Agüimes

Justo Méndez, un invidente entre los tomates y los cupones en Gran Canaria

Méndez nació ciego, en 1937, recuperó algo la vista con cinco años y tras una dura niñez

A los 19 empezó fue el primero en vender cupones Arinaga, cuando había 4 desde Telde a La Aldea

Justo, en la avenida Polizón de Arinaga.

Justo, en la avenida Polizón de Arinaga. / La Provincia

Justo Méndez nació ciego, en Fuerteventura, en 1937, uno después de estallar la Guerra Civil. Por la gran sequía su familia se trasladó a Gran Canaria, al Sureste, y recalaron en Arinaga

A los cinco años y tras algunas intervenciones quirúrgicas empezó a vislumbrar algunas formas y colores. Años de trabajo desde niño, incluso en los hornos de cal, lo llevaron con 19 años, con secuelas en la vista de por vida, a convertirse en el primer vendedor de la Organización Nacional de Ciegos de España (ONCE) de Arinaga y del Sureste. Eran cuatro de Telde a La Aldea. Y solo sobrevive hoy día él. Vendía en Vecindario, porque en Arinaga «había tres casas y nada de dinero». Otorgó muchos premios e incluso ganó alguno. 

 Cumplió 87 años el pasado sábado día 10 y lo celebró el día de carnaval de calle de Arinaga, con su familia, mientras sus vecinos de siempre se desvivieron con felicitaciones. Sentado en su banco de la avenida Polizón, al que es asiduo todos los días, le caían elogios hasta ayer, por «su buen hacer y su bondad» decía un amigo y vecino, Arístides, que lo ha bautizado como alcalde pedáneo

En su banco

Sentados a su lado, uno de sus amigos de siempre lo definía como «un gran hombre» con una gran vida, que corroboró después su mujer, Antonia Trujillo, que procede de Telde y trabajó en los almacenes de tomates. Tienen dos hijas, Victoria y Doris y tres nietas «todas mujeres», dice sonriendo Justo. Su trabajo en la ONCE fue el último. En esta organización fue presidente del comité de empresa hasta 2002, cuando se jubiló

 Ha encajado una vida de trabajo de la que solo habla bien, a pesar de las penurias de la época, «sin electricidad ni agua corriente». Con el «gofio de millo paletúo (por la forma alargada del millo) que mandaba Evita Perón desde Argentina sobrevivíamos. Íbamos al ayuntamiento, en Agüimes a recoger las cartillas de racionamiento y gracias a eso. Era lo único que teníamos, el gofio con leche, así nos alimentamos todos años y años», recordó Justo. Y apuntó que «el que tenía un terreno de millos lo tenía todo, era rico». Recuerda que «Franco ordenó que tras la zafra, los terrenos debían servir para plantar millo. El que lo hizo tenía la vida garantizada».

 En sus empleos anteriores a estar en la ONCE y «por necesidad», «trabajé de todo».  Recuerda cómo de niño sacaba el dinero que podía trabajando «como agricultor, en la construcción y también en los hornos de cal», que hoy quedan como un museo al aire libre al final de la avenida de Arinaga.

«Era un trabajo muy duro. Había que echar una capa de piedra de cal, otra de carbón y así se quemaba. Las piedras de cal se rompía y el polvo resultante, que quemaba muchísimo, teníamos que trasladarlo hasta un camión para llevarlo a las obras».

 Justo se casó con más de 30 años, «es que no me lo había planteado, tuve varias pretendientas, pero no me lo pensé hasta esa edad, ya quería asentarme», explicaba mientras se reía. Al poco llegó su esposa, Antonia Trujillo que lanzó un: «Mira, vine a buscarlo, porque si es por él está todo el día en la calle», dijo risueña, al tiempo que aclaró, que «eh, que yo también tuve más pretendientes antes de casarme contigo». 

El primer recuerdo de Justo cuando recuperó un poco de la vista, con cinco años, fue un simple papel, era rojo, le llamó la atención y lo guardó durante años.  

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