La memoria de las fiestas de Agaete en las imágenes de Paco Rivero

Los reportajes del fotoperiodista sobre La Rama, El Entierro de La Sardina o El Día del Turista fueron una excelente promoción para la Villa Marinera

Papagüevos y participantes en la bajada de La Rama de Agaete del año 1966.

Papagüevos y participantes en la bajada de La Rama de Agaete del año 1966. / Paco Rivero

José Antonio Godoy

Al final de la década de 1960 se hizo evidente que la popularidad de La Rama de Agaete era ya imparable, convirtiéndose cada vez más en cita obligada para toda Gran Canaria y, sorprendentemente, para la descendencia de aquellas familias agaetenses que habían emigrado a Las Palmas capital y que sentía la necesidad de regresar al pueblo de sus antepasados, a pesar de tener que soportar dos y tres horas de coche de hora o de piratas cuando todavía, y durante algunos años más, para llegar a la Villa Marinera había que atravesar la tediosa carretera, a su paso por la Cuesta de Silva.

Entre toda aquella gente había quienes tenían asegurado el hospedaje porque aún conservaban la casa solariega familiar de la época de sus abuelos y bisabuelos y otros que, no teniendo asegurada una cama en la que dormir, llegaban el cuatro de agosto en el primer coche de hora que salía desde la terminal (que entonces estaba en la calle Bravo Murillo en Las Palmas de Gran Canaria) para llegar a tiempo de bailar La Rama porque, en aquellos años, no se vivía la noche de amanecida tal y como lo hacemos actualmente. 

Esos descendientes se afanaban en la búsqueda de sus raíces y, utilizando el apodo familiar, se identificaban con los vecinos y vecinas llegando a descubrir, en algunos casos, algún pariente lejano cuando respondían a la pregunta ¿de quién sos tú?…

Todavía recuerdo ver como a la juventud capitalina se le iluminaba la cara esbozando una sonrisa de oreja a oreja, al pronunciar el sobrenombre familiar, incluso cuando aún era peyorativo para mucha gente de Agaete pertenecer a la familia de los machucos, evaristos, sanguchos, tolas, mechúos, palomos, cubines o lajillas, entre otros muchos.

Aquel ambiente ya lo había captado y aprehendido el fotógrafo Paco Rivero, después de tanto tiempo recorriendo las calles de Agaete para retratar su paisaje y su paisanaje, aceptando el tapeo y algún que otro refresco «porque estoy trabajando» según decía, en algún cafetín o en el apartado que tenían las tiendas de aceite y vinagre del centro del pueblo para servir copas a la clientela para acabar, en los días grandes de las fiestas, destapando algún que otro caldero en las cocinas de las casas de confianza; porque al igual que en el aprendizaje de un idioma, se dice que no lo dominas bien del todo hasta que no captas el sentido del humor con el que se expresan sus hablantes.  

Hospitalidad

En las fiestas de Las Nieves y La Rama sucedía algo similar: si desconocías el mensaje de hospitalidad y agasajo que suponía el que te invitaran a tomar el caldo para consolar la madre o el pomo, a probar la carne mechada, la sopa de pollo o gallina con sabor a hierbahuerto y pimiento verde y la ensaladilla rusa, rematando aquel condumio con la repostería a base de queques y pudines caseros (del inglés cake y pudding), fruta traída del Valle, arroz con leche con aquella capa de azúcar y espolvoreada con canela, o la consabida leche espesa cuando los yogures todavía no estaban ni en el horizonte, acabando con un café de Agaete o con agua guisada (que era el equivalente a lo que actualmente se conoce como infusión) ya fuera de poleo, hierba luisa o caña de limón. Eran, lo que se dice, unas fiestas de los sentidos, en la que los olores y sabores de los manjares se convertían en la marca de cada casa, impregnada en la memoria hasta tal punto que a pesar del paso de los años la seguimos comentando y ¡casi saboreando! entre los primos de mi generación, una vez que nuestras madres y padres se fueron a vivir La Rama en otras estancias.

La popularidad de La Rama se disparó a finales de la década de 1960

Fueron años en los que el tándem formado por Santiago Betancor Brito y Paco Rivero ofrecieron estupendos reportajes que animaban a propios y extraños a disfrutar de los encantos de la Villa con impagables titulares como La Villa de Agaete, importante centro de atracción para el turismo, El Puerto de las Nieves cara al turismo, o lo que fue la bomba en el año 1968, cuando se anunció la visita al Valle de Agaete del embajador de Italia en España, con la intención de construir un parador turístico a partir de la reconversión del Hotel Guayarmina. 

Pero como amor no quita conocimiento, también hubo algún que otro tirón de orejas detrás del sensacionalismo de otros titulares como en el caso de Tras El Dedo de Dios , en el que si bien se comenzaba elogiando las bondades y fortalezas de la Villa Marinera, se acababa indicando cuales eran las debilidades a corregir: «Agaete, hoy por hoy, es la vanguardia turística del norte de la isla. Tras El Dedo de Dios, nombre que se da a una roca saliendo al mar en forma de índice, se esconde el paisaje de lo que el día de mañana podría ser una ciudad de turistas. De Las Nieves, es mucho lo que hemos hablado. Hemos descrito sus numerosas y positivas cualidades para el turismo. Pero dentro de la crítica constructiva, hemos de mencionar que aquel lugar, al igual que los restantes de la zona, está abandonado de cara a ese importantísimo menester…»

Posiblemente y siempre bajo mi punto de vista, la mejor síntesis gráfica en los años previos al inicio del expediente para la declaración de las Fiestas de las Nieves de interés turístico en el año 1972, la realizó, sin lugar a dudas, Paco Rivero en 1969, bajo el título Agaete en sus fiestas mayores, seguido del no menos sustancioso subtítulo Tipismo y entusiasmo en la celebración de Las Nieves, consciente como lo era nuestro fotógrafo y toda la comisión de fiestas presidida por el alcalde José Antonio García Álamo y gestionada por el concejal de fiestas, Sebastián Monzón Suárez, del vuelco que había que darle no sólo a la confección del programa sino al mimo y cuidado con el que debía organizarse cada uno de los actos. 

Puesto de venta de Carmelita Suárez, a la derecha, en el Muelle Viejo de Las Nieves, en los años 60.

Puesto de venta de Carmelita Suárez, a la derecha, en el Muelle Viejo de Las Nieves, en los años 60. / Paco Rivero

Aquella crónica festiva cuyos textos son autoría de Rodríguez Guillén fue acompañada de una composición fotográfica que compendiaba a la perfección aquellas Fiestas de las Nieves «con el baile famoso de La Rama», una vista panorámica de Agaete tomada desde el puente de la carretera que conduce hacia el Puerto de las Nieves, la tabla flamenca con la Virgen de las Nieves en el trono de la nube con los ángeles -obra del escultor agaetense don José de Armas Medina- y la ermita de Las Nieves flanqueada por los troncos erguidos de las palmeras centenarias, que era lo único que quedaba del esplendor de antaño debido al paso del tiempo y también del olvido. 

La iniciativa de la participación ciudadana en torno a la movida agaetense fue cobrando vida y en el año 1968, y a la chita callando, un grupo entusiasta de la generación de mi madre y de mi padre salió a la calle disfrazados ellos y ellas y portando a hombros una sardina que quemarían al final de su marcha. Fueron ellos quienes prendieron, con aquella acción, la chispa festiva y carnavalera que Agaete siempre tuvo, hasta en los peores años de la dictadura franquista, cuando estaba prohibido el carnaval y los guardias municipales corrían detrás de las máscaras atrevidas (que siempre las hubo) y que así se llamaba entonces en el pueblo a la gente disfrazada con la cara cubierta.

Fiestas de Invierno

¡Quien dijera que de aquella salida, discreta, siempre con permiso de la autoridad y cambiando la palabra carnaval por la expresión Fiestas de invierno que agudeza siempre hubo para burlar a la censura franquista, surgiera el famoso Entierro de la Sardina de Agaete!… Ni qué decir tiene que, en aquellos años, aún no se celebraba el carnaval callejero en Las Palmas de Gran Canaria, ni en otros muchos pueblos de la isla.

Avisado por el mentidero oficial, Paco Rivero llegó hasta los lugares en los que ensayaban la comparsa Los Bullangueros y la murga Sin ton ni son, que fueron los grupos decanos de aquellos carnavales, en los que además de asegurar las fotos correspondientes tomaba nota pormenorizada del vestuario, de los arreglos musicales, de las coreografías, de la confección de los instrumentos y de las letras de las canciones compuestas por el profesor, poeta e investigador siempre recordado, don Sebastián Monzón.

Con el titular El Entierro de la Sardina, culminación de las Fiestas de Invierno en Gran Canaria y Extraordinaria animación en Agaete, de todo ello tuvimos constancia. Paco Rivero y Rodríguez Guillén lograron una y otra vez que Agaete ocupara el foco mediático y fuera una estimulante e interesante noticia capaz de activar la promoción turística, sobre todo con los turoperadores y las agencias de viajes que con sus excursiones los días entre semana, aseguraban la clientela de los restaurantes y el comercio de las tiendas de artesanía. 

Corría el año 1970 y el Majec de oro, que así se denominó al galardón turístico que se utilizaría para reconocer a las entidades y personalidades favorecedoras de la causa turística, había sido encargado por la Delegación Comarcal del Noroeste del Centro de Iniciativas y Turismo, «consistente en una réplica en plata, aureolada con un sol de oro con dedicatoria también en plata, del Dedo de Dios».

En aquellos años de entusiasmo y apasionada creatividad en los que las amistades de mi quinta éramos la sal y la pimienta de la comisión de fiestas por nuestras ¿descabelladas ocurrencias juveniles?, que algo de cordura y de futuro debieron ver en ellas los mayores de entonces para apoyarlas, empezando por el Ayuntamiento, que supo ver en la realización del primer Belén Viviente en el año 1970 otro añadido más con el que Agaete le dio un buen mordisco al calendario navideño al ocupar las páginas de los periódicos, dando a su vez motivos a la gente para salir a la calle y relacionarse, activar la economía local y promover la participación ciudadana pese a las limitaciones y condiciones de aquellos tiempos.

Si hasta aquel momento el trabajo de Paco Rivero me parecía impecable, el álbum fotográfico en blanco y negro que dejó para la posteridad de la primera edición de aquel Belén de 1970, a pesar de habitar de manera incipiente entre nosotros la fotografía en color y que 53 años después y con la perspectiva que el tiempo da, me sigue pareciendo de una calidad excelente además de un material de referencia para la historia local y hasta para ocupar las hojas correspondientes a los meses de enero y diciembre si se tratara de confeccionar un calendario. 

Lo cierto es que, aquella primera edición, desbordó todas las expectativas en relación con el número de visitantes y hubo que trasladar el Belén al año siguiente a la zona de Los Chorros, en el barranco de Agaete, donde se ampliaron las dimensiones y la escenografía del mismo apoyado por la promoción periodística con titulares como El Belén Viviente, un éxito más que se apunta Agaete, logrando que en sucesivas ediciones acabara convirtiéndose en un referente para toda la isla.

A pesar de tantos años recorriendo las calles de Agaete, participando y siendo testigo gráfico de cuantos actos se celebraban, Paco Rivero continuaba manteniendo la buena relación con los miembros del mentidero y también con el Ayuntamiento y con todas las personas que de una manera u otra participaban en aquella movida agaetense, que celebró y felicitó al fotógrafo cuando a su labor como reportero gráfico se unió la de corresponsal en un momento en el que Agaete había incorporado en su haber, en el año 1971, la celebración del Día del Turista, arrancando titulares que calificaban de Jornada Inolvidable. Brillante celebración del primer Día del Turista, a una fiesta que estratégicamente solía celebrarse por el mes de febrero, coincidiendo con la temporada alta. 

Al año siguiente se incorporarían las Jornadas Culturales del Archipiélago, cuya celebración bianual la compartía Agaete con el municipio tinerfeño de Garachico, coincidiendo la inauguración de las mismas con la bajada de la Virgen de Las Nieves a su ermita en el Puerto el 17 de agosto, que en Agaete lo conocemos como el Día de las Nieves Chico. 

Parador de Turismo

Pese al calendario de acciones festivas, culturales y turísticas que ocupaba prácticamente todo el año y del que Rivero dejó constancia, seguíamos atentos a la evolución de aquellas promesas e ideas más que proyectos, sobre el futuro turístico de Agaete, en aquellas noches de tertulias veraniegas con el alcalde José Antonio García Álamo en el Bar Medina, evidenciando con el paso de los años que el modelo del sur de Gran Canaria de grandes hoteles y complejos de apartamentos no era aplicable al Noroeste, a pesar del interés mostrado por el capital italiano para invertir en un parador de turismo en el Valle de Agaete, que nunca llegó a consolidarse y que, sin embargo, considero que era lo más aproximado al modelo de calidad y sostenibilidad económica y medioambiental que Agaete necesitaba.

El ministro Sánchez Bella visitó el pueblo en 1973 para reactivar un parador y el teleférico hacia Tamadaba

Si antes fueron los italianos los que vieron frustrada aquella oportunidad de inversión turística, llegado el día 6 de enero de 1973 se aparecieron en Agaete los Reyes Magos en versión ministro de Información y Turismo, que entonces era Alfredo Sánchez Bella, para reactivar junto con los hoteles y paradores pensados para la Villa la idea del consabido teleférico que desde el año 1956 promovía el Cabildo alegando que «el acceso a Tamadaba no es nada fácil; su larga distancia por carretera, desde Artenara, su apartamiento de paradores turísticos y las asperezas del camino no lo hacen viable por duras veredas de herraduras, singularmente para el turista de pocos días de convivencia con nosotros», con el propósito de que dicho teleférico de Los Berrazales a Tamadaba debía marchar al unísono del teleférico al Teide

Como era de esperar el notición no tardó en saltar de inmediato a la prensa con el titular sensacionalista de turno: Propuesta de Sánchez Bella en Agaete. Gran Hotel con participación de los vecinos. El Ministerio aportaría el setenta y cinco por ciento, que ocupó la portada de los periódicos, que unida a la entrevista a toda página al alcalde de Agaete José Antonio García Álamo, realizada por Antonio Bautista Afonso e ilustrada con las fotos de Paco Rivero, dio pie a la famosa reunión -de la que fui testigo-, que días después se celebraría en el Ayuntamiento con la asistencia de las fuerzas vivas agaetenses y potenciales accionistas, en la que se debatió sobre el precio de las acciones, quedando zanjada la disputa con la tasación de las mismas en 1.000 de las antiguas pesetas, equivalente al valor de seis euros actualmente.

A la movida agaetense de aquel tiempo vino a sumarse la declaración de la Necrópolis del Maipé de Arriba, como monumento histórico artístico de carácter nacional, según el Decreto publicado en el BOE el 30 de julio de 1973 y que coincidiendo este año con el 50 aniversario de tal declaración, la Concejalía de Cultura, Patrimonio Histórico y Fiestas ha tenido el acierto de incluir en el programa de fiestas unas Jornadas de Puertas Abiertas con visita guiada a la Necrópolis para celebrarlo. 

César Manrique y Paco Rivero en las Jornadas Culturales del Archipiélago del año 1972.

César Manrique y Paco Rivero en las Jornadas Culturales del Archipiélago del año 1972. / LP/DLP

El próximo mes de noviembre se cumplirán 70 años del descubrimiento de la pintura original de la Virgen de Las Nieves, calificado por la prensa en aquel momento como el acontecimiento mayor del siglo para Agaete, una ocasión que, miren por donde, ofrece la oportunidad para rememorar aquel proceso y el acontecimiento social que supuso para quienes lo vivimos, durante el tiempo que duraron los trabajos de restauración que culminaron aquel domingo día 10 de noviembre de 1963 con la devolución del cuadro, primero a la Iglesia Matriz de la Concepción y posteriormente a la Ermita de las Nieves. Y también para que la juventud agaetense y el público en general tengan la oportunidad de aproximarse al patrimonio cultural factible de visitar. 

Aún recuerdo cuando las fotos del proceso llegaban a cuentagotas al Ayuntamiento y el entonces alcalde don Andrés Rodríguez Martín las enviaba a casa de su madre en la Villa de Arriba, a donde iba la gente del barrio a verlas. Años en los que se prodigaron en las celebraciones y homenajes oficiales los cantos emocionados que como Abogada Municipal, Alcaldesa Mayor y Perpetua, Reina de Agaete y Señora de sus destinos se le dedicaban a la Virgen.

Mientras tanto, la Bajada de La Rama iba cada año a más, dando saltos cualitativos en la medida que las declaraciones institucionales obligaban a subir el listón de la programación y el contenido de los actos, de los que Francisco Rivero García, el fotógrafo guiense, hizo un gran y buen acopio iconográfico de calidad del que no sólo podemos aprender, que también, sino además disfrutar mientras lo contemplamos, de la misma manera que lo hiciera aquel don José de Armas Medina de mi época de infancia y adolescencia creando la impronta particular -por caricaturesca- que aún conservan los papagüevos de Agaete que modeló a partir de personajes reales que con el paso de los años han logrado la consideración social, permitiéndonos contemplar el acabado de sus papagüevos Vicentillo y Manuel el Carila mientras nos contaba como concibió el trono con la nube y los ángeles que sujetan el cuadro de la Virgen salido de su gubia y cincel, o las farolas de la Retreta, sin olvidar aquel mensaje rotundo lanzado a través de las ondas de Radio ECCA cuando pregonó las fiestas en 1973: «Isleño, si al despuntar el sol por el horizonte mañana o pasado, te parece sentir trompeteo de caracolas y el ambiente se te inunda de aromas de pino salado con agua de mar, no creas que sueñas. No. Es que desde el poniente, el alisio empuja, Valle arriba, un álito mágico, que peinando nuestras cumbres se desparrama sobre la redondez isleña y procede de un pueblo singular que está en fiestas...»

Aquella movida agaetense de los años sesenta y principios de los setenta del siglo pasado tocaba a su fin, en un momento en el que en el horizonte se vislumbraba la democracia. Para entonces, el alma inquieta de Paco Rivero se había incorporado a la actividad radiofónica, a las corresponsalías mediáticas y a cuantas cosas le picaran su curiosidad, tropezándonos en alguna de las ediciones del Festival de la Canción del Norte en la Atalaya de Guía, del que formaba parte de la organización según me contó, y mucho más tarde tanto en Gáldar como en Guía, comentándome que acaba de finalizar los estudios de periodismo, a pesar de lo cual le cambiaba el semblante cuando hablábamos de los años de la fotografía en blanco y negro y de sus vivencias en aquel «…Finisterre de luz y de sorpresa, Agaete, del mar y verso villa, Gran Canaria postrera, de tu orilla la húmeda y salada punta besa…» que cantara Ignacio Quintana Marrero en su pregón del año 1969.

Vicente Francisco Rivero García, el fotógrafo, se marchó un día de julio de 2003, con su cámara en ristre, parapetado tras sus gafas oscuras a explorar otra luz, otros encuadres y enfoques, a pesar de lo cual cada vez que entro en el Bar El Cápita en el Puerto de las Nieves o me pongo a husmear en el archivo fotográfico de un gran amigo, su impronta es inconfundible. Agaete te debe más de una.