Manuela Aristizábal sacó cuentas y llegó a la conclusión de que en el colegio Huertas de El Palmar se consumían 97 botellas de plástico al día, que por cinco de la semana hacen 485. Que por cuatro del mes son 1.940, que por diez de curso lectivo..., más o menos 19.000 para un solo planeta.
Un mar de plástico, en definitiva, que ella estaba dispuesta, gota a gota, a desecar. Manuela Aristizábal ya venía con esa idea cuando matriculó a su pequeño en el centro educativo terorense y lo equipó en primera instancia con una botella de cristal, material que a efectos de chiquillería lleva su peligro, como le hizo ver Berta, una de las profesoras.
Fue ahí como la madre del alumno, que también es oceanógrafa, licenciada en Ciencias del Mar, emprende una particular batalla que la lleva a recopilar datos del consumo desde octubre a diciembre, apuntando en libretas y listados, para resolver que "un 80 por ciento del alumnado consume agua en plástico", en envase de un solo uso, y a partir de ahí inicia una gira de puerta en puerta buscando remedio.
Al final, tras probar varias cerraduras atascadas, se abre la del despacho del consejero insular de Medio Ambiente, Miguel Ángel Rodríguez, que alongó la oreja y resolvió poner fin a la escabechina dotando al alumnado de un lote de un centenar de botellas de acero inoxidable, y de suficiente sustancia como para durar toda una vida, pero la propuesta de Manuela no quedaba en mero avituallamiento, sino que venía con fondo argumental con el aporte de su compañera de carrera Alicia Herrera, también oceanógrafa y para más incidir, experta en microplásticos.
Pero no experta de gama media, sino superior. Porque Herrera lidera junto a la también investigadora María Camacho el trabajo más sesudo que ha comandado la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria hasta la fecha sobre la contaminación por microplásticos en aguas del archipiélago, recién publicado en la revista Science of the Total Environment.
Sus conclusiones son como para regurgitar cualquier buche tomado en botella plástica, porque a cuenta de su uso indiscriminado en todo el planeta, resulta que es este un mar aliñado de hidrocarburos aromáticos policíclicos, bifenilos ploriclorados, pesticidas organoclorados, filtros solares y otros mejunjes que incluso retardan el fuego y que convierten el margullar en un inquietante entretenimiento.
Este combinado de botellas físicas y divulgación con charlas tienen nombre propio como proyecto piloto: 'Desplastifícate en el cole', e incluye, para que los más pequeños vayan entendiendo el fenómeno de una forma didáctica, la guinda que le aporta la licenciada en Danza, Sandra Santacruz, creadora en 2016 del espectáculo de contenido medioambiental Si los peces hablaran, un trabajo conjunto con Juan Luis Santa Cruz, y Juan Ramos, éste último autor de la música y las letras.
Allí también estaba ayer Sandra Santacruz a darle teatro del bueno a los niños después de la entrega de las botellas y la charla para hacerles ver que personajes como el delfín Alegría o la tortuga Doña Paciencia no están precisamente para estar aguantando cartuchos ajenos.
Generaciones venideras
Obvio que ante toda esta artillería a favor de la concienciación sobre el medio ambiente, el director del centro, Iván Suárez, agradeciera el esfuerzo, tanto de Manuela como del resto de padres y madres implicados, por la oportunidad de sensibilizar, algo que también subrayaba Rodríguez, arropado por miembros de la corporación de la villa de Teror, al entender que la lucha por el planeta, "pasa por ofrecer a la ciudadanía los mecanismos y herramientas que ayudan en el día a día a un cambio de actitudes y de costumbres", para avisar con tiento a aquellos enanos sentados en el patio de la escuela, que los resultados de ese esfuerzo lo iban a disfrutar más las generaciones venideras, que las que ya tienen enfocado el trasponer.
