‘País adentro’: los sonidos de la memoria

El creador junto a Daniel Abreu del espectáculo ‘Canarii’ recorre el mapa de sus recuerdos para acercanos al pulso sonoro de la partitura

Marcial de León, ‘Lero’, en La Geria. | | LA PROVINCIA/DLP

Marcial de León, ‘Lero’, en La Geria. | | LA PROVINCIA/DLP / manolo gonzález

manolo gonzález

No recuerdo qué nos llevó hasta allí. Quizás la intención de visitar un alpendre, entonces ya abandonado, que Fermín tenía en una linde del barranco del Charquillo. Fermín Cárdenes, veterano miembro del Rancho de Ánimas y cantador de alante, emigrado a Cuba en su niñez y retornado a su Valleseco natal cuando el servicio militar, guardaba una antigua espada -un instrumento del Rancho- en un saco de guano. Le rogué que la tocara y lo grabé. El eco metálico del instrumento se expandió hacia el Cortijo de Calderetas siguiendo a la niebla, que abrazaba castañeros y pinos.

Hasta Las Rozas, La Gomera, pago de Vallehermoso que penetra en el Garajonay escalando la montaña, habían llegado las cenizas de aquel incendio que segó vidas. En los años ochenta la isla y aquel lugar eran aún de una inhóspita belleza. Luciano Conrado Cordobés se dedicaba a la agricultura en sus huertas y «acebuchaba» maderas para construir chácaras y tambores que vendía entre sus paisanos. Romanceaba de largo también, con un repertorio que iba desde Delgadina hasta El caballero burlado. Para asentar los aros de la madera a las pieles de los tambores usaba las dos piedras de un molino casero. Le rogué que desarmara la trama y que moliera. El sonido grabado, mientras una piedra se enredaba en la otra, fue trayendo años y siglos a aquel cuarto de aperos que hacía las veces de taller artesanal.

Ciro Castañeda es tocador de pito y tambor, según le dé. Ensolerado en la escuela de Goyo Chinea, es listo para los cambios a los que obliga la juyona cuando se toca en el camino, entre el polvo que levantan los bailarines. Ha sido la sombra de Marcelino Morales, el último de los grandes tocadores de una estirpe legendaria que tiene su asiento en el Pinar, isla de El Hierro. Un día de mañana en solajero grabamos por el camino del Canal, barrio de Las Lapas, La Frontera, rodeados de viñedos que esperaban al recogimiento de la tarde para fermentar en verdes azúcares. Sonó el tambor como de lejos, cuando anuncia que viene llegando la Virgen amada.

Una de las bailarinas de ‘Canarii. País adentro’. | | MARCOS CABRERA

Una de las bailarinas de ‘Canarii. País adentro’. | | / MARCOS CABRERA

Abuela María tenía dos cabras en un solar apedrado, una de ellas rusia. Cuando en el Puente de Arucas prendían la luz dormida despidiendo el sol de los días, cogía el balde presta a ordeñar las ubres rebosantes de leche de sus rumiantes, cómodas en aquel corral doméstico. Las manos apretaban la mama con la sapiencia de la costumbre y salía el líquido blanco chirriándole al metal del cacharro de ordeño. Esas mismas manos trabajaban la leche cruda prensando una y otra vez sobre la dentada quesera detrás del milagro del cuajado. Y cantaba: «Gerineldo, Gerineldo/ Gerineldillo pulido/ quien estuviera esta noche/ dos horas en el castillo…».

La cueva de los milagros

Quien no lo vio peinar el Aire, no entenderá. Como un pañuelo jugando con el viento, como una nube volandera que rompe el azul, como un sonido susurrante suspendido en una eternidad; así bailaba Marcial de León, «Lero». Un asunto primitivo, un aliento lisonjero, una forma de «mandar» que era una conquista, un cortejo de ave del paraíso, un ruido de color. En Marcial todo era natural, hasta verlo caminando por las calles de su lanzaroteño San Bartolomé: parecía una brújula andante, una compostura de hombre acicalado para ir a un entierro, una figura de rigor aristocrático y gesto amable. Ayudaba esa barba lustrosa y blanca que se había dejado cuando cayeron años a su vida. A mi ruego, en un año de los noventa del pasado siglo, saltó desde la tradición entre picones, en un borde de La Geria, y la grabación de aquel sonido - los pies apurando al rofe - fue la de un puñal que besaba la tierra.

Urbanización Las Lomas, en las afueras de Madrid. En el amplio salón de la casa, junto a un cuadro de Jose Luis Fajardo, hay un piano de cola; negro, como mandan los cánones. Entra un rayo de luz tenue, velazqueño, por las ventanas de la casa familiar de Eduardo Bautista, más conocido como Teddy. Afuera un lánguido jardín añora las risas de unos niños. Pero la cueva de los milagros se encuentra en una pieza adjunta a la habitación de recibir visitas: cables, ordenadores, libros y teclados pelean por el mimo de su dueño. Cuando entra en ese cuarto Teddy desconecta del mundo real, que ha sido excelso y castigador en sus ochenta soles, y se sumerge en sonidos que suenan orgánicos por mor de la técnica digital. En los parlantes se escuchan unas guturales voces mongolas de un archivo sonoro que le han enviado desde el Conservatorio de Shangay. Sorprende tal pasión en el umbral de una vida.

Años ochenta, cumbre de la Gran Canaria. Antonio el Pipana baja con sus mulos por las veredas de El Carrizal de Tejeda, renqueando detrás de sus bestias, tales son los años que arrastra en sus rodillas. Para a la orilla del camino al verme subir la cuesta. Le traigo tabaco de mascar que he comprado en uno de los quioscos de Santa Catalina. Cumplida la prometida entrega de las olorosas hebras, nos acercamos a su casa, donde hermosean una enredadera y su sombra. Se sienta en una piedra que hace de mentidero y junta papelillo y tabaco en el cuenco de una de sus manos; entonces aprieto el rec de la grabadora y el Pipana canta a Lima. Su canto resuena en el barranco como un trueno, como el registro de una herida que deja una cicatriz en el alma.

Daniel Abreu y Manolo González. | | MARCOS CABRERA

Daniel Abreu y Manolo González. | | MARCOS CABRERA / manolo gonzález

En Sofía, capital de Bulgaria, conviven anodinos edificios de la era soviética con acristalados hoteles que, en la tarde, acogen la visita de esbeltas mujeres balcánicas con cejas depiladas y cuerpos de ensueño. Es verano y asombra, en mitad de la floresta que asoma en cada rincón de la urbe, la salvaje presencia de pintadas callejeras en paredes y puertas. Vanya Moneva, prestigiosa Maestra de un prestigioso coro de voces búlgaras, hace esfuerzos por comunicarse con nosotros en su español cubanizado: en los setenta fue adolescente en la Perla del Caribe, siguiendo a su padre ingeniero. En el estudio de grabación, el mismo donde se han registrado algunos pasajes de El Señor de los anillos, levanta la mano con presteza para atacar la difícil partitura que sobre una melodía tradicional de Canarias ha compuesto Yónatan Sánchez emulando la escuela de canto popular búlgaro. Es un eco repetido del nai de Valentina.

Pago de la Florida, Tuineje, mediados de los noventa. Aquí nació Betancor, decimero y bohemio. Todo lo que era tierra de sembrar cereales, se ha convertido en un agreste paisaje de postal turística, con paredes de barro derruidas y abandonadas gavias siempre a la espera de lluvia. Anselmo Cabrera le grita al camello, con una cadencia repetitiva. Y el camello rumia, recula y termina agachando su testuz, reconociendo la voz del amo. Son órdenes que se convierte en sonidos. Anselmo bautizó a un hijo con el nombre de Marino, porque éste se atrevió a nacer en un barco de vuelta del antiguo Sáhara español. «De Tuineje a Berbería/, se va y se viene en un día», cuenta el refranero.

Por la ventana interior, la que da al patio de la dulcería Parrilla, se cuelan olores de almendra tostada y bizcocho amelazado. Tintinean armónicos brillantes, casi acuáticos, en un timple de barniz lustroso construido por un luthier italiano. Busca Hirahi Afonso una sucesión armónica en espiral, que de vueltas y vueltas. Todo es rápido, inmediato, en una secuencia que uno imagina, en este músico joven de madurez prematura y apabullante imaginación musical, llena de espasmos digitales que recorren su circuito de bits cerebrales. Lo acompaña Félix Morales, con aliento de sabio musicólogo trasmutado en intérprete iconoclasta, adornando secuencias de bajo con el guembri morisco. Todo eso y más aparece en los sonidos de mi memoria, país adentro.