Leopoldo María Panero, hijo de ninguna parte

A poco de cumplirse la década del fallecimiento del poeta 'maldito' en Las Palmas de Gran Canaria, su amigo y propietario de la cafebrería 'Esdrújulo', Adolfo García, sostiene que el amarillismo ha empañado la figura de uno de los Novísimos

El poeta Leopoldo María Panero

El poeta Leopoldo María Panero / lp/dlp

Si se le pregunta a personalidades que pudieron compartir un rato de charla con él, la opinión sobre Leopoldo María Panero (Madrid, 1948-Las Palmas de Gran Canaria, 2014) suele ser unánime. Le atribuyen ser un hombre convicto, compulsivo e impredecible. Características que se veían acentuadas por su condición de esquizofrenia. De profesión poeta en carne viva, una década pesa ya sobre el fallecimiento de este personaje de la literatura cuyo mayor delito social fue remar a contracorriente de un entorno que despreciaba.

Empañada su imagen por el vaho del amarillismo, a Leopoldo María Panero se le ha deshumanizado bajo la etiqueta de poeta 'maldito', o el término -mayormente usado de manera insultante- de enfermo mental. Un caso similar al de Vincent van Gogh, personaje mitificado y desdibujado con el trascurso de los años. Lo cierto es que tras esta "maldición bíblica", como él mismo definía, se hallaba un ser humano que anhelaba cariño y evocaba a diario su propia infancia, el "periodo más feliz de su vida". Un ilustrado que no encajaba en el concepto de ilustrado, y al que muchos ciudadanos de la capital grancanaria tuvieron la fortuna -o desgracia, si se mira desde esa perspectiva bíblica- de poder conocer.

Paseaba Adolfo García entre las casetas de la Feria del Libro de Las Palmas de Gran Canariauna mañana del recién estrenado milenio. Había inaugurado hacía un año la cafebrería Esdrújulo en el número 54 de la calle Cebrián y ese día se lanzaba al mercadillo del barrio por vez primera con un puesto humilde. Ahí fue cuando lo vio.

La cafebrería Esdrújulo

Leopoldo María Panero era una persona con tendencia a soltar titulares por la boca, y un personaje dado a las entradas triunfales en conversación. Adolfo García quedó atónito por la presencia de uno de los Novísimos, según categorizaba el mismísimo crítico cultural José María Castellet. Destacó a este subgrupo de gente joven que despuntaba con estilo pop como "La coqueluche". Frente a él estaba un hombre que era historia viva de la literatura, así que decidió ofrecerle la mano. "Buenas, Leopoldo", alcanzó a decir. "No tenéis ni un puto libro mío", contestó.

Mazazo para el joven. Si antes estaba atónito, ahora el golpe verbal lo había sumido en un estado de catatonia brutal. Irónicamente, este fue el comienzo de una gran amistad y la causa-efecto que propició que el último miembro de los Panero acudiera al Esdrújulo a diario, casi como si este fuera su segunda residencia.

"Hola, Leopoldo. ¿Espera a Adolfo, el dueño del Esdrújulo?", pregunta una voz. "Sí, sí. Pero no ha llegado. ¿Tú quién eres?", responde el poeta. "Un periodista, vengo a hacer un reportaje", confiesa. "Ah, vale. Tengo ganas de cagar. ¿Me acompañas a buscar un sitio abierto?".

Otra triunfal desencajada. Este diálogo, recogido en una crónica de Manuel Reyes en el periódico LA PROVINCIA, sitúa al lector cinco años después de aquel primer encuentro entre Panero y Adolfo García en la Feria del Libro. En este momento concreto, Leopoldo Panero era ya cliente habitual del Esdrújulo y García montaba en paralelo al local una editorial propia.

Dentro de la cafrebería, a golpe de viva voz y gracias a la pluma ajena escribió la mayoría de obras que vieron la luz en la etapa tardía de su vida. Con las palmas de las manos reposadas tras su nuca, sentado en una silla y las piernas en alto, dictaba una serie de poesía improvisaba. A modo de Mesías que salvaría a las palabras del apocalipsis, iba recitando textos nuevos que eran transcritos al momento, solo interrumpiéndose para aclararse la garganta con un trago de Coca Cola, o darle una calada a un cigarro. En todo caso, siempre estaba rodeado por gente apasionada de las letras, tanto en su etapa en Canarias como en Astorga, su ciudad natal.

Leopoldo María Panero es el loco al que le gustaba la rutina. Según Adolfo García, "elegía la vida tranquila, a pesar de estar internado voluntariamente en el Hospital Psiquiátrico Insular", el manicomio del Dr. Rafael Inglott. Todos los días se levantaba religiosamente a las 08.00 de la mañana, para tomar puerta del manicomio una hora después. Sus 'mañaneos' los dedicaba a la cafetería de Humanidades del Obelisco, las tardes en el Esdrújulo, en medio almorzaba un gazpacho en el restaurante El Reloj de Triana, para acabar echándose la siesta en el banco frente al McDonald's.

Totalmente dionisíaco y con cierto complejo de Diógenes, los ciudadanos de la ciudad le recordarán como personaje novelístico, cargando a cuestas con una gran bolsa de libros, disertaciones y papeles varios.

Astorga

La familia Panero Blanc, artista hasta la médula, fue también el calvario de Leopoldo. Hijo mediano del reconocido poeta Leopoldo Panero (1909-1962), el 'poeta del Régimen', y Felicidad Blanc (1913-1990). Leopoldo María creció en la localidad de Astorga como la oveja negra de la familia, es por eso que recitaba "Soy el negro, el oscuro/ ardiendo está mi nombre", en Auto de fe. Tampoco congeniaba con su hermano mayor, el también poeta Juan Luis Panero (1942-2013), tan solo Michi Panero (1951-2004), el menor de los tres hermanos, era el que más le toleraba.

En el documental El desencanto (1976), controvertido por la crudeza de las declaraciones, la familia entera reprochaba las actuaciones del cabeza de familia ya fallecido, tachándole de alcohólico y adúltero por frecuentar burdeles. Unos personajes sobresalientes cada uno en su papel, que a la cámara de Jaime Chávarri abrumaba por su desbordante personalidad. Un joven Leopoldo María hablaba con su habitual cigarrillo y estallaba sin pudor contra sus cosanguíneos: "He sido el chivo expiatorio de toda mi familia. Me han convertido en el símbolo de lo más detestaban sobre ellos mismos, pero creo que estaba en ellos y no en mí", decía.

Fruto de varios intentos de suicidio frustrados y tontear con las drogas, fue despachado por su viuda madre internándole en diferentes psiquiátricos. "Yo he muerto más veces que ningún muerto", anticipaba. Madrid, Barcelona, Zaragoza, Reus, Pamplona, Mondragón... nunca duraba demasiado en ellos, porque acababa dándose a la fuga. Entre ellos residió en el Hospital Psiquiátrico Insular, desde el año 1997 hasta el 2014, cuando fallece. "Los médicos dicen que te curan, pero lo que hacen es matarte la imaginación". Y es que para él, la creatividad era la cualidad de los niños, época a la que huía mentalmente cuando la realidad se tornaba gris.

"Él tiene un texto famoso que es Unas palabras para Peter Pan y yo creo que él es un poco Peter Pan, ¿sabes? El niño que nunca creció", comenta Adolfo García. El Esdrújulo cerrado y una década del fallecimiento de Panero, su compañero de fatigas durante las tardes. Si hay alguien que pasó tiempo con el poeta durante su residencia en Gran Canaria, ese fue García. digamos, le cuesta encontrar su lugar en la sociedad, en la sociedad de los adultos y por eso un poco él iba, digamos, a su aire con su norma.

Leopoldo María Panero fue poeta sin saber leer ni escribir. De mente prodigiosa, estrenó sus primeros versos a la edad de tres años. El primer tonteo con el verso, cuando no sabía ni qué era un verso. "Los poemas que escribí a esa edad, irónicamente, eran anticipatorios de todo lo que sería mi posterior poesía". Prosa madura que decía: "buscar cita"

Quizás sea por todo este entramado de traumas afincados en la mente de Panero, que su forma de recitar poesía nacía como si las palabras brotaran de dentro hacia afuera. No lo hacía con florituras, ni adornos en la voz, sino con un carácter gótico y siniestro. Así fue como dejó atónito al periodista de este mismo medio, Alberto García Saleh, en los jardines del Hospital. "Cuando se escribía sobre él, los periodistas lo hacían con mala idea. En un sentido burlesco por su condición mental", explica. "Sin embargo, cuando se le humanizaba era una persona en la que se entreveía grandes atisbos de lucidez".

"Todos estamos locos, de lo que se trata es de que no nos descubran, como a mí". Panero sufre de la fenomenología Tal y como le ocurre a Vincent van Gogh. Hombres deformados por el amarillismo exaltador de la locura y fuertemente deshumanizados. Contra todo pronóstico, si se lee su historia con capacidad de abstracción y suficientes nociones de empatía, podrá llegarse a la conclusión de que Panero es uno de los pocos seres humanos congruentes que han transitado por esta loca realidad.

"Leopoldo puede ser todo o nada" recordaba en voz alta su madre durante una secuencia de El desencanto. Era la frase que le había dicho uno de los profesores del Liceo Italiano. "El fracaso es la más resplandeciente victoria". Como hombre perdido, fumándose un cigarrillo y los codos clavados en la barra de algún bar. Un poeta cuerdo, al que el rastro de las cenizas siempre llevaba a un cenicero rebosante.