Piedra lunar

Malos tiempos para la lírica

Un militar israelí junto a un tanque, cerca de la frontera de Israel con Líbano.

Un militar israelí junto a un tanque, cerca de la frontera de Israel con Líbano. / EFE

José A. Luján

José A. Luján

Los horrorosos acontecimientos bélicos entre dos comunidades históricas se han precipitado en las dos últimas semanas y, éticamente no permiten que en esta columna quincenal miremos para otro lado. No tenemos medios físicos para atenuar el dolor que atenaza a las víctimas de una masacre desmedida. Heridos y familiares, mujeres y madres con niños ensangrentados en sus brazos, buscando un lugar donde poder ampararse en servicios sanitarios. Los miles de fallecidos ya no tienen solución. Están inánimes tendidos en el suelo de una nave, muchos sin identificar, con familiares que buscan un lugar digno para proceder a su inhumación. Es la tragedia humana elevada a una potencia indescriptible. Nosotros asistimos al espectáculo desde estas islas atlánticas, a cuatro mil kilómetros de distancia, con los filtros de las noticias y de las imágenes televisivas que parecen atenuadas con los abrazos de los dirigentes de los países implicados en estas lúgubres páginas de la historia. Estos protagonistas están bien vestidos, bien encorbatados y bien laureados para ofrecer al mundo y a sus votantes la imagen que ellos mismos y sus asesores han elegido.

Pero en las islas, en menor medida, no nos libramos de asistir al triste espectáculo que ofrecen los hermanos-convecinos, inmigrantes de países del continente africano, en el proceso de desembarco desde los precarios medios de traslado, que ponen pie en tierra en cualquiera de nuestras islas, desde El Hierro a Lanzarote, Fuerteventura, Sur de Tenerife o Arguineguín, sin olvidar a quienes han quedado perdidos en el trayecto oceánico denominado «Ruta Canaria». La gran impotencia surge cuando vemos cómo los gobiernos europeos ponen trabas burocráticas a su inserción en las Comunidades y en los países del llamado «primer mundo».

Llegados a este punto, confesamos que hemos rescatado de la antología Poemas y canciones (Alianza Editorial, 1982) de Bertolt Brecht, el texto «Malos tiempos para la lírica», título tantas veces citado, que en esta época tan convulsa no dudamos en transcribir: «Ya sé que sólo agrada/ quien es feliz. Su voz/ se escucha con gusto. Es hermoso su rostro/. El árbol deforme del patio/ denuncia el terreno malo, pero/ la gente que pasa le llama deforme/ con razón/. Las barcas verdes y las velas alegres del Sund/ no las veo. De todas las cosas/, sólo veo la gigantesca red del pescador/. ¿Por qué sólo hablo/ de que la campesina de cuarenta años anda encorvada?/ Los pechos de las muchachas/ son cálidos como antes /. En mi canción, una rima/ me parecería casi una insolencia/. En mí combaten/ el entusiasmo por el manzano en flor/ y el horror por los discursos del pintor de brocha gorda/. Pero sólo esto último/ me impulsa a escribir».

En este texto, que en una primera lectura se nos muestra en una expresión austera, tenemos que estar atentos para encontrar una pincelada de color literario o una prosopopeya («El árbol deforme del patio, denuncia el terreno malo») o un adjetivo que nos haga soñar como «Las barcas verdes y las velas alegres». Y la contraposición del entusiasmo y el horror que se manifiesta en los dos últimos versos. Y la pregunta que el lector se formula al final del poema en el duelo entre el combate y el entusiasmo y el discurso del “pintor de brocha gorda”, un hecho aparentemente vulgar que se convierte en su única motivación para escribir.

En estos momentos, cuando tratamos de culminar esta columna, en el salón contiguo a nuestro gabinete de trabajo, la televisión ofrece las imágenes en directo de los bombardeos sobre Gaza. Nunca habíamos escrito sobre una realidad con el ruido ambiente que proviene de las acciones bélicas más atroces que hubiésemos podido imaginar. La singularidad de esta columna siempre ha partido de la intemporalidad. Hoy escribimos con la realidad pegada a la nuca, una realidad muy cruda que el cronista elabora mirando las llamas, el polvo de los edificios derruidos y los vivos y los muertos en una calles asoladas minuto a minuto por las bombas que horadan lo que pudo haber sido el nivel del asfalto. «Malos tiempos para la lírica» está justificando el estilo de la columna de hoy, que tristemente y sin remedio tiene su continuidad en los minutos y en las horas que van más allá del punto final.

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