Crisis migratoria | Día a día de los trasladados de El Hierro al acuartelamiento de La Laguna

‘Cazadores’ de wifi

Los menores migrantes acogidos en el centro tinerfeño de Las Canteras recurren a las redes inalámbricas libres en la zona para no perder el contacto con sus familiares

Dos jóvenes africanos regresan al exacuartelamiento de Artillería de La Laguna a la hora del almuerzo. | | MARÍA PISACA

Dos jóvenes africanos regresan al exacuartelamiento de Artillería de La Laguna a la hora del almuerzo. | | MARÍA PISACA / Jorge Dávila

Appiah es uno de los cientos de migrantes que estos días vuelven a llenar el cuartel de Las Canteras de La Laguna. Llegó a El Hierro hace ya tres semanas y ahora aguarda en Tenerife su próximo destino. Mientras llega una solución, él y sus compañeros se han convertido en ‘cazadores’ de wifi para permanecer en contacto con sus familiares directos. 

Appiah nació hace 14 años en Lac de Guiers (Senegal), es el sexto de ocho hermanos y el quinto que intenta alcanzar Europa por la ruta canaria. Hace tres semanas llegó a La Restinga (El Hierro) en un cayuco en el que viajaban casi un centenar de migrantes. Estuvo en alta mar seis días y medio [duda con la cuenta]. Su madre es aguadora en el gran lago que suministra agua potable a Dakar y de su padre no tiene noticias desde hace tiempo, años, indica agitando la palma de su mano derecha por encima de su cabeza. Rapado y con unos ojos saltones –en el izquierdo tiene un fino hilo de sangre que enrojece la parte inferior–, es uno de los cientos de menores migrantes que vuelven a ocupar las carpas del cuartel tinerfeño de Las Canteras (La Laguna). Todo empieza con un «hola» y una inocente sonrisa.

Appiah camina solo por el paseo de Las Canteras. Palpa una y otra vez la pantalla de su móvil en un perímetro próximo a unas viviendas. Sus gestos destilan angustia, como mínimo una generosa dosis de nerviosismo, y en cuanto gana algo de seguridad lanza su pregunta: «¿Tienes wifi?». El pequeño senegalés –a ojo no mide más de 160 centímetros– rastrea una red inalámbrica para conectarse a internet. «No datos, presta wifi», acierta a decir al más puro estilo Toro Sentado y alzando su móvil al cielo.

Appiah conoce bien cómo funciona el asunto migratorio –los pagos que se hacen para garantizarse una plaza en un cayuco, los pasos que dan los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado cuando éstos pisan tierra firme y los procesos de repatriación o traslado a otra comunidad– por lo que le han contado sus hermanos. El mayor vive en Francia, cerca de París, desde hace más de ocho años. Otro juega en las divisiones inferiores de un equipo de fútbol de la Jupiter Pro League belga. El tercero ahora está en Saint Louis (Senegal), tras una devolución en caliente, planificando otro ‘asalto’. Del último, al igual que de su padre, no sabe nada desde hace más de tres años. Éste, como él, no sabía nadar.

Uno de los chicos da vueltas a la urbanización para acceder a una wifi. | | M.P.

Uno de los chicos da vueltas a la urbanización para acceder a una wifi. | | M.P. / Jorge Dávila

El móvil es lo único que le une a su madre. Cada día la llama un par de veces, en ocasiones hasta tres, a primera hora, justo antes de almorzar y cuando cae el sol. En las últimas conversaciones le contaba que aquí hace mucho calor y que no le gusta estar solo... Se despidió de ella hace un mes; ésa fue la última vez que sintió sus caricias. Ahora sólo queda su voz y una imagen en la pantalla de su teléfono que guarda como oro en paño para evitar robos o daños irreparables.

Appiah, que sueña con ser médico, quiere quedarse en España y estudiar. «No volver», repite asustado antes de cruzarse con otra docena de compañeros que han salido de ‘cacería wifi’. Celebran con saltos que entre tantas vueltas, por fin, encontraron una conexión gratis [algunos vecinos y locales comerciales han ‘chapado’ las suyas con claves para impedir que los pequeños se arremolinen delante de sus jardines o en los accesos a los negocios] con la que poder ‘matar’ los tiempos muertos entre comida y comida. Appiah trabajó años como aguador en Lac de Guiers, limpiando pescado para restaurantes o vendiendo fruta en el mercado.

No dejó de ir a la escuela, pero parte de la inversión hecha para comprar un asiento en la embarcación que arribó a El Hierro la amasó con las ganancias obtenidas entre cáncamo y cáncamo. Historias como la suya hay cientos en Las Canteras, pero también el recelo es grande. «¿Tú no policía?», pregunta cuando se siente ‘interrogado’. Appiah se escabulle al interior del excuartel de Artillería incómodo. Eso sí, antes de cruzar el portón principal se vuelve y dibuja una sonrisa en su cara. «Tú no policía, tú periodista», descubre entre unas carcajadas que son el reflejo de la excitación por un encuentro fortuito cuando salió a ‘cazar’ wifis.

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