El humor canario pierde a su maestro

‘La última y nos vamos’ con Manolo Vieira, de los escenarios a la eternidad

Vieira se fue de puntillas pero avisando, porque su corazón latía al compás de su público y por eso diseñó una gira de despedida

Manolo Vieira se despide de los escenarios con 'La última y nos vamos... a saber dónde'

Andrés Cruz

Nora Navarro

Nora Navarro

Manolo Vieira solía destacar entre sus espectáculos favoritos el de El último en salir que apague la luz, si bien uno de sus CD-DVD más vendidos es el que reúne los sketches de Hoy no es lunes. Tras la noticia de su muerte en la noche del miércoles, tampoco hoy parece viernes porque la última risa del alquimista del humor isleño apagó la luz demasiado pronto.

En los últimos meses, Vieira ya jugaba con el misterio entre el punto final o el punto y aparte, dejando siempre en puntos suspensivos la posibilidad de volver a agarrar un micrófono en escena. La puerta parecía entornada, aunque las de su mítico pub teatro Chistera cerrarían para siempre en primavera y, después de abrirlas de par en par a generaciones de comediantes que compartían el acento de su risa, Manolo Vieira bajó el telón y nos dejó la llave.

Cuatro décadas en los escenarios

Esa llave que abrió los cerrojos de la alegría, el desparpajo y el reírse de uno mismo desde la raíz de lo que somos es el legado del jefe de todo esto, después de más de cuatro décadas en los escenarios. A menudo contaba que sus dos grandes lecciones las heredó a su vez de su padre, que enumeraba en este orden: «Relajo con orden y las grandes verdades se dicen de broma».

Y la realidad es que Manolo Vieira se fue de puntillas, pero avisando. Su corazón latía al compás de su público y por eso diseñó una gira de despedida antes de apearse de los escenarios porque «la edad no perdona y ya no estoy para este tipo de actividad», declaró en la presentación del tour, que, pese al agotamiento, recorrería las salas de todo el Archipiélago.

La arrancadilla

Lo título La última y nos vamos, a lo que añadió el apéndice de a saber dónde. Siempre quiso deslizar que no era la última sino la penúltima, la arrancadilla, la que mejor sabe, pero su público sabía que, fuera a donde fuese, a cualquier hora de cualquier día de la semana, el horizonte era la eternidad. Manolo Vieira se despedía convertido ya en un clásico y muy pocos artistas comparten esa categoría antes de partir.

Esta breve gira interrumpida, que puso en alerta a todo el pueblo isleño cuando suspendió su actuación prevista en Tías, en Lanzarote, el pasado viernes, por motivos de salud, pone de relieve dos cuestiones alrededor de su huella. La primera es que, en el filo de La última, el artista observó su propia vida en retrospectiva y se regaló el aplauso merecido a una trayectoria de luchas, méritos y superaciones. «Orgulloso del camino elegido», expuso al comienzo del tour, puesto que a su yo del pasado, ese Manolo que se subió un 1 de junio de 1981 a un escenario, solo le diría tres palabras: «Bien hecho, Manué».

Con las botas puestas

La segunda cuestión es que Manolo Vieira no solo se marchaba con las botas puestas, sino con la generosidad y la gratitud desbordándose de sus manos y su risa, porque La última consistía en darse a su público: no tanto en rendir homenaje a su propia trayectoria como en regalar esa última carcajada a la legión de seguidores y seguidoras de casi medio siglo. Y también a las nuevas generaciones que crecieron a la sombra alargada de su magisterio del humor y hoy llenan auditorios y teatros luciendo el acento isleño que defendió el humorista isletero con sus sketchs de la ensaladilla rusa en el campo, el coño canario o el «disle quiero».

La última sí que fue la arrancadilla. Antes fue la llave y luego vino la eternidad.

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