La maldición del deseo ajeno

La obra 'Mararía la de Femés' dirigida por Mario Vega y con texto de Yeray Rodríguez se estrenaba el pasado 29 de junio en el Teatro Pérez Galdós

El elenco del espectáculo está formado por Marta Viera, Mingo Ruano y LAJALADA

Martina Andrés

Martina Andrés

Esa mujer no tiene cura, tiene el diablo metido dentro, silba como un mirlo. Marcial se pliega sobre sí mismo en las tablas del Pérez Galdós: cuando se ríe como un loco, cuando llora encima de un ataúd pequeño la muerte de Jesusito, el hijo de María, cuando baila guiado por las manos y el movimiento de la actriz Marta Viera y le brillan los ojos por los efectos del alcohol. También se pliega su identidad: el que parece una víctima es en realidad un victimario, el reflejo de todo un pueblo, el de Femés, por cuyas grietas de tierra seca supuran los celos y la envidia. 

Marcial parece una marioneta boba pero en realidad no es más que un hombre cobarde que cree saber qué es lo mejor para la protagonista de esta historia. Y ella no es otra que María, Mararía la de Femés, que es una mujer y a la vez todas las mujeres, que es mujer y también isla, que lo único que quiere es escapar de una vez por todas de los gritos de odio, de los ladridos de perro, del lugar donde habita y que le consume su piel de volcán. Una mujer que quema como tierra hervida, en palabras de Marcial. Una mujer que, sintiéndose en una jaula, no deja de ver en los hombres la clave de su liberación, cuando el deseo que ellos sienten por ella es en realidad su cárcel, su cruz.

El estreno de Mararía la de Femés, ―obra con dirección de Mario Vega (Unahoramenos) y texto de Yeray Rodríguez―, el pasado 29 de junio, convirtió al público del Teatro Pérez Galdós en parte de este pueblo lanzaroteño que da parte de su nombre al espectáculo. Las entradas con butacas sin numerar ya daban una pista de que la escenografía sería algo fuera de lo habitual. Qué sorpresa cuando nos dimos cuenta de que seríamos parte de ella, de que nuestro sitio también estaba sobre las tablas.

Mientras LAJALADA llenaba el aire con sonido de conchas, los telones cayeron y quedamos sumidos en la oscuridad, una oscuridad que pronto alumbraron las actuaciones de Mingo Ruano y Marta Viera. Fueron sus manos las que, junto a las de Beatriz Rodríguez, dotaron de vida a Marcial y a su enorme cuerpo de hombre pequeño. Durante 70 minutos que parecieron diez, el desgarro de María en la voz de Marta Viera inundó el escenario y los corazones de los presentes: era imposible no dejarse atrapar por su llanto desesperado, por su risa seductora, por sus gritos que ansiaban libertad.

El bucio de LAJALADA anunció la llegada de un barco y de un marinero; sus tambores, la del árabe Farid. También llegó un médico a Femés, Fermín, otro hombre en el que, al igual que en los dos primeros, María ve una posible vía de escape que termina en dolor y decepción. No hay escapatoria posible a las envidias de los otros, no hay escapatoria posible al dolor en un pueblo como aquel lleno de cotillas y brutos.

Pasado y presente

Esta obra basada en la novela Mararía, de Rafael Arozarena, cumple 50 años de su publicación este 2023. Gracias a la revisitación que esta producción hace del clásico de la literatura canaria, el pasado de 1973 se traslada al presente y apela con su contemporaneidad las conciencias del público.

Desde el pequeño ataúd en el que María llora a su hijo Jesusito, que muere ahogado en la playa, hasta el discurso de Farid―quizá no sabiendo como nos llamamos nos extrañan menos cuando no estamos―, la denuncia está presente durante toda la representación. Mientras en la mencionada novela del escritor tinerfeño se despersonaliza a los personajes racializados, esta versión producida por el Teatro Pérez Galdós y Unahoramenos, apuesta por darles nombre propio, personalidad y un mayor peso dramático. Algo que no hacen la sociedad ni las instituciones, para los que las personas en movimiento que dejan sus países para buscar una vida mejor continúan siendo cifras que, o bien llegan a las Islas, o se ahogan en el mar.

Y luego está María, que es todas las marías, una mujer cuyo sufrimiento hace reflexionar sobre como las raíces podridas del patriarcado están asentadas en la genética histórica y social. Porque «el miedo y la envidia también se heredan», como dice María, a la que los hombres desean tanto que la acaban haciendo otra.

Cuando la obra termina, el pueblo de Femés ―el público― se pone en pie para aplaudir. Un abanico sobre la silla produce un cruce de miradas: «Que se te olvida, mi niña». Los ojos llorosos de una mujer del público enmarcados en surcos de arrugas te traen a Mararía a la cabeza, aunque Marta Viera ya no está sobre las tablas. El pasado y el presente. Las arrugas y la piel suave. Y el pensamiento es inevitable: ella también es María, todas las marías, con el diablo metido dentro y silbando como un mirlo.