La ópera maldita

La quincuagésima séptima temporada de ópera de Las Palmas se abre con ‘Tosca’, una ópera con una historia tan tormentosa como la que representa

Cartel anunciador de ‘Tosca’ en la sede de Amigos Canarios de la Ópera. | | JUAN CASTRO

Cartel anunciador de ‘Tosca’ en la sede de Amigos Canarios de la Ópera. | | JUAN CASTRO / JC Castro

Paseaba con un amigo por la calle San Francisco cuando pasamos delante de la oficina de los Amigos Canarios de la Ópera. En la ventana, una pantalla digital anunciaba el programa de esta temporada, que comienza con Tosca de Puccini.

-Con esta van trece ocasiones que se programa aquí esa obra –dijo mi acompañante–, pues ha sido representada en diez temporadas del festival de ópera y en dos ocasiones más, lo cual, unido a que es considerada una obra con mal fario, hace que haya pocos espectáculos en la historia de nuestra ópera que hayan generado tantas anécdotas.

-¿Tosca tiene fama de gafe?

-Mucha, pero el motivo es que se presta a todo tipo de contratiempos. Que si el barítono no cierra a tiempo la ventana que da al patio del palacio Farnese, que si la soprano no deposita los candelabros en el suelo en el momento apropiado, que si el fusilamiento no resulta muy convincente, que si el final, que transcurre en segundos, parece demasiado precipitado y un largo etcétera. Todas esas quejas y muchas más se han formulado tras cada una de las funciones a las que he asistido durante mis largos años de aficionado.

-¿Cuándo se estrenó aquí?

-En noviembre de 1906, en el primer Teatro Pérez Galdós. El trío protagonista estaba formado por María Corti que encarnaba a Tosca, Giovacchini en la piel del barón Scarpia, jefe de la policía, y Enrique Goiri que hacía de Mario Cavadorosi. Mi madre, que asistió siendo apenas una niña, me contó que Corti era mejor actriz que cantante y Goiri un jugador del Athletic de Bilbao que murió poco después a los cuarenta y ocho años.

-¡Qué curioso!

-No tiene nada de extraño, otro tenor, Cristóbal Altube, era pastor hasta que haciendo la mili participó en un concierto organizado en su cuartel al que asistió Alfonso XIII. Todos quedaron tan admirados con su voz que lo matricularon en el Conservatorio de Madrid, desde donde se trasladaría a Milán para posteriormente cantar en los principales escenarios operísticos del viejo y nuevo mundo.

-¿Y el Pérez Galdós fue uno de ellos?

-Por supuesto. Ya era conocido y admirado en esta plaza cuando el veintiséis de abril de 1951, en el tercer acto de Tosca, hizo un gallo cantando ‘E lucevan le stelle’ que el público no le perdonó.

-¿Qué hicieron?

-Silbar y abuchear de mala manera. Aquella Tosca fue su última ópera, pues dos semanas después falleció con tan sólo cincuenta y dos años.

-¿De qué?

-De una angina de pecho según la medicina, de pena según sus allegados. Irónicamente esa aria es más conocida como ‘Adiós a la vida’.

-¿Tan difícil es?

-No especialmente, es expresiva pero no muy aguda. Lo que pasa es que es tan célebre que todos la aguardan con grandes expectativas que los cantantes no siempre cumplen. A ese respecto es famosísimo el escándalo protagonizado el siete de mayo de 1978 por José María Carreras cuando en la segunda función de Tosca de aquella temporada interrumpió esa misma aria exclamando: “¡Coño, así no se puede trabajar!”.

-¿Por qué?

-Según él, sonó un golpe en el interior, probablemente ocasionado por la puerta de un camerino, que lo distrajo, pero como no fue perceptible más allá del escenario, las primeras reacciones del público partieron de los pisos superiores y poco a poco se fueron extendiendo hacia abajo.

-¿Qué tipo de reacciones?

-Gritos exigiéndole respeto e increpaciones llamándolo maleducado, catalán y alguna que otra cosa más...

-¿Y cómo reaccionó él?

-No sabía qué hacer, pero finalmente se justificó diciendo: “precisamente es respeto al público lo que pido” o según otros “precisamente esto ha ocurrido por respeto a ustedes”. Lo único seguro es que el ambiente se fue calmando y cuando el silencio fue total, pidió al maestro que repitiera el aria que interpretó magníficamente, ganándose una merecida ovación. Al final de la obra las opiniones del respetable estaban divididas, para unos su conducta había sido intolerable, mientras otros lo defendían, pero los más entendidos se mostraron un tanto suspicaces.

-¿A qué se debían sus sospechas?

-Para ellos, Carreras, que aquel año no estaba en su mejor momento, había comenzado la frase con un profundo aliento, como si fuera a sostener un fiato larguísimo excediéndose en la toma de aire, lo cual suele ser un error si luego no se controla férreamente la emisión, pues puede sonar inexacta o forzada. De modo que sabiendo que había empezado mal e iba a acabar peor, se inventó esa excusa para comenzar de nuevo.

-¿Y qué crees que pasó realmente?

-Francamente, no lo sé, pues no estaba en primera fila, pero hablé con muchos de los allí presentes y ninguno oyó nada, aunque al día siguiente los ecos de la anécdota, que fue bautizada como ‘el coño de Carreras’, resonaban a lo largo del planeta.

-Supongo que no programarían Tosca en mucho tiempo.

-Todo lo contrario, unas semanas después, el último día de aquel mismo mes, volvió a representarse fuera del festival con ocasión del medio milenio de la fundación de la ciudad. El triángulo actoral estaba formado por Plácido Domingo, Anna Alexieva y Giuseppe Taddei, pero en la primera función, en el forcejeo entre aquellos dos últimos, que interpretaban a Tosca y Scarpia respectivamente, la peluca del barón cayó al suelo provocando las carcajadas de muchos espectadores.

-¡Debió haber sido bochornoso!

-Sí, pero Taddei, que era un gran barítono y con aquella representación sumaba medio millar de Toscas, se lo tomó con sentido del humor y cuando finalmente salió a escena a saludar se quitó la peluca como si fuera un sombrero en referencia al incidente. Además no era la primera vez que sucedía algo así. Tres años antes, durante el octavo festival, cuando la soprano sueca Birgit Nilsson, que debutaba en España, apuñaló a Scarpia, que encarnaba Ingvar Wixel, no solamente cayó al suelo él sino su peluca, que dejó al descubierto su reluciente calva y los dientes de los espectadores que se reían.

-Me da la impresión de que suelen haber muchos accidentes en esa escena.

-En efecto, Montserrat Caballé que aquí interpretó a Tosca por partida doble, en 1979 y 1984, tras apuñalar a Scarpia, debía colocar, como de costumbre, dos candelabros a ambos lados del cadáver y depositar un crucifijo sobre su pecho a modo de honras fúnebres, pero una mujer con su físico no pudo arrodillarse y menos aún arrojarse al vacío desde el castillo de Sant’Angelo –dijo señalando la pantalla digital–, así que imagínate cómo nos quedamos cuando vimos que no llevaba a cabo ninguno de esos dos gestos tan esperados.

-Y hablando de caídas, ¿no ha habido ninguna?

-Más que en un Vía Crucis, pero la más curiosa tuvo lugar en 1994. Durante el ensayo general, al final del primer acto, se armó un pleito tremendo entre la protagonista, Giovanna Casolla, y el director de escena, Gianpaolo Zennaro, de manera que la diva decidió continuar vestida de calle. El día del estreno, en las primeras escenas del último acto, el carcelero, encarnado por Leopoldo Rojas O’Donnell, al hacer mutis ya invisible para el público, resbaló a causa de un imprevisto: la cola del vestido de Tosca, ausente durante el ensayo, que ocupaba los escalones por donde debía descender. Al pisarla cayó por la escalera y el fanal de latón que portaba causó un estruendo que dejó perpleja a parte de la audiencia.

-¿No son demasiados accidentes para una misma ópera?

-Sin lugar a dudas y por eso los más supersticiosos aseguran que es víctima de una maldición.

-¿De quién?

-De Scarpia, que antes de morir maldice a Tosca.

-¿Y qué crees que sucederá en esta ocasión en la que se combina con un número tan aciago como el trece?

-Pase lo que pase valdrá la pena volver a ver esta obra maestra de Puccini –dijo mientras cruzaba la acera para comprar su entrada– además el riesgo le añade suspense a la trama.

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