Opinión | Reseteando
De ‘La Chalana’ al hule de cuadros
El asunto puntiagudo es que me ha interesado más la escenografía que rodea al investigado que el texto en sí: ya no es la marisquería La Chalana de Madrid, el lugar que acogió los días felices de la pandilla estraperlista en las fechas más negras de la pandemia.
Me he puesto a leer la entrevista del palanquín de Koldo en El Mundo porque citaba al pobre Ángel Víctor Torres, del que registro aquí su responsabilidad política en las estafas de las mascarillas, pero nunca ánimo alguno de quedarse con un euro. El asunto puntiagudo es que me ha interesado más la escenografía que rodea al investigado que el texto en sí: ya no es la marisquería La Chalana de Madrid, el lugar que acogió los días felices de la pandilla estraperlista en las fechas más negras de la pandemia.
El chico para todo de Ábalos el crucificado debuta ante un hule de cuadros, textil imprescindible en esas familias españolas que no se cansan de celebrar su estabilidad ínfima con una tortilla o una paella. Este Koldo de ahora, convaleciente de los interrogatorios, lame el agua negra de las cloacas del Estado en un parque de Benidorm, en la espera o la digestión del plato típico valenciano, de lo que da fe una bombona y la paellera que yacen en el fondo de la imagen.
En el juego del despiste, su cráneo ya no luce mondo y lirondo como el huevo que escupe la gallina, sino que se ha dejado un vello ralo que le cubre la parte aún productiva de su cuero cabelludo. El resultado final, junto con unas gafas de pasta anodinas y bigote, fotografiado de perfil, es la del oficinista que desde el abotargamiento por el trabajo semanal y por los plazos que debe fija y expande la mirada sobre cualquier horizonte: en la malla metálica que marca el perímetro del recinto, pero que le sugiere las rejas de una cárcel.
Visto así, las fotos de la entrevista indirecta (no es pregunta-respuesta) constituyen un intento chapucero de elevar a Koldo a la categoría de un pobre desgraciado al que le ha salpicado la tormenta perfecta. En el codo de la mano derecha lleva un apósito mediano, quizás para que este personaje de la coctelera nacional resulte más enternecedor, ajeno a la pella millonaria que se le atribuye a él y a lo suyos. Lo tremendo, hasta el punto del vómito, es que su disfraz lo hace pasar por el ciudadano medio que sufrió los embates certeros de la pandemia.
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