Crónicas de un rompesuelas

Los santos indecentes

Un paseo durante el día de los Santos Inocentes llevó a rememorar una antigua tradición catedralicia relacionada con dicha fecha

Fachada del coro de la Catedral de Canarias, en la calle Obispo Codina de Las Palmas de Gran Canaria. | | JOSÉ CARLOS GUERRA

Fachada del coro de la Catedral de Canarias, en la calle Obispo Codina de Las Palmas de Gran Canaria. | | JOSÉ CARLOS GUERRA / Fabio García

Fabio García

El 28 de diciembre paseaba por Vegueta cuando andando por la calle Obispo Codina me encontré con un compañero, profesor de historia, que siguiendo la tradición del veintiocho de diciembre intentó colarme una inocentada.

-Te juro que es verdad –añadió con gesto serio.

-Por favor, no insistas –respondí– sé qué día es hoy.

Entonces comenzamos a hablar del origen de los Santos Inocentes, y por deformación profesional o amor a su trabajo, si es que hay alguna diferencia entre ambos, me impartió una lección de historia:

-Como tantas festividades de este mes tiene un origen bíblico. Cuando los magos de Oriente llegaron a Jerusalén se dirigieron a Herodes preguntándole dónde estaba el rey de los judíos que acababa de nacer. Pero el monarca, temiendo que aquel niño pudiera disputarle el trono, les rogó que una vez lo hallasen volvieran a comunicarle su paradero para ir a rendirle homenaje, pero póstumo. Los magos ignoraban por completo sus intenciones hasta que fueron advertidos en sueños, así que tras adorar al Mesías regresaron a su tierra y Herodes, al verse engañado, ordenó ejecutar a todos los menores de dos años de Belén y sus alrededores para tratar de eliminar a su futuro rival.

-No es posible que las inocentadas provengan de una tragedia tan lúgubre –repliqué.

-¿Por qué no? La festividad tiene su origen en la alegría con que los monaguillos del medievo conmemoraban anualmente la inocentada que los magos gastaron a Herodes haciendo otras, aunque con el tiempo aprovecharan la fecha para convertirla en un ajuste cuentas.

-¿Cómo?

-Vengándose de todos los castigos que habían sufrido a lo largo del año por sus diabluras. Naturalmente, aquellos excesos llevaron a su prohibición, pero para entonces la costumbre se había propagado por toda la sociedad.

-¿Y de qué modo se secularizó?

-Llegado este día, muchos adultos que habían sido monaguillos continuaron gastando bromas hasta convertirlas en una moda, que, como todas, se extendió como la pólvora, de modo que todo el mundo empezó a gastar bromas, aunque primando siempre las más infantiles, consideradas por ello ‘inocentadas’, es decir, travesuras, porque el día de los Santos Inocentes consiste en una suerte de reivindicación de la infancia, inocente por naturaleza, cruelmente cercenada durante aquella matanza.

Como tantas festividades religiosas, el día de los Santos Inocentes tiene su origen en una celebración pagana, las saturnales

-No creo que haya nada más opuesto al carácter jocoso y festivo de las inocentadas que ese dudoso origen –contesté. Si así fuera, esta debería ser una fecha marcada por el luto, además, ¿si todo sucedió tras la visita de los magos no tendría que celebrarse después del seis de enero? La prueba de que las inocentadas no tienen nada que ver con esa matanza, fruto de la imaginación, la tienes aquí –dije señalando los restos del desaparecido coro de la catedral, que cierran el jardín del palacio episcopal– porque este día, los niños cantores de esta catedral gastaban unas bromas que no tenían nada de inocentes.

-¿Como por ejemplo? –preguntó.

-Se paseaban por la catedral disfrazados de eclesiásticos, con manteos, bonetes y arrastrando largas colas, lo cual sacaba de quicio a los canónigos a quienes ponían cuernos en los respaldos de sus asientos o en los hábitos de aquellos por los que sentían menos simpatías. Y por si fuera poco, introducían en el coro a graciosos y payasos de oficio junto a los cuales se dedicaban a ladrar, rebuznar y maullar durante las oraciones litúrgicas ahogando los cantos religiosos.

¿Si tenían tantas ganas de bromear, por qué no se limitaban a llenar la catedral remedando sonidos más bellos, como los cantos de las aves por ejemplo?

-Porque imitando la voz del asno, el perro y el gato, emulaban al trío que en aquella época encarnaba la lujuria o lo que es lo mismo el pecado contra la castidad, uno de los tres votos, cuando no a su instigador, el diablo.

-¡Toleraban esos sacrilegios en el mayor recinto sagrado del archipiélago!

-Sin ponerles freno alguno, porque el día de los Santos Inocentes formaba parte de las denominadas ‘fiestas de los locos’, organizadas en el interior de los templos por el clero.

-¿Los curas participaban?

-E incluso las promovían. Verás, como tantas festividades aparentemente cristianas, el 28D tiene un origen pagano, que se encuentra en una celebración romana que también caía a finales de este mes.

-¿Las saturnales?

-Efectivamente. Como bien sabes, durante esos festejos los esclavos mandaban sobre sus amos quienes debían servirles, creando un mundo al revés en el que se admitía toda clase de locuras, chanzas y cómo no, bromas pesadas. El día de los Santos Inocentes no es sino una cristianización de las saturnales, que suponían una hábil forma de relajar las normas y jerarquías sociales mediante una breve inversión de roles. Por algo saturnal es sinónimo de orgía desenfrenada.

-Ahórrate las explicaciones –me interrumpió–, conozco las saturnales, eran fiestas muy antiguas, anteriores incluso a la fundación de Roma, realizadas con el fin de restaurar momentáneamente la igualdad que, según la leyenda, había imperado durante aquella mítica edad de oro que fue el reinado de Saturno, en cuyo honor se celebraban, por eso se subvertía el poder de los amos sobre sus esclavos.

-¿Estás afirmando que evocaban aquella etapa inicial de la humanidad en que, de acuerdo con el mito, todos los hombres eran iguales? –pregunté.

-Sin lugar a dudas.

-Pues vuelves a equivocarte, ya que, como acabas de señalar, la jerarquía no se eliminaba, tan sólo se invertía. Por eso, para entender esta festividad hay que compararla con otras con las que está vinculado, donde los rangos más inferiores de la jerarquía eclesiástica se entregaban a los mayores dislates, parodiando no sólo a sus superiores sino hasta la liturgia.

-No sé a qué festividades te refieres.

-Pues la más famosa es la del obispillo, que se celebraba en Tenerife y aún sigue celebrándose en diversas localidades de la Península, consistente en elegir a un monaguillo que tras ser ataviado como un obispo, con mitra y báculo incluidos, recibe su autoridad, o la mucho menos célebre fiesta del asno, llamada así porque con la excusa de conmemorar su papel en la huida a Egipto, se le introducía en el coro de las iglesias, donde además de cederle el lugar de honor, era venerado mientras acompañaba los cantos con sus rebuznos.

Al oír aquello volvió a preguntar asombrado:

-¿Cómo es posible que tales celebraciones, totalmente blasfemas, no sólo fueran consentidas sino fomentadas por el alto clero y para colmo uno tan poco tolerante como el del medievo?

-Porque, como has podido comprobar, en todas ellas se aprecia un componente perverso que hacía las delicias de la plebe al satisfacer sus más bajos instintos. Y esa era su función: canalizar esos instintos volviéndolos inocuos, o si lo prefieres inocentes, al liberarlos breve y limitadamente.

-¿Como una válvula de escape?

-Exactamente, como una válvula de escape. Por eso la Iglesia adaptó las saturnales dándole un ligero barniz cristiano al ocultarla bajo un episodio evangélico, pero no uno cualquiera sino el más luctuoso.

-¿Y por qué se ha acabado olvidando la costumbre de invertir las jerarquías y no la de gastar bromas?

-Porque al volverse totalmente inútil este día ha perdido su objetivo. Los instintos más bajos ya no pueden volver a canalizarse tras haber campado a sus anchas demasiado tiempo. Vivimos la jornada de los Santos Inocentes a diario, protagonizada por niños y jóvenes que rechazan frontalmente cualquier autoridad, ya sea religiosa, ética o moral.

-¡Qué nos lo digan a nosotros que somos profesores!

Tras despedirnos se dio la vuelta y cuál no sería mi sorpresa cuando vi, pegado a su espalda, un monigote de papel. ¡Inocente, inocente!, estuve a punto de gritarle, y en el más amplio sentido del término.

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