El restaurante del Jardín Canario echa el cierre

Residentes y extranjeros tenían un lugar de referencia en el establecimiento

La terraza, que se instaló en la pandemia, suponía casi el 50 por ciento de los ingresos

Cierre del restaurante Jardín Canario

LP/DLP

José A. Neketan

José A. Neketan

Las últimas comandas de la cocina del restaurante del Jardín Botánico Canario Viera y Clavijo incluían un chuletón, cachopos, carrilleras y puntillas de calamar. Junto a ellas, otra nota escrita a mano advertía que se habían acabado las croquetas de Cabrales y pescado, los callos, los garbanzos y los langostinos. Tres días después de que se apagaran los fogones llegó el silencio para este local, localizado en un singular entorno natural. Y así, el comedor del Botánico comenzó a marchitarse.

Sus gerentes, Coto Jordán y Francis Lee, entregaron este lunes las llaves al Cabildo de Gran Canaria, propietario del edificio, tras no renovarle la concesión. La institución insular tendrá que volverlo a sacar a licitación si quiere que la actividad continúe en este paraje visitado por personas residentes y turistas.

Jordán y Lee confiesan que se van del lugar «con pena», pero con la sensación de «haber cumplido aquí nuestros sueños durante más de 12 años. Nunca imaginamos que este restaurante iba a ser tan especial porque cada vez nos gustaba más estar aquí».

En el interior de lo que hasta hace poco fue su casa, recuerdan cuando obtuvieron la concesión del Cabildo para explotarlo. Se sentaron en un banco de piedra semicircular que hay enfrente y se quedaron mirando el edificio, que estaba pintado de color amarillo gofio y lleno de lamparones, «y dijimos ¡esto es una maravilla! y es un disparate que un lugar así esté cerrado». Aseguran que por dentro estaba en un «estado lamentable», pero les pudo más la ilusión y decidieron ir adelante con su proyecto, sin pensar si podrían rentabilizarlo. Tras unas reformas por dentro y por fuera comenzaron a darle «alma» al lugar. 

Restaurante del Jardín Canario

Restaurante del Jardín Canario / José Carlos Guerra / LPR

Coto Jordán subraya que no se trataba solo de dar de comer o tomar un buen vino. «Eso es una parte de un montón de detalles más que hay que ofrecer, como una buena bienvenida al lugar, el ambiente, la atmósfera, la temperatura de la luz, la decoración, si se puede un poco de música, el servicio, con un buen jefe de sala; y por supuesto, también la parte de restauración de calidad». Sostienen orgullosos que la gente del lugar les decía que estos años «han sido cuando mejor ha estado este restaurante, y eso para nosotros ha sido una gran satisfacción».

Momentos emotivos

El restaurante del Jardín Canario ha sido para varias generaciones un lugar de celebraciones y encuentros familiares. El mismo Coto Jordán fue uno de sus clientes junto a su abuela, con la que iba cada domingo. «Es raro que te encuentres a alguien de la ciudad que no haya pasado por aquí a un cumpleaños, una boda, una comunión, un bautizo o a comer o a tomar algo con amistades», asegura, y añade que el espacio «está muy ligado a momentos emotivos de un montón de familias de la ciudad». 

Con el cierre del restaurante han tenido que cancelar 25 comuniones que tenían reserva para mayo

Lee, por su parte, apunta que con el cierre del restaurante han tenido que cancelar 25 comuniones que tenían ya reservas para el mes de mayo.

Muchos turistas también tenían este restaurante como referencia y llegaban a él a través de reseñas que consultaban en las redes sociales o por recomendaciones de otros paisanos que habían conocido el lugar. La mayoría seguía el mismo itinerario. Visita y recorrido sin prisas por el Jardín Canario, almuerzo en el restaurante y vuelta al lugar de residencia temporal. Ambos gerentes explican que la mayoría de los extranjeros pedían de la carta la cocina canaria y además, vinos y quesos canarios. «Salían mucho el gofio escaldado, las papas arrugadas, por supuesto, y también la ropa vieja, que les encantaba. Lo curioso era que llegaban interesados en conocer y dispuestos a probar las recetas tradicionales de la Isla». El trasiego de turistas en la zona es tal que este martes, en solo media hora, una decena de ellos preguntan si el local está cerrado. Lee y Jordán solo podían asentir con la cabeza y señalarles la entrada al Jardín Botánico, que está solo un poco más arriba.

Coto Jordán y Francis Lee, en la imagen de arriba, se han esforzado todo este tiempo en ofrecer a la clientela una oferta gastronómica a la altura de las vistas hacia el Jardín Botánico que tenía su local.

Coto Jordán y Francis Lee, en la imagen de arriba, se han esforzado todo este tiempo en ofrecer a la clientela una oferta gastronómica a la altura de las vistas hacia el Jardín Botánico que tenía su local. / JOSÉ CARLOS GUERRA

La terraza, clave

En la etapa de la pandemia, cuando se limitó el aforo en el interior de los locales y se permitió a muchos abrir terrazas, el restaurante del Jardín Botánico también puso una en el exterior del edificio. Decidieron que la harían de madera para integrarla en el paisaje y además se aprovecharía la sombra de los árboles. Esa iniciativa fue clave para el lugar. De este nuevo espacio provenía más del 40 por ciento de la recaudación diaria. «A la gente le gustaba comer fuera o tomarse un café en esa nueva zona, que pronto comenzó a llenarse casi a diario. Resultó fundamental que un lugar como este y en el espacio en el que está tuviese una terraza así». Con muchos años de experiencia profesional en el campo de la restauración en la Isla, los gerentes apuntan que el restaurante del Jardín Canario «cuando más funciona es a mediodía, pero a cenar venían pocas personas. En cuanto a la temporada fuerte es la de invierno, cuando llega gente con poder adquisitivo que sale a recorrer la isla. «En verano viene otro tipo de turista buscando más playa y fiesta», subraya Lee, quien añade que la época de Navidad también era una época muy buena para el negocio. Ambos empresarios insisten en que sería una locura quitar la terraza al local en el nuevo concurso para licitarla de nuevo porque igual sus arrendatarios no tendrían los mismos beneficios sin esta instalación.

Servicios a los visitantes

Jordán y Lee aseguran que durante estos más de 12 años de servicio no han sido solo el restaurante del Jardín Canario. «Hemos sido los baños, los guías, el punto de información, y hasta consigna de personas que decidían visitar el lugar antes de coger el avión de vuelta a sus países, y todo lo hemos hecho con gusto, aunque con la impresión de estar cubriendo las carencias que tiene el propio Botánico. Es que no se pueden imaginar la de gente que venía a diario solo al baño». 

Restaurante del Jardín Canario

Restaurante del Jardín Canario / José Carlos Guerra / LPR

También en todo este tiempo han recogido cientos de anécdotas que guardan en sus memorias con mucho cariño. Personas que celebraron en el local el bautizo de sus hijos, y más tarde la comunión y hasta la boda. Otras que los cogían del brazo durante la faena y los llevaban a la mesa justo en la que se declaró a la mujer con la que llevaba toda la vida. O la vez que una extranjera casi se muere atragantada y fue una camarera del local la que se salvó la vida. Otra de las cosas con las que se quedan es el haber podido conocer a personas de todas las nacionalidades, que con las atenciones del local y la buena cocina que ofrecían salían contentos del lugar y hasta repetían en los siguientes años. Para toda su clientela solo tienen palabras de agradecimiento por su fidelidad y haberles permitido estar tantos años haciendo realidad el deseo de sacar adelante el restaurante en este lugar mágico.

No ocultan su preocupación por el personal, una plantilla de 26 trabajadores y trabajadoras, ocho de ellos destinados a los fogones, a las que también le reconocen su buen hacer. «Queremos seguir manteniendo esos puestos de trabajo, porque no es fácil hacer un equipo en hostelería», destacan los empresarios, que también dirigen otros locales como Madre del Amor Hermoso, en la playa de Las Canteras, o el mítico local de San Agustín Loopy’s. Como homenaje a todos ellos hicieron una comida antes de cerrar, «en la que hubo mucha emotividad y lágrimas ante la despedida».

El broche a esta etapa lo puso un mercadillo con los elementos que adornaban o eran parte del local. «Cuando abrimos las puertas había como 400 personas y nos sorprendimos mucho», afirma Jordán, que ahora sabe que una parte de su sueño está repartido por varios hogares de personas que quieren conservar el recuerdo de su restaurante.