CRÓNICA

Duelos de Carnaval

Una pelea durante el Carnaval evoca el primer baile de máscaras celebrado en Las Palmas de Gran Canaria del que se tenga noticia

‘Duelo después del baile de máscaras’, de Gérôme.  | | LP/DLP

‘Duelo después del baile de máscaras’, de Gérôme. | | LP/DLP / Fabio García

Hace unas noches estaba celebrando el Carnaval con unos amigos cuando de repente se produjo un gran alboroto: había estallado la típica y evitable pelea. Un grupo de mascaritas de ambos sexos intercambiaban puñetazos y patadas mientras todos los que estábamos alrededor nos alejábamos de la trifulca.

-Ya casi resulta hasta normal que se produzcan reyertas en cuanto se congregan más de un centenar de personas disfrazadas –dijo quejándose uno de los allí presentes.

-Tanto es así –respondí–, que la primera fiesta de disfraces celebrada en Gran Canaria de la que se tiene constancia acabó en un altercado en el que se vio envuelto nada más y nada menos que un ministro del Santo Oficio.

-¿Cuándo ocurrió eso?

-Hace cuatrocientos cincuenta años, el 15 de julio de 1574, a las ocho y media de la noche, durante la celebración en casa del canónigo Pedro de León de las esponsales entre su sobrina, Peregrina de Montesa, hija del regidor Antonio de Montesa y Beatriz de León, con Mateo, el primogénito de Constantín Cairasco de Figueroa, un nizardo que andando los años prestaría su nombre, aunque hispanizado, a una calle de Las Palmas.

-¿La calle Constantino que une San Bernardo con Triana?

-Esa misma.

-Creía que ese Constantino era el emperador romano.

-Pues en realidad se trata del alguacil mayor del Santo Oficio y posterior alcaide del Castillo de La Luz, fortaleza desde la que posteriormente defendería la ciudad ante la invasión holandesa. Pero volvamos a la noche de autos. La familia del desposado, originaria de Niza, quiso obsequiar a sus invitados celebrando un baile de máscaras a la manera de los de su ciudad natal, de larga tradición carnavalesca, no en vano el carnaval de Niza sigue siendo uno de los más importantes del mundo junto al brasileño o el veneciano, de manera que la concurrencia fue tan grande que según las crónicas ‘no cabía en la sala ni en los patios’, pues acudieron todos los nobles del Real de Las Palmas.

-¿Se sabe cómo transcurrió la fiesta?

-No, pero supongo que como era costumbre en la época, los asistentes al baile, enmascarados conforme a la etiqueta, danzaron al compás del saltarello o de cualquier otra danza italiana del cinquecento que interpretaría una orquestina bajo la batuta de Ambrosio López, maestro de capilla de la Catedral. Y todos bailaban al son de la música de una espineta, dos violas de arco, varias chirimías y adufes y quién sabe si de una guitarra tañida por otro canónigo, familia del novio…

-¿Te refieres al máximo representante del verso esdrújulo, admirado por Cervantes y Góngora?

-Lo has pillado a la primera. Bartolomé Cairasco, por aquel entonces un joven de treinta y seis años, era un gran músico que según todos los testimonios, suspendía a los oyentes al tocar dicho instrumento.

-¿Cómo Orfeo?

-Más o menos.

¿Y cómo es que su música no amansó a las fieras?

-El problema fue que asistió demasiada gente, tanta que aquello parecía la boda de Lolita Flores con Guillermo Furiase, así que Constantín Cairasco hubo de intervenir, pero no como otro invitado más, sino en calidad de alguacil de la Inquisición, para que despejaran el lugar en el que debía representarse una comedia. Precedido por un mozo que portaba una vela encendida y empuñando en la mano izquierda la vara que simbolizaba su autoridad y una espada envainada en la otra fue abriéndose paso hasta llegar a un joven arrogante que se mantuvo quieto; y siguió estándolo tras pedirle que le dejara pasar.

-¿Y que hizo el alguacil?

-Intentó apartarlo con su espada, pero este la desvió con el codo y poniendo la mano sobre su hombro le espetó: ‘¡No he de apartarme!’ Ante tamaña osadía cargó contra él, cuando uno de los presentes le advirtió: ‘Señor, deteneos, que es pariente vuestro’. Aquello, lejos de calmarlo, lo enojo aún más, pues no podía permitir que nadie, y menos un familiar, desafiara la autoridad del Santo Oficio, así que, desenvainando su espada se dirigió hacia él preguntándole quién era mientras le arrancaba la máscara.

-¿Y quién era?

-Su primo segundo, Andrés de Espino, primogénito del poderoso Hernando de Espino, recién llegado de Castilla.

-¡Menuda sorpresa!

-Tanta que exclamó: ‘Primo, ¿no me conocéis? ¿Por qué no me dijisteis quién eras?’, a lo que el otro le gritó que se largase. Tras aquella respuesta el alguacil, espada en ristre, se lanzó contra él, pero su hermano lo abrazó diciéndole: ‘¡Déjele, vuesa merced, señor, que es un mozo y no mire a él sino a mi padre!’. Al oír el alboroto, algunos invitados acudieron al lugar de la reyerta, el primero en llegar fue Francisco de León, hermano del anfitrión, quien echó mano a su espada, gesto que imitaron otros espadachines hasta brillar en la noche más de cuarenta aceros.

-¿Cuántos muertos hubo en aquella pelea multitudinaria?

-Sorprendentemente ninguno.

-¿Y heridos?

-Tan sólo uno, Francisco de Osorio, hijo de García Osorio, otro regidor de la Isla, que fue alcanzado en el rostro al interceptar el golpe que Andrés Espino propinó a Constantín Cairasco, por lo cual recibió nueve puntos de sutura.

-¿Y su padre no clamó venganza?

-Al contrario, para evitar problemas lo envió aquella misma noche a su hacienda de Teror.

-¿La que lleva su apellido?

-Efectivamente.

-¿Pero aquello no desencadenó una vendetta entre familias?

-De ningún modo, lo único que sucedió fue que dos días después Andrés de Espino fue detenido y encarcelado por la Inquisición hasta el 23 de agosto, fecha en la cual ‘fue fiado a su padre como carcelero’, lo que hoy día equivaldría a un arresto domiciliario, pues los ánimos se habían apaciguado y las presiones de amigos y familiares consiguieron que agresores y agredidos acabaran haciendo las paces.

-Bueno, es una anécdota curiosa –dijo uno de los allí presentes–, porque supongo que las fiestas de disfraces no solían acabar trágicamente cuando los caballeros lo eran de verdad.

-Pues estás muy equivocado, las peleas eran tan comunes como ahora, incluso hay un famoso cuadro de Gérôme titulado Duelo después del baile de máscaras que lo demuestra.

Inmediatamente varias personas lo buscaron en el móvil y cuando vieron a Pierrot herido de muerte por Arlequín comprendieron que sólo los payasos se pelean estando de fiesta.

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