Un camino rosa

Ángel Pérez

Ángel Pérez

Era un pendiente desde hacía mucho tiempo, y como todos los pendientes, o se lleva a cabo o se convierte en quimera con la que uno se castiga por procrastinador. Y lo hice. Ya puedo poner en mi currículo vital que hice el Camino de Santiago. Advertencia: hay que caminar. En ese halo de misticismo que rodea cualquier actividad en la que se presupone que tu alma va a crecer, algunas y algunos olvidan contarte que tu cuerpo va a mermar. Autocrecimiento y autodestrucción se mezclan y se dan la mano en el peregrino. Y cuando los pasos se van acumulando y descubres músculos, ligamentos y tendones nuevos, también descubres, más si cabe, lo anodina que es tu vida, lo que te cuesta aventurarte y lo poco que has viajado para lo mucho que te gusta. Y cuando recorres senderos por parajes de cuento, las gotas de sudor se mezclan con las lágrimas, y escuchas el aire entre los árboles junto a las alarmas de tu salud articular. Pero todo es parte del Camino. Las madrugadas y los amaneceres, la miga del pan gallego y la vaselina en los pies, los calcetines compresivos y las risas, los “no puedo” y los “aquí estoy”, una tabla de pulpo y los bastones, mil historias y las tobilleras. Si a eso le sumas que caminé junto a un grupo de mujeres con cáncer de mama, que dejaron las quejas en su casa y me dieron ejemplo y cariño, este y todos los caminos merecen la pena. Y me ofrecieron mi revelación personal: no es lo que sucede, sino el valor y la importancia que le des. Gracias a la Fundación Carrera por la Vida, a las mujeres valientes y valiosas, y a las y los aliados por hacer un camino rosa y demostrarme que como en la vida, el camino es la meta. Nunca olvidaré los abrazos y aquella gaita.