Agaete festivo | De la bajada de La Rama al Día de Las Nieves

Una Rama al fotógrafo Paco Rivero

Sus cámaras captaron desde la década de 1960 la esencia de las fiestas de Agaete y las costumbres de su gente

Retrató a toda una generación de la Villa Marinera

Entierro de la Sardina por las calles del pueblo de Agaete en el año 1972

Entierro de la Sardina por las calles del pueblo de Agaete en el año 1972 / PACO RIVERO

José Antonio Godoy

Cuando en la Villa de Agaete se aproximan las Fiestas en honor a la Virgen de las Nieves con su Bajada de la Rama y siendo agaetense de nacimiento, condición y sentimientos, no puedo por menos que recordar la evolución experimentada por las mismas, desde los recuerdos de aquellos relatos familiares contados por mi abuela materna, mi padre y mi madre, hasta mis vivencias particulares y que, unidas a fechas y hechos históricos de referencia para Agaete, llevo publicando desde hace 28 años.

Mi intención en todos estos años ha sido la de incorporar al devenir de la Villa Marinera a toda esa gente de antaño (mayoritariamente anónima), que junto con personas reconocidas por su profesión o por ostentar algún cargo público, ayudaron a preservar y acrecentar el patrimonio que define la idiosincrasia de nuestras fiestas.

Me apasiona relatar cómo se ha ido produciendo un traspaso generacional ininterrumpido del que además he sido testigo presencial, pues llegado el turno de mi quinta, participé activamente en unas comisiones de fiestas inolvidables, cuyo trabajo -doy fe- marcó un antes y un después en relación con el patrimonio histórico agaetense.

Entre los numerosos logros que mi quinta obtuvo, quiero recordar que, en el año 1972 Agaete hizo un doblete histórico con las declaraciones de la Ermita de las Nieves como monumento provincial de interés histórico-artístico, según la Orden de 15 de diciembre de 1971, publicada en el BOE de 11 de febrero de 1972, y de las Fiestas de Las Nieves de Interés Turístico, según la Resolución de la Dirección General de Promoción del Turismo, aparecida en el BOE de 29 de noviembre del mismo año.

Una Rama al fotógrafo Paco Rivero

Entierro de la Sardina por las calles del pueblo de Agaete en el año 1972. | | PACO RIVERO / José Antonio Godoy

Ambas declaraciones supusieron un espaldarazo promocional para la Villa, que coinciden en el tiempo, con el cambio de modelo económico que en la década de 1960 vivía Canarias y, por ende, Agaete.

En aquel contexto y desde mediados de los años sesenta es donde sitúo a Vicente Francisco Rivero García, conocido popularmente en el noroeste de Gran Canaria como Paco Rivero, el fotógrafo, a quien dedico este año mi particular homenaje. A la memoria de Paco Rivero, un hombre que fue mucho más allá de su profesión. Un Paco Rivero que captó como pocos el ambiente cotidiano que se respiraba en la Villa Marinera, la simbiosis tan particular entre su paisaje y su paisanaje, sus costumbres y tradiciones enraizadas en el sentimiento de pertenencia a un pueblo, y que acabó preso de las esencias agaetenses, que lo enamoraron a él y a su cámara.

A Paco Rivero hemos de agradecerle, además, lo que supuso para la promoción turística que entonces se vivía en el municipio al socaire de los eslóganes Agaete es Fiesta y Gracia Blanca de la Costa Negra, el que un fotógrafo de su talla se implicara tan intensamente.

El auge del turismo

Sabido es que desde principios de aquellos años el turismo y su casuística cobraban cada vez más fuerza en Gran Canaria, una realidad imparable de la que Agaete no sólo no fue ajena sino que antes bien logró que el Centro de Iniciativas y Turismo de Gran Canaria, creara una delegación en la Villa, presidida por don José de Armas Medina, quien a la vez ostentaba la presidencia de la comisión de Fiestas de la Virgen de las Nieves, circunstancias que favorecieron una serie de actuaciones en aras de mejorar la Villa Marinera: «… emprendiendo un plan de revalorización donde se incluyen obras de explanación, albeo de fachadas, señalización, etc., e incluyendo un factor de extraordinaria importancia, como es la colaboración firme y entusiasta de la población, empleados municipales, guardias y cuantas personas se integran en una misión definida».

Acciones e instantáneas que Paco Rivero captó con su cámara fotográfica y que actualmente son de obligada consulta para conocer los comportamientos y manifestaciones sociales de la época en Agaete, la evolución y transformación de su paisaje, así como algunas faenas propias de determinadas profesiones tendentes a desaparecer, en su versión artesanal, entre otras muchas.

Paco Rivero había nacido en Santa María de Guía el 22 de enero de 1944 y desde que lo conocí, en aquellas correrías de juventud, cuando nos movíamos en padilla entre Gáldar, Guía y Agaete, ya iba con su cámara en ristre y parapetado tras sus gafas oscuras, dando la impresión a primera vista de ser una persona hermética pero que se tornaba afable y comunicativa a poco que lo trataras y entablaras conversación con él.

Probablemente fueron la influencia del gusto por la fotografía de su padre y aquella cámara que recibió de su familia como regalo de Reyes siendo un niño y de la que siempre presumía cuando se le preguntaba por sus comienzos, los pilares que sentarían las bases de su futuro profesional y hasta de su estilo de vida, me atrevería a decir. Sobre todo aquella primera cámara, pues, tener un dispositivo de tal calibre era muy poco corriente entre los adolescentes de aquella España en blanco y negro.

Pronto entabló nuestro fotógrafo relación con la gente de Agaete y muy en particular con los miembros permanentes del mentidero de mayor temeridad, en el que se fabricaban los mayores bulos equivalentes a las actuales fake news. Eran los años en los que ostentó el decanato del mismo don Antonio Armas Bermúdez, conocido entre la vecindad por el sobrenombre de El Velillo, cuya sede pública y dependiendo de las horas del día se encontraba de mañana en la esquina de la Plaza de la Constitución, junto al Bar El Perola, o en el frontis de la Sociedad La Luz, más conocida como El Casino, en horas de tarde.

Lo cierto es que Rivero le cogió el tranquillo al grupo que reunía a ‘lo mejor de cada casa’, convirtiéndose para el fotógrafo en una fuente inagotable de información fidedigna, a la vez que se ganó el respeto y la admiración de todo el pueblo de Agaete, al que retrató casi al completo, cuando en una ocasión se desplazó hasta la Villa una unidad de la Dirección General de la Policía para expedir el carnet de identidad y en otras, haciendo acto de presencia cuando lo reclamaba algún particular para dejar constancia familiar de las bodas de tul ilusión y de los bautizos.

Mención aparte merecen las fotos testimoniales que aún guardan las familias agaetenses como oro en paño, de las impresionantes puestas en escena que, con motivo de las primeras comuniones, dirigía cada año por el día de la Ascensión, el entonces cura párroco don Teodoro Rodríguez y Rodríguez, comenzando con el cortejo procesional que partía desde el antiguo Colegio José Sánchez y Sánchez hasta la iglesia de la Concepción, ocupando el centro de la calzada los niños y niñas acompañados de sus familias, vestidos con sus mejores galas para la ocasión, mientras que el resto del colegio caminaba por las aceras formando filas de a dos, cerrando la comitiva la Corporación Municipal seguida de la Banda de Música de Agaete que interpretaba Cantemos al amor de los amores, acompañado por el pueblo de Agaete que cantaba a voz en grito aquella partitura que el poeta, biógrafo y religioso agustino Restituto del Valle Ruiz, compuso para el XXII Congreso Eucarístico celebrado en Madrid en 1911.

Acabada la ceremonia religiosa se ofrecía un desayuno masivo en la Plaza de la Constitución (entonces del General Franco), quedando la animación a cargo del alumnado que destacaba cantando acompañado de la orquesta de flautas de caña y papelillos de fumar que ya conté en otra ocasión, dirigidos con gran entusiasmo por el maestro don Esteban Suárez.

Concursos fotográficos

Aquel respeto profesional que la gente de Agaete le tenía a Paco Rivero se vio reforzado más aún si cabe, cada vez que corría por el pueblo la noticia de que había ganado algún certamen fotográfico como por ejemplo, en el año 1967, cuando obtuvo el primer y segundo premio en el concurso de fotografía organizado por Televisión Española, o cuando logró el Premio Kodak a la mejor colección de fotografías en el Concurso Nacional de Orense y el primer premio del Concurso Fotográfico sobre temas turísticos de Gran Canaria, organizado por el Cabildo, ambos en el año 1968, sin olvidar la imagen de los miembros del mentidero celebrando junto con el guiense la vez que consiguió el segundo premio en el IV Certamen Internacional Fotográfico de Berna (Suiza), en 1969.

Pero si de algo estaba orgulloso Rivero era de cuando en el año 1961, y con solo diecisiete añillos, obtuvo el accésit y mención honorífica del Ayuntamiento de Santa María de Guía, en la Primera Exposición Fotográfica Aficionados del Norte, porque a pesar del ámbito local de la convocatoria se sintió profeta en su ciudad natal.

Fueron años en los que nuestro fotógrafo junto con la agilidad profesional que le caracterizaba en el manejo de su cámara, cual pintor impresionista con sus pinceles captando la luz y el momento preciso, se volcó de lleno en aquel Agaete que entonces era un hervidero de noticias turísticas y culturales, que junto al paisaje de postal con el que la naturaleza dotó al municipio, fueron la causa principal que le llevaron a generar una iconografía en blanco y negro que con el paso de los años y unido a los testimonios orales de quienes conocimos y vivimos aquella época, se ha convertido en una fuente de gran valor para la reconstrucción de parte de la historia oral agaetense, incluyendo a quienes fueron excluidos de la historia oficial.

Y si la mirada de otro de los grandes de la fotografía como fue Francisco Rojas Fariña, estuvo más centrada en la visión artística que Agaete, su paisaje y su gente le inspiraron, no tengo la menor duda que en el legado de Paco Rivero relacionado con Agaete lo que prima es el potencial etnográfico, que nos ayuda a recordar y también a comprender el Agaete de antaño.

Para quienes fuimos testigos y partícipes de aquella movida agaetense, que convirtió a la Villa Marinera en un oasis cultural a tenor de los tiempos que corrían, aquella comisión de fiestas no daba abasto a programar actos relacionados con el Día del Turista, el Entierro de la Sardina, el Día del Libro y de la Poesía con los consiguientes homenajes a Tomás Morales, Saulo Torón y Alonso Quesada y los recitales poéticos en la Sociedad La Luz, los expedientes administrativos para las declaraciones patrimoniales de la Ermita de las Nieves en el puerto de su mismo nombre y de las Fiestas de las Nieves, además de la confección y desarrollo del programa de las Fiestas de las Nieves, la carreta representativa del municipio en la Romería del Pino de Teror o el Belén Viviente…

Me ocupa y preocupa la conservación del patrimonio histórico tangible, aunque goce de protección por la normativa administrativa de la que nos hemos ido dotando con el paso de los años, y no menos preocupación me causa la conservación del patrimonio intangible, propio de las fiestas del municipio, ya sean las Fiestas de las Nieves, las de San Pedro en el Valle o las de la Milagrosa en El Risco con sus Bajadas de la Rama, a sabiendas de que a la fragilidad de los materiales con los que está elaborado y a la idea de caducidad conceptual implícita, habría que añadirle el descuido en su conservación cuando no el abandono y la desidia frente a la ligereza con la que se introducen ¿inconscientemente? elementos ajenos al hecho cultural etnográfico propio de las fiestas agaetenses, sin reparar en que es precisamente en esa fragilidad de los materiales que integran dicho patrimonio donde radica la efervescencia creativa y el aporte intelectual que hace única por diferente, a una comunidad y a sus manifestaciones.

Patrimonio intangible

Es ahí y en relación con las Fiestas de las Nieves donde pongo el énfasis sobre ese patrimonio intangible, llámense papagüevos y farolas, el volador con el que se inicia la Diana, la Rama y la Retreta una vez que explota, las ramas verdes y olorosas con las que danzamos y que a los pocos días están secas, la danza interiorizada por imitación sin aprendizaje académico alguno y hasta el tiempo que dura la celebración, aplicando por extensión el mismo criterio al tesoro efímero (a pesar de las copias y del proceso de digitalización), que supone el banco de fotos relacionadas con Agaete que Paco Rivero acumuló durante aquellos años y que actualmente son testigos silentes de aquel presente- hoy pasado-, además de dejar constancia de su buen hacer y entrega como reportero gráfico y también como corresponsal de prensa.

Pero en el Agaete de mis amores no siempre las acciones y las relaciones fueron idílicas, a pesar del paisaje envolvente que a poco que te descuidas te atrapa y subyuga sobre todo a quienes se entregan a la actividad creativa necesitada de inspiración.

También hubo desencuentros de cuyo desarrollo y trascendencia se hizo eco la prensa, destacando el rifirrafe entre los partidarios de conservar y remozar la ermita del Puerto de las Nieves que se encontraba en estado de abandono, frente a quienes pretendían, junto con el cura párroco, erigir una gran basílica sobre el mismo solar aprovechando la efervescencia religiosa que supuso entre la feligresía el descubrimiento de la auténtica pintura flamenca de la Virgen de las Nieves en el año 1963, a sabiendas de que los auténticos problemas de Agaete eran otros y de mayor calado como lo fueron la diáspora de muchas familias agaetenses hacia otros lugares de Gran Canaria en busca de trabajo, la falta de alumbrado público que se prolongaría hasta principios de los años 70 y que obligaría a mi generación a estudiar a la luz de las velas, y la nueva carretera del Norte, cuyo trazado sólo estaba previsto desde Las Palmas capital hasta Bañaderos por la variante de El Rincón, presionando la Delegación Local del Centro de Iniciativas y Turismo y algunas personas vinculadas a la Villa para que se prolongara hasta Agaete, porque sin luz y sin carretera era imposible engancharse al desarrollo económico que supuestamente ofrecía el turismo, y porque según las estadísticas dicha carretera estaba considerada «… la autopista de más rentabilidad económica de España por la cantidad de kilómetros que se ganaría en un trayecto tan corto y en una zona del máximo interés, tanto en el aspecto agrícola e industrial, como en el turístico».

El paisaje

Contaba Paco Rivero que su atracción por Agaete databa desde mediados de los años sesenta del siglo pasado, en los que conjuntamente con el tipismo y el pintoresquismo exigido por los cánones turísticos promocionales, a los que la Villa Marinera se ajustaba perfectamente, se sumaba el paisaje y el paisanaje cual perita en dulce para un joven guíense inquieto, con un juguete en sus manos a la vez que un instrumento de trabajo como lo era su cámara fotográfica, ávido por devorar el paisaje y absorber toda el agua del mar sin descuidar el trato por la fuente de conocimientos que suponían las personalidades sobresalientes en el ámbito insular y local de la cultura, el turismo y el periodismo especialmente, como era el caso de algunos pregoneros de las Fiestas de las Nieves, a pesar de que entonces era costumbre hacerlo a través de los micrófonos de las emisoras de radio instaladas en la capital.

Tal fue el caso de don Juan del Río Ayala en el año 1965, vinculado al Centro de Iniciativas y Turismo, quien expresaba a través de las ondas radiofónicas que si no hubiese sido por la razón de que la difusión del pregón llegara a más gente, su intención era haberlo pronunciado de manera presencial empuñando un gajo de pino traído de Tamadaba, esperando como cualquier agaetense a que explotara el volador que marca el comienzo de La Rama, continuando con un cántico enardecido al paisaje del municipio: «… la natural característica de canariedad que ostenta la villa de Agaete tiene, en sí, un sello especial que la distingue y la peculiariza: caserío ingenuo dispuesto en anfiteatro sobre un paisaje rocoso, que comienza siendo árido y hosco para tornarse, a la entrada del incomparable valle, en pintoresco y bravío, dulce y agrio al mismo tiempo; colorismo bucólico en los cultivos subtropicales de sus vegas y reciedumbre áspera en los rocosos contrafuertes de los márgenes que alzan sus paredes verticales ganando alturas del orden de los mil metros».

El pregón del año 1966 corrió a cargo de don Teodoro Rodríguez y Rodríguez, cura párroco de la iglesia matriz de la Concepción en el casco urbano de Agaete, quien a pesar de ser un gran orador y estar pendiente el pueblo para escucharlo a través de la radio de cretona, quedó medio diluido porque los del mentidero hicieron correr el bulo que luego resultaría ser verdad, sobre su oposición a que las mujeres bailaran La Rama en pantalón y que la Banda de Agaete tocara la canción de moda en aquel verano como fue Juanita Banana, por considerar que su letra atentaba contra ¿la moral?, lo que evidenciaba la intromisión del nacionalcatolicismo en los actos profanos de la fiesta, que así se tildaba a la celebración de La Rama en aquellos tiempos.

Siguiéndole en orden cronológico, como pregonero en el año 1967 don José Antonio García Álamo, profesor e hijo del pueblo de Agaete, quien ostentaría pocos años después la alcaldía y promoviendo aquella movida cultural de la que Paco Rivero y su cámara dieron fe ilustrando con sus fotos los elogios firmadas por Alfredo Almeida y publicadas en la prensa, cantando al mar de Agaete, a los pescadores y a sus barcas cuando «…se quedan allá con sus marineros, mientras dura la noche, no ya tan quietas como entre los tacos de madera.

Ahora brincan, retozan sobre el agua; están en su ambiente, jugando con las olas, mientras el mar va llenando las redes de peces, tendidas entre las dos barquillas».

La creación del Premio Nacional para periodistas y fotógrafos de prensa, que mediante sus artículos y fotografías mejor pregonaran las realidades turísticas de Gran Canaria, impulsado por el Centro de Iniciativas y Turismo junto con la Delegación del mismo en Agaete, fue otro de los pasos previos para ir preparando el caldo de cultivo con las miras puestas en el año 1972, como así fue en aquella reunión en Agaete el 26 de mayo de 1967, de la que Paco Rivero tenía cumplida información porque a estas alturas de esa década y muchísimo más en la de 1970, su presencia como reportero gráfico en la prensa de Gran Canaria era constante, acrecentándose cuando ilustraba con sus fotos además de las noticias, otro de los textos de Alfredo Almeida a mayor honra y gloria de la Villa Marinera y de su Virgen de las Nieves: «¡Qué hermoso, es cantar así en estas playas agaetenses, mientras llega hasta nosotros, el olor fresco de la pesca! Oler ese aroma, hasta que el sol, se vaya escondiendo tras el horizonte, dejando el mar, como una paleta de pintor. El mar seguirá cantando y la luna, alumbrará, el santuario de la Virgen de las Nieves. Al son de las olas…»

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