AMALGAMA

Ulrike Herrmann, filósofa del decrecimiento

Ulrike Herrmann

Ulrike Herrmann / Elena Ternovaja

Juan Ezequiel Morales

Juan Ezequiel Morales

Hoy vamos a fijarnos en la obra de Ulrike Herrmann quien estudió historia y filosofía en la Universidad Libre de Berlín y, al leer sus textos, y que desgrana magistralmente los sucesos vitales de Adam Smith, de Karl Marx y de Keynes, para explicar cómo sus teorías pro o anticapitalistas, se fundamentaban muchas veces en sus propias experiencias con el dinero y la subsistencia. Herrmann ataca a los mercantilistas, critica el concepto de división del trabajo y cuando Adam Smith explica que la misma no tiene un origen benevolente, sino que nace del egoísmo superviviente del carnicero, cervecero o panadero, no lo considera ella así y discute contra la interpretación ultraliberal: «No trataba de defender el egoísmo. Estaba interesado en el principio de las consecuencias no deseadas».

En Smith está el origen de las políticas antimonopolio que defienden el capitalismo natural, hasta que los mayores monopolistas, los monopolistas absolutos, llegaron con el comunismo. Y la división del trabajo (no apta para una aldea, pero sí para un mercado extenso) previó que la globalización es el terreno más fértil para hacer de la economía mercantilista un éxito fulgurante. Ulrike sigue por el camino histórico del pensamiento de Ricardo, y de Marx, y señala tres errores en el marxismo, pero es curioso el error que ella define como que hay explotación, pero no plusvalía, lo cual ocurre, dice Ulrike basándose en los estudios de Thomas Pikkety, porque la riqueza es proporcionalmente más o menos la misma pero se ha concentrado de forma extraordinaria en cada vez menos manos. Ulrike pasa por Schumpeter y termina en Keynes.

Pero vamos a la Ulrike en sí misma, la que fue empleada de banca en el Bayerische Vereinsbank, para luego ser afiliada a la CDU, de 1984 a 1987, y más tarde de Die Grünen, hasta 2021, año en el que se marchó del partido.

Entre tanto, en Hurra, wir dürfen zahlen, de 2010, se rio de la clase media como aliados babosos de la clase alta con la esperanza de poder ascender. Y llegamos a 2022, recién, con su Das Ende des Kapitalismus, y nuestra Ulrike se hace decrecentista radical. No hay otra economía circular que la de reducir la economía y, por tanto, acabar con el principio expansionista del capitalismo, acabar con su propia naturaleza original. Herrmann propone un modelo de guerra, el que adoptó Inglaterra entre 1940 y 1945 cuando luchaba con los socialistas nazis alemanes.

Una economía de supervivencia dirigida por el Estado. Observemos al respecto que la liga de Estados del primer mundo ha adoptado un modelo político de calentología apocalíptica, dirigida por el IPCC (quienes nos han predicho que en el año 2000 comenzaría una edad de hielo, que en el año 2000 habría desaparecido la nieve, o que en 2020 Reino Unido tendría clima siberiano). No es cuestión de no explorar teorías e hipótesis, pero el considerar el cambio climático y las emisiones de CO2 como verdades indiscutibles y dogmáticas no es ciencia: es política unida a interés económico. Si aplicamos el decrecentismo, necesitamos una teoría del cambio climático absoluta, como la ley de la gravedad universal. Hemos de añadir que los datos en los que se basan los paneles tipo IPCC están puestos en tela de juicio.

Por ejemplo, en EEUU se calcula que el 96 por cien de los datos son erróneos, lo que se avisó el 27 de julio de 2022, respecto a los sesgos de calor encontrados en las estaciones de la NOAA (Administración Atmosférica) desde 2009, con un informe publicado por The Heartland Institute (sede de 14 conferencias internacionales sobre el cambio climático), donde se compilaron visitas satelitales y encuestas en las estaciones meteorológicas, y se comprobaron sesgados los datos por efectos de proximidad al asfalto, maquinaria y otros objetos fuentes de calor artificial.

Si apenas nos detenemos, por ejemplo, en los paneles solares, el propio IPCC señala que la energía fotovoltaica contamina 48 gramos de CO2 por Kw/h, pero un reciente estudio de Enrique Mariutti (El sucio secreto de la industria fotovoltaica) ha medido cinco veces más, entre 170 y 250 gramos de CO2 por cada Kw/h, mucho mayor que la del gas natural, que arroja 50 gramos de CO2/Kwh, porque tiene en cuenta el proceso de extracción, manufactura, venta y transporte de las mismas. Y peor es el desastre con los coches eléctricos.

La era del decrecimiento está aquí, sí, y el esquema exige que exista un cambio climático indiscutible, con un sistema económico colapsando por la deuda de los países, lo cual se une a la falla provocada de la energía y el petróleo, lo que implica el fin del mundo capitalista, la consecuente muerte de la clase media, y el aterrizaje en el eslogan de no tendrás nada y serás feliz.

Esto provocará evidentes revueltas que, para enfrentarlas, hará preciso el control, una renta básica universal, eliminar el efectivo, reducir drásticamente la población de 8 mil a 2 mil millones (este panorama lo muestran voces de regiones como la sudamericana que, ahora que iban a empezar a disfrutar del bienestar del primer mundo, se ven de bruces con que el primer mundo lo prohíbe en todo el planeta, y dicta al resto de la humanidad lo que ahora toca, en un nuevo alarde de imperialismo climático).

Thimotée Parrique en el Parlamento europeo, Dennis Meadows misionando el decrecentismo desde 1972 (quien defiende que si se recogen datos y sale que hay calentamiento climático es científico, pero si ocurre lo contrario se es negacionista porque se ha elegido la conclusión previamente para acomodarla a los datos). Y otro decrecentista histórico, Serge Latouche, economista francés de la Universidad de París-Sur, considera que el desarrollo sostenible es un oxímoron y un pleonasmo, un imposible, vamos, y propone: «Decrecimiento o barbarie». Los Verdes alemanes desde hace ya unos años proponen prohibir las viviendas unifamiliares, y la construcción de ciudades con un centro donde se trabaje y se consuma muy cerca (el origen de la idea de las ciudades de 15 minutos).

Pues nuestra Ulrike Herrmann está en el origen de estas tesis, y propone limitar el consumo diario a 2.500 calorías por persona como máximo (500 gramos de fruta, 232 de cereales, 13 de huevos o 7 de cerdo), y siendo consciente de que «los alemanes estarían mucho más sanos si cambiaran sus hábitos alimentarios», prevé no obstante un advenimiento de felicidad, ya que «puesto que habría más igualdad en este ámbito, la gente también sería más feliz y la vida sería incluso más agradable de lo que es hoy en día, porque la justicia hace feliz a la gente». Ulrike señala que «cada nuevo edificio es un crimen contra el medio ambiente», y ha calculado, conforme a la población alemana, que cada alemán tiene un derecho máximo a 47 metros cuadrados de espacio ¡Ah, Ulrike, Ulrike Herrmann!

Suscríbete para seguir leyendo