San Bartolomé

"Mucha energía limpia, pero en Romeral y Juan Grande pagamos lo mismo y nos estamos envenenando"

Los vecinos avisan que con las obras de las plantas solares y las nubes de polvo estamos tragando hasta minerales"

Advierten que la situación es "insostenible" y que los extranjeros ya están vendiendo sus casas

Los vecinos de Juan Grande, hartos de 'morder' el polvo por los aerogeneradores

LP / DLP

Las reiteradas quejas de los vecinos de Juan Grande y el Castillo del Romeral por las nubes de tierra son una constante hace años. Están «hartos», no pueden más y piden «solución» a las nubes de polvo, torbellinos de tierra, una tormenta perfecta en la que se alinean el fuerte viento de la zona y el movimiento de tierras secas por las obras de instalación de placas solares o aerogeneradores. Hace 20 años, dicen, pero ahora se agudizan por la obra de Yerbabuena, que instala un parque fotovoltaico en Juan Grande.

El Ayuntamiento de San Bartolomé busca soluciones para que la empresa adopte medidas para minimizar el levantamiento de polvo. Pero los vecinos no se fían y avisan que algunos extranjeros ya han vendido casas. "Mucha energía renovable, pero el precio de la luz es el mismo", se quejan.

«Las personas se están enfermando. Mi hermana, a urgencias por tos y hemorragia», dijo ayer una de las afectadas. Afirman que «estamos tragando hasta virutas de metal mezcladas en el polvo, y encima, el precio de la luz es el mismo. ¿A quién quieren engañar?». Avisan igualmente que «algunos extranjeros que compraron dúplex por la tranquilidad, para venir en invierno, los están vendiendo ya. No esperaban esta tierra».

"Nadie hace nada"

Muchos lugareños y ninguno contento. «Te lo ofrezco hasta que te la meto, y ahora, una vez metida, oferta perdida». Así mismo lo relataba ayer el vecino de Castillo del Romeral, Agustín Trujillo, mientras paseaba a su madre, Flora Alemán Trujillo, que vive en una de las antiguas casetas de los pescadores que fueron rehabilitadas y cedidas a sus habitantes.  

Madre e hijo viven en segunda línea de mar en esta zona del sur grancanario, afectado por los vientos de sureste durante el verano, pero que «sirven para refrescar porque si no, no se podría vivir» con el calor del verano. Mientras pasea a su madre Flora, que luce un ligero morenito mientras anda despacito con su taca-taca, se les une Esperanza, también vecina. «Iba caminando el otro día por el Matorral y había una montaña así de grande (señalando un coche aparcado) y un hoyo tremendo. Al rato no había ni montaña ni nada, y el hoyo seguía vacío. Muchacho, eso se lo lleva el viento. A quién se le ocurre?» detallaba ayer en un día de respiro, porque lucía un sol espléndido, sin viento y no había atisbo de tierra en el aire.

«Muchas quejas, mucha manifestación, pero nadie hace nada. Aquí no ha venido ni el alcalde actual», dijo Esperanza, que de paso, lanzó otra puntilla como la rehabilitación de las piscinas: «Mucha boquilla, mucho salir en fotos en periódicos pero no hacen nada». 

Flora, por su parte, dijo que agradecía estos paseos que hacía con sus hijos, «cuando se puede». Pero lo peor son los días de confinamiento «por el terrerío este», indicaba a la par Agustín, que apostilló que «aquí estamos acostumbrados al viento, la calima como la de ayer. Pero no a esto. He visto al vecino de la casa de aquella esquina sacando carretillas cargadas de tierra recogida dentro de su casa». Trujillo también afirmó que algunos de los extranjeros que llegaron y compraron los dúplex «los están vendiendo. Más de uno vendió y otros ya están en venta». Y si cabe algo peor, indica, «es que el precio de la luz sigue igual. Valen las energías limpias, pero aquí el precio es el mismo».

En los restaurantes ubicados delante de las piscinas del Castillo del Romeral, más de lo mismo. «Esto no hay quien lo aguante», señalaba ayer Araceli, portavoz del Mamá Gata, uno de los locales. «Aquí por lo menos estamos un poco resguardados pero afecta igual», al tiempo que apostilla que «uno de los locales de restauración de Juan Grande tuvo que cerrar por la tierra de estos días».

Melanie Delgado vive por su parte en uno de los adosados que están expuestos al viento, y por ende, al terrerío. «Muchos vecinos no abren puertas ni ventanas de sus casas porque es insoportable», lo que se vuelve calvario en días de extremo calor. «Por ejemplo, en Inglaterra existen normativas para que cuando se realizan obras de este tipo, el terreno debe permanecer cubierto para precisamente evitar que la tierra se la lleve el aire». Destaca también que «no solo estamos tragando polvo, sino virutas de metal de las obras que llegan mezcladas». A la conversación se van uniendo más vecinos, como Noemí y Ruth Santana y Francisco Martín, de la calle Bichero. Además de secundar las quejas anteriores, Noemí ideó ya, por reír y no llorar, «recoger con palas la tierra para hacer una piscina», y Martín se preguntó: «Estamos aguantando, a favor de energías limpias, ¿Pero en qué nos ayuda si pagamos lo mismo y nos estamos envenenando?». 

Suscríbete para seguir leyendo