El cachalote varado en La Palma y las ‘pellas de ámbar gris’ en la historia de Canarias

Ningún diccionario dialectal canario recoge la palabra ‘ámbar’ como canarismo, pero algo tiene de diferencial en la toponimia de las Islas

Un cachalote muerto en La Palma llevaba 9 kilos de ámbar gris dentro de su intestino

Agencia ATLAS

Maximiano Trapero

En los meses de mayo y junio pasados de este mismo año 2023 fue noticia muy reiterada en los medios de comunicación de las Islas Canarias la aparición de un cachalote muerto y varado en una playa de la isla de La Palma, y posteriormente sobre las intervenciones de un equipo de investigadores de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC) tratando de averiguar la causa de su muerte.

El resultado de la necropsia del animal confirmó que la causa de su muerte fue una obstrucción intestinal provocada por una «pella de ámbar gris» que llegó a pesar nueve kilos. Pero lo más sorprendente y llamativo de la noticia, dada a conocer por el catedrático de la ULPGC Antonio Fernández, fue que esa «pella de ámbar gris» era en realidad «caca de cachalote enfermo», pero que el valor económico que podría llegar a tener en el sector de la perfumería superaría el medio millón de euros.

Noticia extraordinaria fue, sin duda, pero no tanto por la aparición de un animal tan grande muerto en una playa canaria, pues no es infrecuente que así ocurra, sino por conocer la causa de su muerte y saber que un «excremento» formado en el interior de los intestinos de esos grandes animales marinos lleva el nombre de «ámbar» y que puede alcanzar tan altos precios en el mercado. Porque la noticia de la muerte del cachalote provocada por la obstrucción intestinal de la gran pella de ámbar sí es extraordinaria, pues lo normal es que esas pellas sean expulsadas y aparezcan después arrastradas por las olas en forma de «jallos» en playas y caletas. Mas estos «jallos» o hallazgos no constituyen novedad alguna en la historia de Canarias, y bien que la toponimia de las islas ofrece el testimonio de varios lugares costeros en los que se han encontrado varias de esas «pellas de ámbar gris».

De la definición que el diccionario académico de nuestra lengua ofrece de la palabra ámbar resaltamos lo siguiente: ‘resina fósil de color amarillo más o menos oscuro y con buen olor’. Interesa destacar la última cualidad: la de su buen olor, que es lo que justificaría el alto precio que alcanzaría la pella de ámbar encontrada en el interior del cachalote varado en la playa de La Palma al utilizarse en productos de alta perfumería. De esta propiedad del ámbar existe una cita en El Quijote digna de comentarse, pues se pone como la quintaesencia del buen olor en oposición extrema a las miserias del cuerpo humano. En una noche que don Quijote y Sancho tuvieron que pasarla al raso, a un tiempo empezaron a oír grandes golpes que dada la oscuridad y el desconocimiento del lugar les metió un gran miedo en el cuerpo, pues no sabían de qué podrían ser, hasta que al amanecer del día descubrieron que eran los mazos de unos batanes. Tanto fue el miedo que pasó Sancho que le ocurrió lo que nunca hubiera deseado. Y es entonces cuando don Quijote le dice: -Paréceme, Sancho, que tienes mucho miedo. -Si tengo -respondió Sancho-, mas ¿en qué lo echa de ver vuestra merced ahora más que nunca? -En que ahora más que nunca hueles, y no a ámbar precisamente -respondió don Quijote.

Ningún diccionario dialectal canario recoge la palabra ámbar como canarismo, pero algo tiene de diferencial en Canarias: la de ser una resina fósil «producto de animales marinos», aparte de la expresión típica de Canarias «pella de ámbar gris». Justamente por esta condición aparece la palabra ámbar en el Diccionario de historia natural de las Islas Canarias de Viera y Clavijo, quien, tratando sobre cuál fuera el origen y la naturaleza del ámbar («atribuyéndolo unos a los excrementos de ciertas aves; otros a gomas de algunos árboles; otros a betún mineral; otros a panales de abejas...»), dice que los canarios creen que sea «excremento de las ballenas», por lo que cuando se encuentran en las playas «una pella de ámbar» no dicen sino «una ballena de ámbar».

No es esta opinión de Viera la única y ni siquiera la primera sobre la aparición de pellas de ámbar en algunas playas de Canarias, aunque ninguno antes de él supo decir la procedencia de tan extraños objetos. Lo había dicho Leonardo Torriani a finales del siglo XVI al describir la isla de Fuerteventura: «Y por toda la orilla del mar se halla ámbar de excelente calidad, y algunas veces en gran cantidad». Lo dice también el poeta Antonio de Viana en el Canto I de su Poema en el que se describe el «asiento de las islas», de sus antiguos nombres, de su grandeza y fertilidad, etcétera:

«Sus riberas y márgenes marítimas enriquecían por diversas partes, hermoseando, en la dorada arena las pellas finas de preciosos ámbares, entreveradas por mayor grandeza con labrados confites y almendrones de agradable apariencia, aunque sin gusto».

Y con más detalle lo dice a mitad del siglo XVIII el inglés George Glas en su Descripción de la Islas Canarias, esta vez señalando a la isla de La Graciosa y con la mención específica de un topónimo motivado precisamente por la aparición frecuente de estas pellas, aunque imagine que sea un producto natural del mar:

«En la parte norte de la isla deshabitada de La Graciosa, se encuentra una pequeña bahía arenosa, llamada por los del país Playa del Ámbar. Aquí se encuentra a veces una especie muy buena de ámbar gris, en una forma parecida a una pera, y generalmente con un pequeño tallo: parecería por esto que crece en las rocas debajo del agua y que se ve arrojado por las olas, pues es corriente encontrarlo después del tiempo tormentoso».

Y sobre la frecuente aparición de grandes animales marinos muertos en las playas de Canarias se tiene noticia desde siempre, desde el primer relato verdaderamente histórico de la existencia de las entonces llamadas Islas Afortunadas debido al escritor latino Plinio el Viejo, en el primer tercio del siglo I d.C., que dice en su Historia Natural: «Estas islas están infestadas de monstruos marinos en putrefacción, que arroja a tierra continuamente la marea».

De la aparición ocasional o frecuente de estas «pellas de ámbar» era conocedor también Pascual Madoz, quien en su Diccionario geográfico-estadístico-histórico de Canarias, hacia la mitad del siglo XIX, describe el topónimo Roque del Ámbar como una punta al sur de la isla de Lanzarote, a dos leguas al oeste del Puerto de Arrecife, y que se le dio ese nombre «por haberse encontrado en dicho punto una pelleja de aquella sustancia, en cambio de la cual fue dada la vega de Tajiche».

Esa noticia no pudo llegarle a Madoz sino desde la Historia de Canarias de Viera y Clavijo, quien relata en un capítulo relacionado con la historia temprana de la isla de Lanzarote las «liberalidades» del marqués don Agustín de Herrera y Rojas, señor de la isla, con alguno de sus súbditos, como la que tuvo con un tal Lucas Gutiérrez Perdomo (al que se cree descendiente del último caudillo indígena de Lanzarote), a quien, a cambio «de una gran pella de ámbar gris» que el tal vasallo «había tenido la suerte de hallar en una de las playas de la ribera de Lanzarote», le otorgó la vega de Tahíche, parte de la dehesa de Ye y del cortijo de Inaguadén con otros territorios, tras un pleito que el afortunado Gutiérrez entabló ante las magistraturas del Reino contra su señor por la poca recompensa que éste quería pagarle por tan preciado hallazgo, lo cual demuestra el «tanto aprecio» que por entonces se tenía de tal materia, que era utilizada especialmente en materias de cosmética.

Pues de todo eso queda un testimonio fiel en la toponimia actual de Canarias, conservándose aún el topónimo Playa del Ámbar de La Graciosa, mencionado por Glas, si bien ahora convertido en unos nombres como Playa Lamba o Lambra que pueden hacer irreconocible su etimología; y el topónimo de Lanzarote Roque del Ámbar, citado por Madoz y situado en la orilla del mar frente al Puerto del Carmen, éste también deformado en la tradición oral como Roque Lama.

Y no solo queda en la toponimia de Lanzarote y de La Graciosa el testimonio de aquellos hechos históricos tan remotos, también en Gran Canaria hay cuatro accidentes directamente vinculados con ellos: una Playa del Ámbar en la costa del municipio de La Aldea de San Nicolás, situada entre las playas de Tasarte y de Beneguera, y otra Playa del Ámbar, una Punta del Ámbar y una Montaña del Ámbar, en el municipio de Telde, los tres vinculados entre sí y situados al nordeste de la pequeña península de Gando, al poco de finalizar la pista del aeropuerto de Gran Canaria.