Lorenzo Olarte, más leal que San Pedro

Canarias despide a un político excepcional

Fernando Canellada

Fernando Canellada

“Me hubiera cambiado por él”, sollozaba entre lágrimas Lorenzo Olarte el día de la muerte de Guillermo García-Alcalde. Hombre de profundas convicciones religiosas, con parentesco familiar por parte de esposa con el Padre Anchieta, hace tiempo que esperaba la recompensa de la gloria eterna, como él mismo decía, que Dios dispusiera, “y que disponga pronto”. Ese era Lorenzo Olarte en su ancianidad. Antes lo había sido todo. Gobernadores, diputados, obispos, empresarios, académicos, escritores, periodistas, oportunistas y esbirros de variada condición le rindieron pleitesía en su tiempo de triunfo político. Fue todo. En Gran Canaria reinó sin trono, ofició sin altar, bendijo sin hisopo y encantó hasta las serpientes.

Su final quizás revele la falta de memoria de la sociedad a la que sirvió. Cometió errores, pero el balance de su carrera política es, a juicio de quien suscribe, abrumadoramente positivo. Otro vendrá que bueno te hará, se suele decir.

Era un político nato, inteligente, intuitivo, audaz y atrevido con firmes dotes de mando. “Más leal que San Pedro”. Se definía Lorenzo Olarte Cullen en uno de los últimos encuentros compartidos en el Hotel Iberia. Hacía esa definición al coincidir nuestro encuentro el 23F, cuarenta y dos años después del golpe de Tejero y rememorando aquellas horas de la intentona golpista. Olarte era diputado y los guardias civiles le ofrecieron abandonar el hemiciclo, a lo que se negó. Uno de aquellos acompañantes de Tejero, que lo conocía y respetaba, lo condujo a una sala en la que lo presentaron como íntimo amigo de Adolfo Suárez. Él confesó sin dudarlo y con toda la honra política. No negó tres veces como San Pedro. Ese relato personal le define en sus amores, en la fe y en la política. La familia completa su existencia. Una familia en la que entronizó siempre a su padre Ramón Olarte Magdalena.

El rasgo diferencial que distinguía a Lorenzo Olarte de otros políticos es que ha vivido siempre para la política, hasta los noventa años, edad a la que llegó con añoranza de poder defender en el Congreso o en el Parlamento de Canarias una moción como su amigo y excompañero Ramón Tamames.

Lorenzo Olarte, por encima de sus muchos méritos cívicos, jurídicos o ciudadanos, ha sido un político excepcional. En el sentido orteguiano “al genio de la política, separándolo del hombre público vulgar”. Con Olarte desaparece una figura clave en el impulso de la democracia en Canarias, que supo desde el primer momento que el franquismo le tacharía de traidor.

De la ley a la ley

Un miembro de la clase política del franquismo que supo entender que la sociedad canaria demandaba espacios de libertad que la dictadura había abortado. Se implicó en el empeño de abrir vías en el Estado del 18 de julio para posibilitar su desaparición. Fue ponente de la ley de Reforma Democrática, la que había elaborado Torcuato Fernández-Miranda para pasar de la “ley a la ley” y dar legitimidad a Juan Carlos I y sin que mediara perjurio por parte del Rey. Otra de sus debilidades. Con el rey emérito y con su hijo seguía intercambiando mensajes.

Estamos ante un grancanario de vocación y gallego de nacimiento por accidente.

Estudiantes de Periodismo entrevistan a Lorenzo Olarte

Estudiantes de Periodismo entrevistan a Lorenzo Olarte / ANDRÉS CRUZ

Por el hecho de desempeñar responsabilidades de Gobierno o de prodigar abrazos con cualquier Jefe de Estado o Romano Pontífice, le reviste el concepto de estadista por su conocimiento de la ciencia del Derecho y la Política. Tenía ideas claras y precisas sobre la situación de los canarios. Y junto a sus virtudes, en este triste momento de su despedido, es obligado mencionar que ha sido un hombre que gozó de la memoria de lo pasado, demostró inteligencia en lo presente y fue providente para proyectos de futuro, que son realidad en este tiempo.

Su bolígrafo

Gran hombre cuyo ego está ocupado por obras, podríamos decir, transpersonales como la Feria del Atlántico, y la Universidad de las Palmas de Gran Canaria, con su propia firma y su propio bolígrafo. Consecuencia del peso político de una personalidad tan acusada y destacada es la profunda y fecunda huella que su dilatada presencia en la vida pública ha conseguido imprimir en la sociedad canaria.

Hombre de su tiempo, a caballo entre dos épocas, enarboló siempre como buen heredero de su padre represaliado por el franquismo, la bandera de su acendrada convicción reformadora, centrista, de lealtad eterna a la monarquía recuperada por Juan Carlos I y a la transición dirigida por Adolfo Suárez González, para contribuir a superar el régimen anterior y evitar la ruptura. Creo que era un monstruo de conocimiento en bruto y en el día de su muerte es de justicia recordarlo.

Ángeles Ojeda García y su recordado esposo Manuel del Castillo y del Castillo nos presentaron a Lorenzo Olarte en el restaurante Balalaika en la playa de Las Canteras hace unos quince años. Desde entonces hemos mantenido conversaciones, menos de las deseadas, sobre la historia reciente de las Islas. Sobre esta vida y la otra, a la que se encomendaba con una cruz de madera que llevaba en el pecho, como su último asidero antes de dejar este mundo.

Afecto ciudadano

Este gran hombre ha culminado una vida fecunda que resulta imposible resumir ni precisar en estas atropelladas líneas. Aunque el bien de la vida no radica en su extensión, sino en su uso, Lorenzo Olarte cumplió en todas las dimensiones. Su recuerdo permanecerá vivo entre quienes tuvimos la suerte de contar con su cercanía y de infinidad de anónimos ciudadanos de Gran Canaria que le saludaban con afecto y cariño por las calles; de los taxistas que lo trasladaba, atentos y cuidadosos, como si de un abuelo familiar se tratara, cuando ya era un anciano casi ciego, pero seguía siendo la señera figura de don Lorenzo, el gran presidente del Cabildo; el gran presidente de Canarias. Dios ha dispuesto, Lorenzo, tras la fiesta de La Candelaria, te ha escuchado, descansa en paz.