Objetos mentales

Miopía política mientras

Antonio Perdomo Betancor

Antonio Perdomo Betancor

La política española ha descendido rápidamente por el tobogán de la minusvalía, lo cual que esperamos que sea episódica, y ha ocurrido justo desde el momento en que una parte del credo político creyó infundadamente merecer distinción de superioridad moral. El cual es un apriorismo que ha tomado altura y que negamos. Desoyen que en último extremo es un pretexto para imponer una dualidad lógica, forzada, puesto que indefectiblemente las sociedades, incluso las que presentan rasgos de mayor homogeneidad, conformadas diversas y transversalmente, lo desmienten oportunamente.

Fraga Iribarne decía aquello de «la calle es mía», en un arranque de irracionalidad y frentismo como ahora nacionalistas populistas identitarios y narcisistas exhiben un falso «progreso» desde el ángulo opuesto. Obviamente se ha forjado una dualidad impostada, falaz y gregaria. Excluyente, malsana. Exactamente a la que se entrega la fantasía política del «progresismo» actual. Por su parte la gente vive como puede. A salto de mata. A lo que llaman pueblo pomposamente y con el argumento «ad nauseam» de la falacia «ad populum», lo nombran a gusto con el nombre de su propio interés. Por ello mismo y en su origen, la gestión divisiva de la sociedad a la cual nos han abocado surge como negocio de hacer política y que anticipamos como ejemplo de mala política. Y ejercida en beneficio del narcisismo de la diferencia y que consecuentemente es buena para la perpetuación de los negocios de la casta política en sí misma; pero que es un negocio ruinoso para los ciudadanos, paganos al fin y al cabo de las consecuencias de los desmanes que esa élite apergaminada so pretexto de ocultar otros desmanes que la misma casta política ha creado como solución para ocultar otros desmanes. Tal es el caso de la concesión de la amnistía o el alivio de penas, o cualquier otro eufemismo que la ingeniería política echa a volar en la cometa de la falsedad y que tiene como objeto excluir a los ciudadanos de las decisiones que son de su entera incumbencia y le impiden su participación.

Y amigos ahora recuerdo innecesariamente que política es la administración eficaz de los bienes comunes. Es obvio que no se administran adecuadamente. Nos recuerda su administración a la recurrente forma del viejo despotismo ilustrado con apariencia de democracia. Apartado el pueblo de lo mollar y de las decisiones trascendentes como es la arquitectura de la nación, al pueblo se le ofrece un teatrillo de títeres en el que los protagonistas se dan mamporros en un teatrillo de fantasía, por otro lado, divertidísimo y que, cuando éramos niños, disfrutábamos. En un paralelismo semántico, se trata de un remedo del «panem et circenses» que induce a la amnesia. En mucho se le parece la amnistía que se esfuerzan en conceder a prófugos de la justicia. Sus componentes constitutivos -a- y -mn- aluden a no pensar, no recordar, olvidar... ¡Caramba, de la noche a la mañana se recomienda al pueblo no pensar, cuando lo propio de la cualidad humana es pensar, razonar, obtener consecuencias de actos y experiencias! Se nos propone olvidar la comunidad de bienes comunes como es la arquitectura de lo común. ¡Caramba!

La lógica que mejor comprende la complejidad de los intereses de las sociedades y la que mejor las representa difiere de la lógica booleana de verdadero/falso, y es aquella en la que la verdad sólo es verdad «hasta cierto punto». Y lo que la derrota voluntarista y negociada de la transversalidad ha incubado ha sido un frentismo de tal modo que, como un Jano bifronte, mira a puntos cardinales opuestos, teniendo por escenario a ciudadanos testigos mudos de su estafa.

De esta situación es fiel reflejo la figura anecdótica, pero iluminada de una Lisístrata transeúnte frente al Congreso de los Diputados, epítome de este escenario de realidad. Pie en tierra, ante las imponentes columnas del atrio y los leones del Congreso de los Diputados, a cappella, voz en grito proclama verdades que intramuros desprecian quienes ciegos se reparten pérfidos el poder y el patrimonio constitucional. ¡Si al menos tuvieran certeza de adónde llevan la nación! Como lo hacen a espaldas de los ciudadanos nada bueno desde luego puede esperarse de su resultado. Al contrario, las recias comunidades políticas tejen el futuro desde el presente, me temo en esta ocasión que reman en dirección al pasado. Reeditan su peor versión. La misma declaración de intenciones espontánea de esta Lisístrata, desde la acera opuesta frente al Congreso de los diputados, nos sugiere que algo anda mal, o muy mal.

Desde los capiteles del atrio del Congreso responde el silencio. Los leones no se inmutan. Dentro, blindados por sus muros, negocian el patrimonio de más de cuarenta años de democracia y sin concurso ciudadano. De poco valen el clamor y el desasosiego de esta nueva versión de Lisístrata de la Carrera de San Jerónimo. Clama por los principios que deben ser observados, y las leyes que deben ser observadas, y las formas que deben ser observadas, y la cautela que debe ser observada, y la consulta al pueblo que debe ser observada cuando se mixtifica las cuadernas maestras centrales y principales de la nave del Estado. Este es el nudo de la paradoja del barco de Teseo, según la cual se especula si el barco en el que se sustituye el entero o parte de su maderamen que hemos aludido sigue siendo el mismo barco de Teseo.

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