CANARISMOS

¡Vete a coger cochinilla!

Luis Rivero

Luis Rivero

Viera y Clavijo en su Diccionario de Historia Natural de las Islas Canarias (obra póstuma de 1866) nos refiere que la cochinilla se cría en América en las hojas o pencas de tuneras (también conocida por higueras tunas, chumberas o nopaleras). Esta planta, al parecer, oriunda de México, fue introducida en el archipiélago donde encuentra un ecosistema propicio para su reproducción. La tunera, además de por su fruto: el tuno (higo chumbo o higo pico), es conocida por criar un parásito que llaman «cochinilla» o «grana», de cuya hembra se extrae un tinte característico que va desde el color carmín al rojo cochinilla o al violáceo que en el pasado (y todavía hoy) se empleaba en los procesos de elaboración industrial o artesanal como colorante natural en la cosmética, en bebidas, alimentos y tejidos.

La cría de la cochinilla en las tuneras fue una técnica que se intentó replicar en las islas ya desde 1827, aunque sin éxito, hasta unas décadas más tarde en que se obtuvieron resultados. El cultivo de tuneras con este propósito dio inicio a un boyante ciclo económico, pues el parásito de la nopalera se reproducía fácilmente y su cultivo no requería grandes inversiones, ya que esta planta medra en cualquier tipo de terreno: ya sean eriales o pedregales en llanos, laderas y barrancos. La explotación «cochinillera» supuso un ventajoso comercio por su bajo coste en relación al alto precio al que se pagaba el producto en los mercados europeos. La técnica tradicional de cultivo requiere «asemillar» o «ensemillar», un proceso consistente en fijar las «madres» (del insecto) a las «palas» o «pencas» de las tuneras para que desoven y así se reproduzcan de manera autónoma. Esta operación se efectúa metiendo la cochinilla en un «saquillo de gasa fina» llamado «chorizo» que se cuelga de las palas de la tunera. Otra fase era la recolección («coger la cochinilla») que era un trabajo delicado y paciente para el que se utilizaba una «cucharilla» o «cuchara» de metal que servía para raspar la superficie de la penca de la tunera y recoger así la cochinilla.

El «cultivo de la cochinilla» empleaba mucha mano de obra, tanto hombres como mujeres, y a estos jornaleros se les llamaba «cochinilleros».

La cochinilla, una vez recogida, se separaban las hembras vivas para la reproducción, se pesaba, se desecaba al sol en una especie de cernidera, y finalmente se enviaba al muelle y se embarcaban para Europa.

El valor alcanzado por este producto en los mercados europeos fue de tal magnitud que la cochinilla se convirtió en una suerte de «patrón monetario», llegándose a adoptar en ocasiones como «moneda corriente» en el comercio local. Lo que da una idea del potencial económico que supuso esta etapa de florecimiento para las Islas. Pero como «todo lo que sube, baja», con el precio de la cochinilla vino a suceder lo mismo y a este próspero negocio le llegó también su hora. La aparición en el mercado de los colorantes sintéticos (las anilinas), mucho más económicos, hizo caer la demanda del producto y, por ende, el precio, lo que provocó una grave crisis en la economía insular y supuso el abandono progresivo de gran parte de los cultivos hasta quedar reducidos a una producción marginal. En tiempos no muy lejanos, «los chiquillos (puretillas hoy) íbamos a coger cochinilla a los barrancos y laderas y a los bardos de tuneras de los cercados que después vendíamos a peso a un mediador cochinillero que la pagaba bien». Aunque en islas como Lanzarote la explotación de la cochinilla se ha mantenido localizada en algunos pueblos, el comercio de este tinte tiene hoy un mero carácter testimonial si lo comparamos con lo que fue en el pasado. En este contexto, «mandar a alguien a coger cochinillas» («¡vete a coger cochinilla!») se ha convertido en un modo de despedirlo con desaire, con aspereza o sin miramientos. Lo que se explica, probablemente, por considerarse hoy el «coger cochinillas» una rareza más propia de otros tiempos o de quien no tiene otro oficio y «se busca la vida» de este modo, «ganándose así unas perrillas». Se trata de una expresión afín a otras frases ingeniosas como: «¡Vete a freír bogas!» o «¡vete a freír chuchangas!» (la chuchanga se le dice en Canarias al caracol de tierra); «¡vete a tomar viento a la marea!» o «¡vete a cagar al barranco!» (frase escatológica con idéntico sentido a las anteriores). Pero no hay que confundir la expresión figurada («¡vete a coger cochinilla!») que se emplea para «mandar a alguien al carajo», por así decirlo, con la literal de «¡vamos a coger cochinillas!» que era la propuesta entusiasta de algún chiquillo a toda la cuadrilla cuando «no había escuela» y «querían sacarse unos cuartos» cogiendo cochinillas en el barranco.