Crónica

Cuando el pasado resucita

Varios sucesos de la crónica negra de la ciudad, acontecidos hace más de un siglo, demuestran que cualquier tiempo pasado no siempre fue mejor

Tramo de la calle Doctor Chil entre Reyes Católicos y la plaza de San Agustín. | | ANDRÉS CRUZ

Tramo de la calle Doctor Chil entre Reyes Católicos y la plaza de San Agustín. | | ANDRÉS CRUZ / Fabio García

Fabio García

Durante estos últimos días ha sido casi imposible andar por la calle sin tropezarse con alguna conversación acerca de la situación política. Crispación, clientelismo, juventud incendiaria y violenta eran tan sólo algunas de las etiquetas que repetían una y otra vez quienes hablaban de la actualidad. «Jamás se ha visto nada semejante» repetían algunos, «este clima de terror y anarquía es inédito», añadían otros.

Quizás por eso decidimos recorrer vías más tranquilas y menos transitadas y tras unos minutos andando por ese remanso de paz que es Vegueta llegamos a la calle Doctor Chil.

Una vez en el tramo que une la calle Reyes Católicos con la Plaza de San Agustín mi acompañante se paró y señalando la acera de enfrente dijo:

-Justo aquí, entre las seis y media y siete del sábado 2 de noviembre 1907, aconteció un suceso que aunque haya quedado relegado al olvido supuso un escándalo monumental.

-¿Qué fue lo que ocurrió?

-Se esperaba que aquella tarde el presidente de la audiencia, Leandro Prieto, revelase quién iba a ocupar la judicatura de Las Palmas, cargo que, al igual que otros solicitantes, había pedido el letrado Ignacio Díaz Lorenzo, ex alcalde de la ciudad. Al parecer, existían viejas rencillas entre ambos, de modo que aquella tarde, cuando Ignacio bajaba por la calle del Colegio –actual Doctor Chil– en dirección a la audiencia para averiguar si había sido nombrado juez, vio que por su misma acera subía Leandro Prieto. Tras intercambiar algunas palabras, no precisamente de cortesía, el letrado propinó una lluvia de bastonazos al presidente de la audiencia en la cabeza y el cuerpo. Cuando el hijo y tocayo del agresor –un teniente de milicias de veintitrés años que en ese preciso instante abandonaba la audiencia al saber que el nombramiento no se había producido aún– llegó a la escena de la agresión, lejos de separarlos se sumó a ella con el resultado de que la víctima acabó desplomándose.

-¿Pero murió?

-Afortunadamente no.

-Entonces sólo fue un asalto.

-Evidentemente la anécdota no tendría ninguna trascendencia si apenas once años después, aquel mismo joven, ya convertido en arrendatario del Teatro Pérez Galdós, no hubiese sido uno de los responsables de su incendio junto a sus aún más jóvenes socios, el empresario ilicitano Fermín Martínez Meléndez y Domingo Navarro y Navarro, sobrino de Eusebio Navarro.

-¿El incendio del teatro fue intencionado?

-En absoluto. El 28 de junio, diez días antes de tener que entregar sus llaves al Ayuntamiento por finalización de contrato, los tres socios acudieron al edificio para retirar algunos objetos de su propiedad. Una vez solos en el almacén de utilería expresaron su preocupación por el hecho de no poder devolver el inmueble en las mismas condiciones que lo habían recibido. Se cuenta que rodeados del atrezo, Ignacio encendió un fósforo sugiriendo, más en broma que en serio, que la solución a todos sus problemas sería un incendio fortuito, ya que el local estaba asegurado. Pero la chanza se convirtió en realidad cuando por accidente, la cerilla calló sobre un cúmulo de carteles que se encontraban a su lado. Tras intentar apagar el fuego, sin éxito, y viendo que las llamas no sólo engullían el almacén sino que amenazaban con devorarlos a ellos, escaparon por la puerta trasera del teatro que en pocos minutos quedó envuelto en llamas.

-¡Increíble!

España estaba sumida en la crisis de la Restauración, el bipartidismo había saltado por los aires, la Guerra Mundial había producido inflación y los catalanistas se preparaban a dar un paso más en sus demandas

-Pues no acaba ahí la cosa, tres meses antes, otro sábado, 30 de marzo, también por la tarde, su hermano pequeño, Fernando, de treinta y un años y teniente de milicias como él, mató a su esposa Dolores Moreno de Castro en la calle de San Francisco, actual General Bravo, cuando esta se dirigía, acompañada de su madre, a visitar a sus dos hijas.

-¿Otro caso de violencia domestica?

-De manual. Desde hacía poco más de un año el matrimonio había quedado disuelto, con lo que, por orden judicial, Dolores residía en casa de su madre y las niñas internas en el Colegio del Carmen situado en la calle Doctor Domingo Déniz mientras se resolvía la demanda de divorcio entablada por su esposo. Hacía varias semanas que el juez había accedido a que ella visitase a sus hijas dos veces al mes, a lo cual se oponía su marido, que en aquel momento se encontraba en el Gabinete Literario. No en vano, cuando vio a su esposa acompañada de su suegra andando por Dr. Domingo Déniz atravesó la Alameda de Colón para obligarlas a volver a su casa en la calle Pérez Galdós. Luego, a la altura de lo que antaño era el Cuartel de San Francisco –el actual conservatorio– sacó una navaja y acercándose a ella por detrás le asestó una puñalada en el pecho, cerca del corazón. La joven dio dos pasos y cayó al suelo como Leandro Prieto mientras su madre gritaba pidiendo auxilio.

-Pero eso son sólo hechos aislados –repliqué–, que no guardan ninguna relación con el clima de crispación política que vivimos actualmente.

-¿Estás seguro? Quizás toda aquella violencia era reflejo de la que se vivía a nivel nacional. Por aquel entonces España se encontraba sumida en la crisis de la Restauración, que constituyó la etapa final del periodo constitucional del reinado de Alfonso XIII. El bipartidismo que hasta entonces había gobernado el país acababa de saltar por los aires, la Primera Guerra Mundial había producido una escalada de precios condenando el país al desabastecimiento y como consecuencia del fracaso del Gobierno Nacional de Maura, los catalanistas se preparaban a dar un paso más en sus demandas organizando una campaña en pro de la autonomía integral que conmovería hasta sus cimientos la escena política. ¿Te suena a algo?

-Claro que sí, pero tengo una pregunta, ¿qué pasó con los hermanos Díaz?

-Ignacio fue indultado en 1912 y Fernando en 1921.

-¿Después de aquello los dejaron en libertad?

-Como pájaros sin jaula.

-Entonces tienes toda la razón, en más de cien años las cosas no han cambiado tanto.

-Sólo hay que leer a Galdós para comprobarlo.

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