Gregory Peck, uno de los nuestros

20 años de la muerte de la estrella, que rodó ‘Moby Dick’ en la capital la Navidad de 1954

Gregory Peck ejerce de entrenador en el combate de boxeo celebrado la Nochevieja de 1954 en el Cuyás.

Gregory Peck ejerce de entrenador en el combate de boxeo celebrado la Nochevieja de 1954 en el Cuyás. / Luis roca

Luis roca

No hay estrella de Hollywood más refulgente que haya visitado Canarias para trabajar en el siglo XX como el californiano de La Jolla Gregory Peck, que el lunes pasado hizo justo 20 años que falleció, en 2003, a consecuencia de una neumonía, a los 87 años. A Canarias vino con 38 años. Tan cercano y amable debió ser el actor durante su estancia en Las Palmas que entre las clases populares se le empezó a llamar Gregorio Pérez, era como hacerlo uno de los nuestros.

Gregorio Pérez llegó a Las Palmas después de rodar la comedia romántica Vacaciones en Roma (William Wyler, 1953) en Italia, con Audrey Hepburn como compañera de reparto, una de sus películas de referencia. Las otras son, además de Moby Dick, Matar a un ruiseñor, por la que ganó el único Óscar de su carrera, Recuerda (Alfred Hitchcock, 1945) y Duelo al sol (King Vidor, 1946). En Moby Dick debía encarnar a un personaje muy distinto a sus papeles habituales, un tipo maniático, amargado, obsesionado, vengativo, iluminado y tan persuasivo que era capaz de llevar a toda su tripulación al desastre incluso después de su propia muerte. Ingrid Bergman, Jennifer Jones, Lauren Bacall, Sofía Loren, Ava Gardner fueron algunas de las actrices con las que trabajó el californiano. En Moby Dick, con un reparto formado íntegramente por actores, compartió pantalla con Orson Welles, que interpreta al Padre Mapple en el arranque de la película.

Todo lo que sigue, y lo mucho que no se cuenta, lo sabemos por la muerte de Gregory Peck en 2003. Porque ese fallecimiento fue la espoleta para indagar en un rodaje que hasta ese momento no se había puesto en valor como merecía. El primer artículo que publiqué sobre el tema, en este mismo periódico el 19 de julio de 2003, ya determinaba, desde el título, Un regalo de Navidad, algo que aún no se había fijado correctamente, que la película estrenada en 1956 en EEUU (en 1958 en España) se había rodado en las fechas navideñas de 1954, entre diciembre de ese año y enero de 1955, y que unos meses antes, en septiembre, se habían empezado a realizar los trabajos de construcción de la réplica del cachalote en el Puerto de La Luz. También adelantaba una de las conclusiones que puedo confirmar después de 20 años de investigaciones: que Moby Dick, película dirigida por John Huston, protagonizada por Gregory Peck, escrita por Ray Bradbury y Huston, es el rodaje más importante de Canarias en el siglo XX y, por extensión, uno de los eventos culturales más importantes las Islas en el mismo período de tiempo.

Gregory Peck llegó a Las Palmas en avión en diciembre de 1954, pero buena parte del equipo lo hizo en hidroavión. Así que, muy probablemente, amerizando en el Puerto de La Luz llegó todo ese ejército de técnicos y carpinteros para construir la tercera réplica del cachalote albino en La Luz, una tropa que al poco de llegar se volvió a sus lugares de origen cuando la productora descubrió que en el puerto había un plantel de carpinteros de ribera con capacidad sobrada para ejecutar el trabajo. Así, esa tercera réplica del mítico cachalote, la que finalmente ha sido su principal representación en el cine, se forjó con las manos y músculos de una setentena de profesionales canarios a las órdenes de James Stuart Jolly, el ingeniero escocés traído desde la India por la Casa Miller para ponerlo al frente de su empresa de reparaciones navales.

La maqueta consistía en un artefacto de 30 metros y 20 toneladas construido con hierro, madera y látex sobre una barcaza llamada chata, embarcación que servía para llevar agua a los barcos fondeados. De sus constructores profesionales, Pedro Vázquez, que hoy cuenta con 90 años, es el único vivo. En los últimos años, Vázquez ha intentado en vano que el ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria rinda a este rodaje el tributo que merece. Yo mismo lo intenté hace 10 años, también sin éxito. La corporación que logre romper el maleficio en torno al reconocimiento de este rodaje en la ciudad no solo habrá subsanado una flagrante injusticia, sino que se ganará la gratitud de quienes participaron y vivieron de cerca el acontecimiento y sus descendientes.

El cuerpo del cachalote no fue lo único que se construyó para la película. Además, en el puerto se construyeron tres decorados más: la cola del cachalote gigante, una sección del lomo del animal, montado en un lateral sobre una balsa, y una sección de la cubierta del Pequod, sobre otra balsa. También se construyeron tres botes balleneros de dos puntas, pues así eran los que se usaban para la captura de cachalotes gigantes en la mitad del siglo XIX en que se sitúa la obra maestra de Melville.

Las noticias de la prensa sitúan la llegada de Peck a la ciudad en torno al 17 de diciembre de 1954. Peck, que estaba casado con Greta Kukkonen, una peluquera finesa que trabajaba en el cine a la que había conocido en 1942, conoció al que sería el gran amor de su vida, la periodista francesa Veronique Passani. Passani acompañó a Peck al rodaje en Las Palmas, aunque por discreción ocupaban habitaciones distintas en el Hotel Santa Catalina.

Uno de los últimos tesoros descubiertos del rodaje de la película fue la colección de fotos que se encontraba en un altillo de la casa de Diana Pavillard y que la nieta de Mr. Pavillard, propietario de la otra gran casa inglesa de Las Palmas, Elder, se había animado a buscar tras una conferencia que di unos días antes en el Club Inglés de la ciudad por invitación de Margarita Bravo de Laguna Blandy.

De la colección de fotos de Diana Pavillard destacan dos grupos. Por un lado, las de miembros del equipo de rodaje subido a lomos de la réplica del cachalote en alta mar, con el perfil de la ciudad de Las Palmas a lo lejos, una imagen poderosa, de gran fuerza poética. Por otro lado, también las fotos del combate de boxeo celebrado en un ring levantado sobre el espacio que solía ocupar la gallera del Cuyás, situada en lo que hoy es el patio del Teatro Cuyás. Ocurrió el 31 de diciembre de 1954 y en ellas se ve a Gregory Peck ejerciendo como entrenador de uno de los contendientes. El combate, de carácter benéfico, se organizó con el fin de recoger fondos para destinarlos a los niños más desfavorecidos de la ciudad. Los púgiles eran los actores Edric Connor y Tom Cleeg. También John Huston y Harry Andrews, como muestran las imágenes, ejercieron de entrenadores.

Otro de los hitos del rodaje lo descubrí por un reportaje en la prensa nacional sobre una exposición en Madrid de la Agencia Magnum, agencia internacional de fotografía fundada, entre otros, por Henry Cartier Bresson y Robert Capa. Así supe el nombre del fotógrafo de las imágenes sueltas que habíamos vistos del momento, Erich Lessing, y que hasta entonces nadie había hilado como procedentes de la misma cámara fotográfica. Así, también, pude acceder al total de esa fantástica colección de 24 fotografías de gran calidad, parte de las cuales fueron publicadas en el semanario francés Paris Match en un especial sobre el rodaje. Sobre todas ellas destaca una en las aguas de la bahía del Confital. En ella se aprecia al director de fotografía Oswald Morris, sentado sobre un extensible en la popa de una de las barcas balleneras que perseguían a Moby Dick, con el aparatoso equipo de cámara protegido con un cristal inclinando tanto la embarcación que el trasero de Morris queda hundido bajo el agua.

La compleja escena se rodó una parte en aguas de la bahía del Confital y otras en el naciente de la ciudad. La de Peck sobre el lomo del animal se hizo en el naciente sobre el decorado que simulaba una sección del lomo del cetáceo. Este contaba con un sistema mecánico accionado por un maquinista que hacía que Peck se hundiera y emergiera del agua. En esos planos cercanos quien rodaba, poniendo en peligro su vida, era el propio Peck, pues no se acudió ni al muñeco traído para el rodaje ni al doble que el actor tenía para las escenas lejanas.

No hay constancia, hasta hoy, de excursiones del Huston, Peck y el resto del equipo de rodaje al interior de la isla. Una pena, pues esa belleza natural que hoy a duras penas conservamos hubiera servido para hacer más profunda la huella en los cineastas del lugar al que el destino trajo a Gran Canaria hace 69 años. Sí, en cambio, debieron disfrutar, de noche, de unos poderosos cielos mucho más estrellados que los de hoy. Miren hacia arriba de madrugada y en el manto de estrellas visible desde la ciudad una de ellas, si duda, es la de Gregory Peck, Gregorio Pérez, actor que iba para médico pero que como llegó a afirmar, no entendía su vida sin la interpretación y cuya luz elegante, discreta, sabia, indeleble, hoy nos sigue inspirando.

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