Amalgama

Telepatía sintética

Un muñeco de ventrílocuo vestido de soldado.

Un muñeco de ventrílocuo vestido de soldado. / juan ezequiel morales

Juan Ezequiel Morales

Juan Ezequiel Morales

En una reciente entrevista de Max Hoppenstedt al creador de ChatGP4 y Dall-e, Sam Altman, sobre Inteligencia Artificial, éste manifestaba que frente a las deepfakes (por ejemplo, una presunta explosión en el Pentágono, que provocó hace poco un desplome en las bolsas) se necesitan nuevos mecanismos de respuesta: «podrían ser herramientas de rastreo automáticas que busquen imágenes generadas de forma artificial», o bien obligar por ley a que las imágenes generadas por IA lleven un distintivo blockchain. Simultáneamente, en Der Spiegel se publicaba el miedo que producía el youtuber y músico Jonathan Jacob Meijer, donante de semen a través de clínicas de fertilidad privadas, que se enfrentaba a un juicio por parte de algunas de las madres de sus hijos, que querían prohibirle que siguiera donando para evitar la multiplicación de hijos-Meijer, que había llegado ya a ser preocupante, pues los tiene en Australia, Canadá, Kenia, Ucrania, Italia, Alemania u Holanda, siendo que sus hijos coinciden en varios colegios y guarderías y hay muchas más mujeres embarazadas de su semen (véase la web spermaspenderinfo.net) y a las madres les resulta inquietante lo que se parecen todos sus hijos. Estas son las consecuencias del avance imparable de la tecnología. Pues bien, vamos a por la Telepatía Sintética. La idea de telepatía sintética arranca del siglo XX, y trata de traspasar y captar información a través del pensamiento, en el sentido de aprovechar y traducir los movimientos musculares que se producen dentro del cerebro. Edmond Dewan, físico que trabajó en la Base de la Fuerza Aérea Hanscom, en Massachusetts, durante 52 años, hasta 2009, publicó un artículo en la revista Nature en el que proponía un método de comunicación lingüística utilizando la electroencefalografía, modulando las ondas Alpha cerebrales, y fue capaz de enviar letras del alfabeto de código Morse.

En 2001, G. Lapin, A. Guy y R. King, en IEEE Transactions on Microwave Theory and Techniques, estudiaron los efectos de la corriente eléctrica y campo eléctrico inducidos en el cuerpo humano cuando se exponen a un campo eléctrico incidente cerca de la frecuencia resonante, concretamente por operadores de radioaficionados por sus antenas transmisoras. Esas microondas, según sospechó A. Guy desde los años 70, producen una expansión térmica en los cerebros que, a su vez, producen tensiones en el tejido cerebral, y siguiendo el mecanismo, un sonido puede pasar del cráneo a la cóclea y hacer como que se escucha, y de ahí se conseguiría una forma de telepatía sintética. Otro método, relatado por Farwell y Donchin, en 1988, utilizaba el potencial de la microonda P300, usando EEG para correlacionar el pensamiento del sujeto con la letra que se le enseñaba en ese momento (lo publicaron en Electroencephalography and Clinical Neurophysiology).

Ha sido posteriormente, en 2006, cuando Elmar Schmeisser, coronel retirado del Ejército de los Estados Unidos, interesado en los temas relativos al control mental, asistió a una conferencia de Gerwin Schalk, investigador australiano especialista en interfaz cerebro-computadora, vinculado al centro de Wadsworth, que explicaba que al cerebro es más eficaz leerlo a través de su microactividad electro-muscular que perforándolo con craneotomía y colocando electrodos en la materia gris. Ambos iniciaron una investigación militar para la creación de un casco que pueda traducir los pensamientos de unos soldados para que lleguen a otros soldados, en pocos segundos, y sin la emisión física de señales auditivas o gestuales. Schmeisser unió a la investigación al científico cognitivista Mike D’Zmura, de la UCLA, y actualmente está el proyecto en plena marcha.

En el plano empresarial de los videojuegos y la salud, empresas como EmotivSystems, en 2008, presentaron un controlador con el pensamiento para videojuegos, y Neural Signals Inc ha extraído palabras completas del pensamiento de pacientes paralíticos o neurológicamente mudos. Por tanto, un agente piensa algo, la máquina percibe las ondas, busca su diccionario y transmite a otro u otros que tienen incorporado un dispositivo decodificador, y reconocen el mensaje. Con la utilización de estas interfaces, si se captan las necesariamente sutiles ondas que pululan en el mediambiente, pueden detectarse estados masivos de miedo, ansiedad o euforia, por ejemplo, en los enemigos, y operar en consecuencia. Solo hace falta localizar el objetivo, señalar quien es el enemigo, o el súbdito, y manipularlo. La próxima gran industria político-militar será esta, y facilitará enormemente la vigilancia y el control de cada individuo o de grupos de individuos o de la masa completa, en red. Solo hay que introducir algún producto químico electro-conductor en la sangre, poner en marcha a la IA con cálculos multivariantes, apretar botones contra-éticos, y éxito asegurado.

Ya existen sospechas de que muchos esquizofrénicos paranoides pueden ser víctimas de esas tecnologías que se introducen como voces internas de origen desconocido, una ventriloquía mental, voces que emanan de las televisiones, pero siempre ocurrió que esa casuística existió, aunque a lo largo de la historia fue modificándose, y hay quien entiende que la esquizofrenia es un producto de la sociedad industrial y que está cambiando con la entrada en la edad postindustrial y de la ultrainformación electromagnética.

Especulaciones aparte sí que podemos entrever que se acerca a pasos agigantados un mundo distópico, gobernado por los dueños de la tecnología y que, no obstante, esta telepatía sintética nada tiene que ver con la telepatía transcendental. Es como comparar una prótesis con la extremidad original vinculada al cerebelo, al cerebro límbico, y al neocórtex, y de ahí a la elusiva conciencia, que está detrás de todas estas niñerías.