Opinión | Reseteando

Fábrica La Isleta, caída y final

Sede de Fábrica La Isleta, en El Cardón, en el barrio de Las Torres.

Sede de Fábrica La Isleta, en El Cardón, en el barrio de Las Torres. / LP/DLP

No es motivo de fiesta que el proyecto cultural Fábrica La Isleta se encuentre en crisis por la contrastada y sucesiva violencia machista de su creador. Siempre es penoso ver la caída al vacío de una iniciativa de este tipo, más al conocer que tras su fachada alternativa se escondía una lacra tan ruin. Y más duro aún es constatar que el programador y pianista José Alberto Medina no ha ofrecido su disculpa pública al Cabildo, Ayuntamiento y Ministerio, instituciones que generosamente le ofrecieron sus subvenciones. Está claro que no lo ha intentado con las mujeres agredidas y vejadas. Es evidente que tampoco ha ejercitado el arrepentimiento con los ciudadanos, a través de cuyos tributos consiguió desarrollar la idea de Fábrica La Isleta. Nos encontramos ante un caso de soberbia, también de engaño y de aprovechamiento frente a la pasividad administrativa. Los contratantes institucionales, tan inmiscuidos en la lucha contra el machismo, necesitan revisar y desempolvar sus filtros. Sin ir más lejos, llama la atención que al sujeto que va a recibir una millonada no se le exija un certificado de penal. La salida a la luz de los fallos contra JAM demuestra que siempre hay espacio para la sorpresa extraordinaria. La activación de protocolos y el cruce de informaciones es la única manera de vencer la hipocresía, el ocultismo y el miedo. Me parece absolutamente imposible que nadie, nadie de nadie, hubiese oído hablar alguna vez del comportamiento de JAM en los despachos donde se cocina el árbol de la cultura. O todavía peor: ningún responsable se tomó la molestia de hacer una criba con algún rumor que le llegó entre despacho y despacho, o entre café y café. No sé quién asesora al elemento, pero su silencio no contribuye a mejorar la valoración negativa ganada a lo largo de estos días aciagos, tanto para su persona como para la cultura. Sólo vale con el descuelgue de la programación del rapero El Chojín, en solidaridad con las víctimas, para calibrar lo que se le viene encima al espacio de JAM: el final mientras él siga ahí imperturbable.

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