Retiro lo escrito

La entrevista a Ternera

Josu Ternera, en 2002.

Josu Ternera, en 2002.

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

Hace poco me preguntó alguien si entrevistaría a Josu Ternera, el histórico matarife de ETA, y le contesté que por supuesto lo haría, como entrevistaría a Hitler, a Stalin, a Idi Amin o a Pol Pot. Todo lo demás es gazmoñería, no periodismo. Existe, sin embargo, un matiz fundamental: la entrevista debe ser magnífica. Lo que tiene pecado –para entendernos– es conseguir una entrevista con Beria, por ejemplo, y que te salga una nada en forma de ñordo. H.G. Wells entrevistó precisamente a Stalin en los años treinta –en plena hambruna y cuando comenzaban las grandes purgas– y uno lee esa porquería inflada de respeto y complacencia para olvidarla lo más rápidamente posible. Cuando uno entrevista a un monstruo el primer objetivo consiste en que el monstruo se autorretrate. Ponerle el espejo delante. Cerrarle las vías de escape. Por lo que he podido ver de la entrevista de Jordi Évole a Ternera, producida por Netflix, intuyo un fracaso en toda regla.

Se me antoja que Évole está particularmente mal equipado para este trabajo. Su principal recurso, como entrevistador, es presentarse como un ingenuo con los ojos claros muy abiertos y haciendo preguntas incisivas con el tono de un niño de párvulos que pide al profesor permiso para ir a orinar. Quizás eso sirva para descolocar a un banquero despistado o a un político un poco pardillo (con Felipe González o Jordi Pujol no le sirvió). Con un asesino vesánico, que cree que al despanzurrar semejantes está cumpliendo heroicamente una misión histórica, Évole queda en evidencia. Por supuesto que Ternera muestra ser un perfecto desalmado, una irremediable basura, y estira la hedionda fraseología del independentismo etarra –conflicto, daños colaterales, consecuencias indeseables, penoso resultado, lucha popular– a lo largo de todo el programa. Y se trata de eso, precisamente. No es una entrevista, sino un programa de televisión. Y para que lo siga siendo hasta el final Évole se cuida mucho de provocar a esa mala bestia, no sea que se levante y se acabe el documental. Un par de veces el asesino practica un mohín de desprecio, nada más, porque el entrevistador vuelve enseguida a la lectura de la cronología de sus crímenes. «Nunca se me ha podido escuchar a mí que matar está bien», proclama con un nauseabundo cinismo empapado en sangre. Évole no ha forzado la frase. Pero el tipo la suelta y el entrevistador la deja marcharse, a la puta frase, el resumen perfecto de la inmoralidad sustancial del sujeto. Al principio de todas estas cortesanías Évole le regala a la bestia un piropazo: «Ha sido usted una pieza clave para el fin de la violencia». La violencia, dice el pibe este de ojitos claros. La violencia es un eufemismo canalla, la máscara neutralizante de una organización criminal que asesinaba, que torturaba, que secuestraba, extorsionaba y chantajeaba, que te perseguía y te desterraba, y un entorno sociopolítico que en el mejor de los casos practicaba el silencio y en el peor el amedrentamiento, el desprecio, el aislamiento de las víctimas reales y potenciales. Con el terrorismo etarra acabó la unidad política de las fuerzas democráticas, la acción policial y la colaboración con la República francesa. Ni ETA ni ningún etarra fue pieza clave para la derrota de ETA.

Entre los cientos de asesinados por Josu Ternera y demás pistoleros etarras estuvo un periodista (ETA mató hombres y mujeres, obreros y empresarios, policías y sindicalistas: de todo menos curas). Se llamaba José Luis López Lacalle, había sido antifranquista y en ese momento colaboraba en El Mundo. Primero tiraron cócteles incendiarios contra la fachada de su casa. Luego, una mañana, cuando volvía de desayunar, se le acercó un etarra y le disparó un tiro en la nuca. Ahí, sobre un charco de sangre, permaneció muchos minutos el cadáver; a medio metro, sobre el asfalto, reposaba el paraguas abierto del asesinado. Mientras escuchaba las últimas tontadas de Évole recordé ese paraguas abierto, recordé que el alcalde de HB no condenó el atentado, recordé que ahora demandan que los actos de exaltación al terrorismo sean despenalizados para quizás recibir un día a Ternera entre aurreskus y aplausos. Lamento que la entrevista no la haya podido hacer López Lacalle. Él sí habría sabido qué preguntar exactamente a ese saco de estiércol.

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