Memorias

Britney Spears: el libro de memorias definitivo no existe

En 'La mujer que soy', la cantante ha contado con tres escritores-fantasma, un recurso que puede parecer feo pero que es corriente en este tipo de obras

Se busca armar un relato emocionante y épico, aunque ninguna biografía es perfecta

Britney Spears, en una imagen de archivo.

Britney Spears, en una imagen de archivo. / EFE

Jordi Bianciotto

Los libros de memorias se han erigido en recurso goloso para artistas con cierta trayectoria (o no: Justin Bieber publicó el suyo a los 16 años). Obras pensadas para enaltecer al personaje, satisfacer la curiosidad, imponer un relato oficial. Pero es fácil adivinar que un Ozzy Osbourne difícilmente se vería con el humor, la constancia y la habilidad para redactar las más de 300 páginas de su psicotrópica autobiografía.

Para eso está el escritor-fantasma, o ‘ghost writer’ (o, hum, ‘negro’), que da forma a la historia. Tal vez oficializado en los créditos como ‘colaborador’, un eufemismo que suele dar cobertura a quien ha escrito el libro a partir de conversaciones y textos en bruto. En su muy disfrutable ‘Yo, Elton John’, el pianista-cantor se limitó a dispensar un ‘agradecimiento especial’ a Alexis Petridis, el brillante crítico de ‘The Guardian’, “que lo ha hecho posible”.

Y ahí está ‘La mujer que soy’, las recién alumbradas memorias de Britney Spears, en las que se han involucrado tres profesionales de la escritura y la edición, Ada Calhoun (que hizo el borrador), Sam Lansky (lo afinó) y Duke Dempsey (lo cerró), según revela ‘The New York Times’. Puede parecer una práctica fea, o una traición al lector, que siente que cada palabra del texto sale directamente del corazón del cantante al que admira, y a quien cree tratar de tú a tú a través de un carril íntimo.

Pero el artista más genial puede estar inhabilitado para escribir un libro que la editorial querrá que sea explosivo y perfectamente construido para remover emociones, con sus puntos de inflexión y de conflicto, su suspense y su moraleja. Es posible, así ha sido en el caso de Spears, que se trate de incorporar varios puntos de vista, generacionales incluso, para agrandar el espectro de lectores. Y puede ocurrir que el artista no recuerde aspectos de su carrera (es más frecuente de lo que parece), o que, liado con sus cosas, no disponga del tiempo para ponerse a escribir.

Sí que es preceptivo desconfiar cuando una biografía se presenta como obra definitiva. Si lo firma o tutela el artista, revelará claves que solo él sabe, pero tal vez evite episodios ingratos o haga prevalecer su perspectiva en asuntos discutibles. Y si es el periodista, el especialista, quien lo escribe en solitario, tal vez llegue a contar aquello que el protagonista no quiere que se sepa, pero quizá lo haga de un modo erróneo, desconociendo detalles y razones. ¿Dónde está la verdad? En la versión de los hechos en la que cada cual tenga la necesidad de creer.