Sobre la supuesta violencia que había entre los guanches

Los traumatismos en las calaveras de los antiguos canarios se deben a enfrentamientos individuales tenidos como «deporte»

Cráneos fracturados en el Museo Canario.

Cráneos fracturados en el Museo Canario. / LP/DLP

Maximiano Trapero

Es noticia que se está divulgando reiteradamente la de la investigación que varios equipos de especialistas están llevando a cabo sobre las momias y restos óseos de los antiguos canarios depositados en el Museo Canario a través de innovadoras técnicas y que están ofreciendo muy novedosas interpretaciones sobre los comportamientos de los aborígenes canarios y sobre las causas de sus fracturas, enfermedades o fallecimientos. Entre ellas, la gran cantidad de cráneos que tienen ciertos hundimientos en sus partes frontales y parietales que se atribuyen a impactos de objetos contundentes romos, como pueden ser los de piedras. Y que tales hechos deben estar vinculados a la violencia «sistémica» (así se expresa en sus interpretaciones) que hubo entre ellos. Incluso, que esa violencia debió alcanzar también a los adolescentes, pues muchos cráneos de gentes jóvenes muestran también esas evidencias de impactos por el consiguiente hundimiento de sus cráneos. Con el añadido importante de que en la mayoría de los casos esos individuos lograron sobrevivir. Naturalmente, esas conclusiones de los especialistas del Museo Canario son «una interpretación». No la de los traumatismos deprimidos, puesto que son evidentes, tampoco la de que esos individuos pudieran sobrevivir al impacto, pues razones científicas tienen en sus técnicas de investigación que lo pueden corroborar, pero sí la de que esos impactos se deben a un estado de sistemática violencia que pudo haber entre los distintos «clanes» o sectores poblacionales de las islas. Y apuntan en sus investigaciones a que esa violencia física, tanto entre los adultos como entre los adolescentes, pudiera estar vinculada a «procesos de jerarquización y de diferenciación social» o a las «recurrentes tensiones sociales» motivadas por la creciente dependencia de la agricultura, entre otras variables.

No vemos que se especifique en estas noticias divulgadas por el Museo Canario si se refieren solo a los aborígenes de Gran Canaria o del todo el archipiélago, pues los restos antropológicos almacenados en esta institución han sido rescatados de todas las islas, aunque muy mayoritariamente de Gran Canaria.

Otra interpretación mucho más verosímil, más simple y mucho mejor documentada es la que ofrecemos nosotros, y es la de que esos traumatismos que pueden observarse en las partes frente-parietales de muchas de las calaveras de los antiguos canarios (de todas las islas) nada o poco tienen que ver con actos de violencia grupal o de acciones bélicas, sino que simplemente se deben a enfrentamientos individuales tenidos como «deporte» (sí, como deporte) por las sociedades primitivas canarias, y que, andando el tiempo (siglos, culturas y lenguas mediante), se vincularán con la palabra guanche, que es la denominación común y «oficial» con la que se ha llegado a conocer a los aborígenes canarios, de todas las islas, sin distinción, como prueba de manera irrefutable la toponimia. Y tal es el sentido que tiene la palabra guanche en la concepción mayoritaria de los canarios actuales y la que ofrece el diccionario «oficial» de nuestra lengua para todos los hispanohablantes y para todos los hombres del mundo que consulten el diccionario de la Real Academia Española.

Todo ello lo hemos explicado con mucho detalle en nuestro libro Estudios sobre el guanche, la lengua de los primeros habitantes de las Islas Canarias (2011, especialmente en el apartado 10 del artículo «Origen, etimología y significado de la palabra guanche», págs. 176-184), que resumimos aquí, obviando las citas bibliográficas.

Es bien conocido por todos los estudiosos de las antigüedades canarias el tenor que de los aborígenes canarios asentaron los primeros cronistas e historiadores europeos (españoles, portugueses, italianos y franceses): que eran «membrudos, muy atrevidos, fuertes y de mucha inteligencia» (Niccoloso da Recco); que eran «·grandes corredores y saltadores, por estar acostumbrados a los despeñaderos de aquellas islas llenas de montañas» (Alvise de Cadamosto); que no tenían más armas que palos y piedras, pero que «manejan las piedras y las arrojan mucho mejor que un cristiano, y cuando las lanzan dan la impresión de que son tiros de ballesta» (Le Canarien); que eran tan diestros en este ejercicio «que rara vez yerran el golpe, al paso que evitan los de sus adversarios, por la flexibilidad de sus movimientos y por la contracción que saben imprimir a sus cuerpos» (Gomes de Azurara); etc. Un testimonio del veneciano Alvise de Cadamosto (de entre 1455 y 1457) es antológico a este respecto; dice:

«Yo he visto a un canario cristiano, en la Isla de Madeira, que apostaba a que, dando a tres hombres doce naranjas a cada uno y teniendo otras tantas él, a ocho o diez pasos de distancia, los alcanzaría a todos sin errar un solo tiro y sin que ninguna de las de aquellos le tocara a él, salvo para desviarlas con sus manos. Y no encontró con quién apostar, porque todos sabían que lo habría hecho incluso mejor de lo que decía. Por todo ello, deduzco que los hombres más diestros y ligeros del mundo son los de esta raza».

Lo mismo se repite en las crónicas castellanas de la conquista de Gran Canaria, como en el siguiente texto de Antonio Sedeño:

«Usaban assimesmo de las piedras tiradas a mano con tanta fuerça como de un trabuco. Teníanlas escojidas para la pelea mui lisas y amañadas, hacían notable daño con ellas porque las empleaban onde querían».

Este relato de Sedeño apunta un estado de cosas que confirmarán más tarde otros autores: primero, que los ejercicios de los canarios con las piedras no eran solo espontáneos y ocasionales, sino que tenían sus «acontecimientos», es decir, sus competiciones organizadas, y segundo, que sus piedras eran escogidas, «mui lisas y amañadas». Y este segundo aspecto merece una glosa, pues de este tipo de piedras, usadas como proyectiles, el Museo Canario de Las Palmas ofrece al visitante interesado un verdadero arsenal, lo mismo que una buena colección de cráneos que fueron blanco de ellas. Es decir, que aunque el lanzamiento de piedras fuera entre los guanches un ejercicio pacífico, el peligro real existía, y cuando una piedra encontraba su blanco podía dejar huella mortal. Tal fue el caso, por ejemplo, del canario valentísimo Bentahor, «al cual mató Adargoma de una pedrada que le dio en los pechos, en un desafío», según cuenta Abreu Galindo.

Que estas habilidades y prácticas de los canarios eran comunes a todas las islas lo confirman los textos de los «historiadores» primeros. Y así, dice Alonso de Espinosa de los de Tenerife:

«El ejercicio en que a sus hijos ocupaban, era en saltar, correr, tirar, y en ejercitarse para la guerra, que era muy usada entre ellos... Pues su ligereza era tanta, que a diez pasos esperaban que les tirase quien quisiese una piedra o lanza, y no había acertarles, porque hurtaban el cuerpo con mucha destreza».

Mas el relato sobre las habilidades de los canarios en saltar y lanzar y esquivar piedras llega a su máxima expresión en las «historias» del italiano Leonardo Torriani y del enigmático Abreu Galindo, porque en ellas se da cuenta detallada de una verdadera organización que tenían para practicar esos ejercicios. La enseñanza empezaba desde la infancia, a manos primero de los padres y con pelotas de barro, pasando después a las veras, con varas, dardos y piedras. Así relata Abreu el aprendizaje de los gomeros:

«Acostumbraban los naturales de esta isla, para hacer diestros y ligeros a sus hijos, ponerse los padres a una parte, y con unas pelotas de barro les tiraban, porque se guardasen; y, como iban creciendo, les tiraban piedras, y después varas botas y después con puntas; y así los hacían diestros en guardarse, hurtando el cuerpo. Y éranlo tanto, que en el aire tomaban las piedras y dardos y las flechas que les tiraban, con las manos».

Y Torriani repite lo mismo que Abreu, aunque en forma más resumida:

«Sus armas principales eran las piedras hechas por la naturaleza, que tiraban tan diestra y fuertemente que siempre acertaban al blanco a que dirigían sus golpes... En sus ejercicios, desde el principio acostumbraban a los hijos pequeños a hurtar el cuerpo a ciertas balas de tierra, y los adiestraban a que las evitasen con las manos, o con el cuerpo».

Y por si no fuera suficiente, hay en la Historia de Abreu Galindo un pasaje en donde con todo detalle se narra la práctica de las luchas que los aborígenes tenían entre sí, convertidas en verdaderos espectáculos «deportivos», con especificación de las reglas que las regían, con un público afín a cada uno de los luchadores, con las armas usadas en la competición y hasta con la presencia de un «árbitro» que decidía el final de la contienda:

«Tenían lugares públicos fuera de los pueblos, donde hacían sus desafíos, que era un compás cercado de pared de piedra, y hecha una plaza alta, donde pudiesen ser vistos. La orden que tenían, queriendo salir al desafío, era pedir licencia a los doce consejeros de la guerra, que llamaban gayres y había seis en Telde y otros seis en Gáldar (con cada guanarteme, seis); a este consejo llamaban Sabor. Los cuales la concedían con facilidad; y después iban al facag, la confirmase. Hecho esto, juntaba cada uno sus parientes y amigos, no porque los ayudasen, que todos estaban atentos, mirando con tan poca pena, como si vieran pelear animales, sino para que viesen el valor de sus personas y se holgasen de ver cuán bien lo hacían. Y las armas eran un palo cada uno, con su gazporra, y tres piedras lisas, redondas, y unas rajas de pedernal muy agudas. Y, puestos en el lugar, encima de dos piedras grandes llanas, que estaban a los cantos de la plaza, cada piedra de media vara de ancho, se subían sobre las piedras, y allí esperaban el tiro de las tres piedras, sin salir de ellas fuera; pero bien podían mandar el cuerpo y hurtarlo al golpe de las piedras. Y, acabadas las piedras, tomaban las rajas del pedernal en la mano izquierda, en la derecha el palo, y acercándose se daban con los palos hasta cansarse; y, sintiéndose cansados, se retiraban, y los parientes y amigos les daban alguna cosa a comer; y tornaban al combate con los palos y rajas. Se daban mil palos y navajas, con gran destreza, hasta que el capitán de los gayres los daba por buenos, diciendo: Gama, gama; que quiere decir: Basta, basta, o No más, no más. Y si acaso alguno de los que se combatían se le quebraba el palo, el contrario se estaba quedo y cesaba la pelea y combate, y no había más enemistad entre ellos, y quedaban dados por buenos, y a ninguno llamaban valiente».

La literatura histórica no nos ha transmitido el nombre con que los aborígenes denominaban a estas piedras, pero sí la lengua oral: «esferoides» los llama la literatura científica, pero bimbas, brimbas, tabimbas o tabonas se llaman en el lenguaje popular de algunas islas.

Tampoco se le ha dado en la literatura histórica un nombre específico al virtuosismo que tenían los canarios primitivos de esquivar las piedras con el movimiento lateral de sus cuerpos, y sin embargo hoy podemos dárselo con toda propiedad: guanche y guanchir (más otras variantes similares) se llamaba en el francés antiguo a estos movimientos. Y fueron los franceses de la primera expedición de conquista que hubo en las islas por parte de las huestes de Jean de Bethencourt y de Gadifer de la Salle quienes llamaron guanches a los aborígenes canarios al ver con cuánta habilidad practicaban tales ejercicios. De modo que la palabra guanche, de ser un apelativo en el francés medieval, se convirtió en Canarias en un gentilicio, o mejor, en un etnónimo, pues a una etnia de hombres «distintos» se les aplicó tal nombre por una de sus características más reseñables, como indios se llamó a los aborígenes de América por creer los españoles que habían llegado a Las Indias, moros a los norteafricanos de la provincia romana Mauritania o bereberes a los naturales del Norte de África (de la Berbería) que no eran en su color ni igual que los negros del Sur del Níger ni que los blancos de Europa y que hablaban una lengua ininteligible para griegos y romanos.

Bien hacen los investigadores del Museo Canario en analizar los cráneos con hundimientos cicatrizados producidos por el impacto de un objeto contundente y romo. Pero no son ellos los primeros en advertir la multitud de ejemplos que hay con esas fracturas en la gran colección de cráneos de nuestros antepasados guanches en los distintos museos de las islas.

Al leer yo la versión española del delicioso libro del viaje que la inglesa Olivia S. Stone realizó por las Islas Canarias a finales del siglo XIX, encontré en él una observación que me llamó mucho la atención. Dice la viajera inglesa que la invitaron a visitar en La Palma una colección de reliquias guanches, entre las que había algunos cráneos. «Tres de los cráneos -dice- tenían hendiduras en el lado derecho, sobre la frente, tan profundas que eran casi agujeros. Algunos cráneos -sigue la Stone- que vimos posteriormente en Santa Cruz de Tenerife y en Las Palmas de Gran Canaria, tenían marcas similares. Es curioso observar -concluye- que estaban todas en el mismo lugar, como si el arma con que lucharon o la piedra arrojada hubiera sido siempre la misma y manejada por los guerreros de la misma manera». Y curiosamente, por aquellos mismos días, aparecía en la prensa local de Las Palmas (La Provincia, 7 de febrero de 1999) la noticia de que en un Congreso de la Euroacademia de Neurotraumatología el director del Museo Arqueológico de Tenerife presentó una ponencia en la que, tras el estudio de 408 cráneos del citado museo, se concluía que un porcentaje muy alto de estos, un 7,4% (y en los procedentes del sur de Tenerife se llegaba hasta el 18%), presentaba efectos de impactos de piedras; que la edad de los sujetos varones de los cráneos afectados debía oscilar entre los 15 y los 34 años; y que lo sorprendente era que el 80% de ellos habían sobrevivido al impacto y a las lesiones. Y con una observación pertinente: todas las lesiones estaban localizadas en la parte frontal de la cabeza.

No negamos que pudo haber enfrentamientos colectivos, grupales y sectoriales, entre los aborígenes de algunas islas, disputándose entre ellos los pocos bienes de que disponían, especialmente el ganado de cabras y ovejas, y que de ellos resultaran algunos de los cráneos marcados con las huellas aquí tratadas, pero damos por seguro que la gran mayoría son producto de aquellas prácticas y desafíos tenidos «por deporte» entre los guanches. Aunque haya que decir que los cráneos dañados objeto de la investigación de los especialistas del Museo Canario son precisamente de individuos que no supieron hacer del todo bien su condición de guanches.