las especiales para la piel, o la ocasión en que su madre Benedicta tapó con sábanas blancas los muebles del salón para que no les manchasen nada a la vuelta de la jarana y se muere de risa. "Es que muchas veces, antes de entrar en casa, tiraba a la basura lo que llevaba puesto porque para qué iba a guardar algo destrozado". Total, al año siguiente se le ocurriría otra original indumentaria con la que no pasar desapercibido. Como aquel año que se pegó una cremallera en la cabeza y la rellenó de algodón y espaguetis cocidos y, al abrirla en determinado momento de la noche en la calle... ¡Sorpresa!