ANÁLISIS

Alexis Ravelo, culpable

Una culpa libertaria de señalador de corruptos, una culpa de amante salvaje y sudoroso de la mejor literatura

Alexis Ravelo, en la presentación de su libro 'Los nombres prestados' en Telde.

Alexis Ravelo, en la presentación de su libro 'Los nombres prestados' en Telde. / T. M. R.

Diego Ameixeiras

Teníamos aire para llenarnos los pulmones, libros nuevos por descubrir, calles que pasear, compañeros de los que aprender, un cansancio pletórico, y el culpable era Alexis Ravelo. Nos sentíamos ligeros y libres en Los Llanos de Aridane un sábado por la mañana, escuchando canciones de George Brassens y de Édith Piaf, y el culpable era Alexis Ravelo. Bebíamos cerveza, hablábamos con viejos amigos, nos alegrábamos por haber hecho otros nuevos, se nos acercaban lectores, intercambiábamos mensajes y fotos, nos partíamos de risa, prometíamos vernos pronto en Barcelona, desde algún lugar nos miraban con envidia Georges Simenon y Léo Malet, y el culpable era Alexis Ravelo. La vida se dejaba vivir al sol como una fiesta, sin prisas –si escribo "al golpito", perdón, me pongo triste–, éramos de la banda de Sterling Hayden en La jungla de asfalto, y el culpable era Alexis Ravelo. De todo tenía la culpa Alexis Ravelo. De Aridane Criminal y de una obra maestra.

Se ha llevado un montón de culpa consigo un escribidor calvo y ateo, niño humilde del barrio de Escaleritas. Culpa de la buena, culpa de especialista, culpa de la que uno siempre quiere sentir. Una culpa de tipo duro y blando a la vez, lleno de sensibilidad y energía, sobrado de talento para inventar historias de perdedores inolvidables. Una culpa libertaria de señalador de corruptos, chorizos y ladrones con corbata, una culpa de amante salvaje y sudoroso de la mejor literatura. Una culpa por habernos contagiado toneladas de entusiasmo y emoción a cientos de colegas, culpa por habernos dado tanto de leer y de reír y de sentir, culpa por haber escrito páginas imposibles de superar, culpa por haber sido uno de los más grandes autores de novela negra en España, culpa de amigo en la distancia. Culpa de rey de la crook story que planeaba siempre el abrazo perfecto.

Imaginábamos reuniones imposibles, manteníamos tres o cuatro conversaciones a la vez, nos quedábamos solos bajo los laureles de Indias y luego regresábamos al bullicio como quien se dirigía a lo único que importaba. Hablábamos en gallego, en catalán, en euskera, estábamos en Buenos Aires, en León, en Barcelona, en Bilbao, en Santiago, y de repente nos llevaban de viaje a la isla de Annobón, en Guinea Ecuatorial. Nos enseñaban el prodigio de su dialecto canario, recordábamos a sus majestades Horace McCoy y Patricia Highsmith, nos esperaban allá arriba con la mesa puesta, se nos caía el vino pero se nos subía el ánimo, nos descubrían que las medianeras de la ciudad eran una pinacoteca. Nos olvidábamos del tiempo, se multiplicaba la vida en pequeños momentos, en las yemas de los dedos nos empezaban a arder historias nuevas. Estábamos en Aridane Criminal. La culpa era de Alexis Ravelo. Escribió libros, nos abrazó a muchos. Quién pudiese sentirse culpable y grande como él.

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