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El Náutico vuelve a plantearse su futuro

El club cambió de sede a comienzos de la década de 1960 ante el crecimiento de La Luz | El Puerto propuso trasladar sus instalaciones al Muelle Deportivo en 2002

Vista de la piscina y la marina del Club Náutico de Gran Canaria, construidos en suelo otorgado en concesión por la Autoridad Portuaria de Las Palmas. | | ANDRÉS CRUZ

“El nuevo Real Club Náutico de Gran Canaria será uno de los mejores de Europa”, titulaba la prensa local a comienzos de la década de 1960. La institución, creada medio siglo antes y alojada hasta entonces en un palafito sobre las aguas de Santa Catalina, estaba a punto de culminar las obras de su nueva sede en la playa de Alcaravaneras, unas instalaciones en propiedad que con el paso del tiempo se fueron ampliando con concesiones de suelo público hasta conformar un gran recinto de más de 50.000 metros cuadrados. Con la caducidad a punto de cumplirse, la Autoridad Portuaria de Las Palmas ha rechazado una ampliación del plazo de uso solicitada por el club y a cambio le propone comprar parte de esos terrenos y alquilar solo la marina. Sesenta años después, el Náutico tendrá que volver a plantearse su futuro.

El club había nacido en marzo de 1908 con la vista puesta en las regatas conmemorativas de los viajes de Colón que ese verano debían partir de Palos de Moguer “y el deseo de que Las Palmas tome honrosa participación en las mismas”, según quedó recogido en el acta de constitución, aunque aún sin sede definitiva más allá de un local alquilado en la calle Travieso, de acuerdo con los historiadores Manuel Ramírez y Encarna Galván, autores del libro El Real Club Náutico de Gran Canaria 1908-2000. En cualquier caso, el palafito de Santa Catalina llegaría pronto: “Se ha levantado en menos de ocho meses un edificio suntuoso, verdaderamente notable”, publicó el Diario de Las Palmas a finales de aquel año.

Aquella costosa construcción junto al muelle -“120.000 pesetas, cantidad suficiente para llevar la desanimación al más atrevido y al más entusiasta”, continuaba el vespertino- se convirtió en lugar oficioso de recepción para los visitantes ilustres que llegaban a la Isla. Ramírez lo describió en su día como la “misión de antesala de la ciudad”, una de las tres que junto al deporte náutico y la participación en el quehacer de la ciudad conforman, a su juicio, la razón de ser del Náutico.

Primera mudanza

La sede de Santa Catalina resistió varias décadas, pero a mediados de siglo ya daba señales de agotamiento, tanto por su exposición constante al mar como por el propio crecimiento del Puerto, que necesitaba continuar ampliando sus instalaciones. “La prestigiosa y veterana sociedad se ha ido quedando rezagada en el proceso de creciente modernización que experimenta la población y de modo particular la barriada del Puerto”, advertía el Diario de Las Palmas en junio de 1953. La solución llegaría en Alcaravaneras, la playa cuyas arenas habían emergido gracias a la construcción de los diques de La Luz, por lo que el traslado no estuvo exento de polémica.

50 pesetas y una historia centenaria

En el barrio preocupaba el edificio, ubicado “en el mejor trozo de la playa”, como advertía un bañista que envió una carta al director del Diario de Las Palmas en otoño de 1958. “Con esto, una entidad particular, una minoría de la población al fin y al cabo, se va a beneficiar al tener para ella sola una playa que al resto le hará falta y que, aún contando con esa parte que le han quitado le es insuficiente”, criticaba.

Las dudas no solo venían de fuera. Había quienes, desde dentro del club, planteaban que la opción elegida no era la más adecuada para el futuro del Náutico. “Debemos aceptar el consejo de una alta personalidad isleña cuando nos dice, sin cesar, ‘proyectemos para más de 50 años”, advertía el socio Juan Hernández Ramos en un artículo publicado en octubre de 1958. “Si esta previsión no se tiene en cuenta, pronto los hechos desbordan las mezquinas realizaciones y luego vuelta a querer empezar, cuando puede que sea tarde”.

Del tranvía al Náutico

Su propuesta trasladaba la sede al sur de la playa, en un emplazamiento cercano al que en la actualidad ocupa otro club marítimo, el Varadero, como solución para no repetir lo que había ocurrido medio siglo atrás: “Pasa con el club actual y pasará, dentro de 50 años, con el nuevo club que va a construirse”. Ramos concluía con un vaticinio: “Posiblemente entonces no responderá a su cometido y, en cambio, se habrá tragado una buena parte de la playa”.

La construcción del Náutico en su emplazamiento actual tuvo lugar después de que el Ayuntamiento le permutara unos terrenos donde el club ya había comenzado a construir, al norte del arenal, por los antiguos talleres del tranvía que se usaban como depósitos municipales. Sobre ese suelo, el mismo que actualmente tiene en propiedad, el club levantó un singular edificio diseñado por Manuel de la Peña, autor también de varias construcciones significativas de la ciudad y la Isla que ejemplifican la eclosión turística en Gran Canaria en la segunda mitad del siglo XX.

El arquitecto creó un edificio con dos plantas aterrazadas sobre la bahía en el que los pilares y las vigas se convirtieron en elementos de identidad. Su maestría ha sido objeto de tesis doctorales como la que realizó José Luis Padrón. Sobre el Náutico, el autor considera que “reproduce aquel comentario compartido de hacer fácil lo más difícil”. Además de los detalles de calidad que salpican toda la construcción, De la Peña también supo conjugar la arquitectura con las artes plásticas contemporáneas en la sede del Náutico y encargó a los por entonces jovencísimos César Manrique y Pepe Dámaso sendos murales que continúan resaltando entre las sobrias líneas del resto del conjunto.

Proyectos nunca ejecutados

El Náutico ganó un icono de la arquitectura moderna gracias a la mudanza, pero perdió la conexión directa con el mar de la que había disfrutado en el palafito. Durante décadas resolvió esa ausencia con un pantalán alquilado en el Muelle Deportivo y gracias al propio varadero que pudieron edificar al ampliar hacia el mar la concesión de suelo portuario, pero las sucesivas juntas directivas lo mantenían como propósito.

En otro de los libros que han dedicado a la historia del club, Ramírez y Galván destacan una propuesta elevada al Ministerio de Obras Públicas en 1973, así como otra de 1978 similar a la marina actual, pero sobre todo la de 1994, que incluía un puerto deportivo con edificios administrativos y establecimientos comerciales. El anteproyecto “tropezó con serias dificultades tanto administrativas como sociales”, de acuerdo con los historiadores.

El Náutico vuelve a plantearse su futuro | QUIQUE CURBELO/FEDAC/GRAFCAN

Las reticencias de la Autoridad Portuaria a construir una infraestructura de 350 amarres náuticos en un puerto de creciente actividad comercial llevó a la administración a proponer a comienzos de este siglo el traslado de Alcaravaneras al Muelle Deportivo, que sería ampliado para la ocasión. El Puerto se encargaría de ejecutar toda la obra marítima de los diques y el relleno de las explanadas, que serían concesionadas durante 30 años al club para que levantara su nueva sede, según publicó LA PROVINCIA en mayo de 2002.

La institución estudió a fondo el plan para dejar la playa y trasladarse al Muelle Deportivo

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Aunque finalmente esta solución nunca se llevó a cabo, el Náutico la estudió a fondo. Por un lado, encargó a Félix Juan Bordes un modificado del proyecto presentado por los técnicos de los Puertos de Las Palmas y por otro, también comisionó un análisis sobre el futuro de la sede de la playa al estudio de Joaquín Casariego y Elsa Guerra, pero un relevo en la presidencia de la Autoridad Portuaria en 2004 hizo que se paralizaran todos los planes.

La solución definitiva la paradoja de un club náutico sin amarres llegó avanzada la primera década de este siglo, tras algunos años de obras y paralizaciones. El Puerto se encargó de construir la explanada de 5.000 metros donde hoy descansan las pequeñas embarcaciones náuticas y un dique de abrigo de 100 metros y la entidad deportiva, de su cierre y de la instalación de los pantalanes. La obra, inaugurada en 2008, es la última ampliación de una institución que antes de 2028 tendrá que volver a decidir sobre su futuro.

Las ‘barbas del vecino’ están en Baleares

La situación que afronta el Club Náutico de Gran Canaria no es única en España. Otras instituciones similares están teniendo que asumir el final de sus concesiones portuarias entre informes jurídicos y sentencias de los tribunales que ponen en duda su continuidad. Los dos casos más recientes han tenido lugar en Baleares, donde el sector náutico es un lucrativo negocio. En Mallorca, la Abogacía del Estado emitió a comienzos de este mes un informe en el que rechaza la posibilidad de renovar la concesión del Náutico, que caduca a finales de 2022, porque considera que ni siquiera es tal concesión, sino una encomienda de gestión. La Autoridad Portuaria de Baleares (APB) está a la espera en estos momentos de un informe vinculante de Puertos del Estado. En ese mismo archipiélago, pero en Ibiza, el Náutico ha visto cómo los tribunales frenaban la renovación del espacio portuario que gestiona desde 1970. El Tribunal Superior de Justicia de Baleares rechazó el año pasado esa ampliación de plazo tras los contenciosos presentados por otra empresa que aspiraba a hacerse con la concesión y se sintió perjudicada por las decisiones de la APB.

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