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historias de san valentín

Los amantes de Aguere

La joven novicia Úrsula de San Pedro huye del convento de las Catalinas con su enamorado. Como castigo, a él le cortan la cabeza en la plaza del Adelantado y ella debe presenciar la decapitación

Vista actual del interior del convento. CEDIDAS POR JULIO TORRES.

El final de Jerónimo y Úrsula da escalofríos, y mucha pena. El desenlace de su aventura amorosa resulta tan cruel y atroz que merece un lugar destacado en la lista selecta de las grandes y dramáticas historias de amor que anidan en los libros de literatura romántica. Su hazaña fue tan sublime y sus consecuencias tan despiadadas que cuesta olvidar las peripecias de estos jóvenes laguneros. Su historia, su vida, se queda en la memoria como sólo ocurre con los grandes clásicos. Sin saberlo, Jerónimo Grimón y Úrsula de San Pedro podrían haber protagonizado esa famosa obra de William Shakespeare. En lugar de estar ambientada en Italia, este Romeo y Julieta se vivió a mediados del siglo XVII, en plena efervescencia de la Inquisición, en la ciudad del Adelantado de San Cristóbal de La Laguna. Al igual que aquellos amantes de Verona, el amor entre el joven capitán y la novicia de las Catalinas fue sobre todo una relación maldita.

En la primavera de 1651 se producía la ejecución pública de un reo acusado del rapto de una religiosa. El crimen de este joven, hijo natural de un acaudalado señor de La Laguna, propietario del famoso palacio de Nava, fue la decapitación. Su muerte tenía que servir como ejemplo ante un hecho calificado por la Santa Inquisición como de extrema gravedad.

Ni siquiera la familia del capitán pudo hacer nada por evitar esta muerte. Además corrían el riesgo, si se negaban, de perder gran parte de su inmensa fortuna. El Santo Oficio hubiera procedido a la incautación de sus bienes.

Como señala el historiador Julio Torres Santos, "estamos hablando de los propietarios del palacio de Nava, este chico era hijo del regidor de Tenerife, y como entonces la Inquisición mandaba mucho, prefirieron no inmiscuirse en este proceso, sobre todo porque lo iban a matar, pero si ellos trataban de hacer algo, además podrían perder gran parte de su riqueza. Era mejor quedarse al margen".

Entonces el rapto de una religiosa estaba penado con la muerte. Y así en una esquina de la plaza del Adelantado, justo delante del convento de las Catalinas se levanta el cadalso donde se procede a la ejecución del joven Jerónimo Grimón y Rojas. Pero la crueldad llega a tal grado, que a Úrsula la llevan hasta uno de los habitáculos de la parte alta del claustro, precisamente desde la que puede verse la plaza y la obligan a presenciar la decapitación de su amado. Para que su aventura fuera considerada por todos como grave pecado, la cabeza de Jerónimo se clava en una pica y se mantiene durante varios días en mitad de la plaza, para servir como escarnio público y advertencia.

La joven novicia, después de tener que asistir a esta ejecución, debe permanecer en una pequeña celda sin salir durante lo que le resta de vida. En realidad como cuenta Torres Santos, "con ella decidieron llevar a cabo una ejecución más lenta, matarla en vida, nunca pudo salir de esa celda. Sólo tenía una pequeña ventana por la que podía oír la misa, y así hasta que falleció".

La joven Úrsula

En esa época, durante los siglos XVI al XVIII era bastante usual que a la hija mayor de los nobles se le tratara de casar con un buen pretendiente, y a la hermana pequeña se le metía de monja en algún monasterio. Sobre todo estaba mal visto que se quedara soltera. Y era preferible buscarle como acomodo algún centro religioso que se ocupara de ella. Pero esto tampoco era gratis, los padres tenían que aportar cierta dote.

El profesor de Geografía e Historia, Melchor Padilla, señala en uno de sus artículos que entonces de las mujeres se esperaba que fueran obedientes, castas, retraídas, vergonzosas y modestas. "Además debían ser calladas y estar encerradas en casa. La mujer era considerada siempre una menor y, por tanto, debía depender siempre de un hombre, por lo que pasaba de la tutela del padre a la de su marido. En las clases altas los matrimonios eran concertados de antemano por los padres sin que las muchachas pudieran expresar su opinión casi nunca. A pesar de ello el matrimonio era preferible a la soltería. Pero, ¿qué ocurría si no se conseguía casar a alguna hija? La solución estaba clara: debían profesar en un convento y para ello la familia tenía que pagar la correspondiente dote. Las jóvenes quedaban encerradas de por vida".

Así aparece recogido en un acta notarial en el que se especifica que se entregan doce mil ducados para que Úrsula Rojas, que ahora pasará a llamarse Úrsula de San Pedro, entre en el convento como monja de coro. El dinero lo aportan su padre y sus hermanas. En ese documento en el que se fija la dote de la novicia pueden verse varias firmas, la del padre Bernardino Justiniano, así como la de otras religiosas, un dominico y el escribano.

Y así con apenas 17 años entraba como monja Úrsula de San Pedro al reconocido Monasterio de las Catalinas de Siena, muy cerca de la plaza del Adelantado, que antes se llamó el llano de Los Ángeles y casi pegado al Palacio de Nava.

El joven capitán

Precisamente la cercanía entre el convento y la casa del padre de Jerónimo de Grimón y Rojas hizo posible que los jóvenes llegaran a conocerse. En realidad, en la actualidad sólo los separa un minúsculo callejón. La Laguna siempre ha sido una ciudad rodeada de misterio y callejuelas, por las que es fácil perderse y encontrarse sin ser vistos. También era habitual que los nobles y ricos hacendados de Aguere mantuvieran una habitual vinculación con la iglesia y no faltaban a sus ceremonias.

Jerónimo de Grimón y Rojas era hijo natural de Jerónimo Grimón y Hemerando y de Ana de Rojas Sandoval y Ayala. Además de nieto del maestre de campo general Tomás Grimón.

En realidad su padre, como también era habitual en esos años, mantenía como familia principal la que tuvo con María Hemerando y Vergara, a la que calificó en su testamento como mujer legítima, con la que tuvo otros seis hijos.

Precisamente fue Tomás Grimón, abuelo del pobre ajusticiado, quien mandó construir en 1585 el palacio de Nava. Más tarde, ya en el siglo XVII tuvo que ser reparada la fachada de uno de los edificios más emblemáticos de la Laguna, declarado Bien de Interés Cultural en 1976, en la categoría de Monumento.

Tanto Úrsula como Jerónimo procedían de dos familias señoriales de Aguere. Y aún así no pudieron evitar esta tragedia.

La huida hacia Inglaterra

Tal vez cansados de verse apenas a hurtadillas, y seguros de estar viviendo una historia de amor sublime, los jóvenes planean una huida que los llevara lejos de Tenerife y sus familias.

Sin duda, además del amor que podrían llegar a tenerse, los dos tienen varias cosas en común. Ella es obligada a entrar en una orden religiosa para el resto de su vida sin tener ningún tipo de vocación. Y él, aunque tiene el cargo de capitán, y mantiene un cierto estatus y poder económico, sigue siendo el hijo natural de un noble. En cierta medida los amantes estaban predestinados a buscar otra salida a sus vidas.

Aprovechando la estancia en el puerto de un barco inglés, que tenía previsto partir rumbo al norte, deciden que ha llegado la hora de escapar hacia un lugar en que puedan vivir juntos, y abandonar aquel encierro.

Además, los ingleses no podrían reparos ante el viaje apresurado de estos dos jóvenes. Sólo con pagar lo suficiente los sacarían de la Isla.

La idea parecía sencilla y eficaz. Ella se disfraza de paje, y con gran pericia logra salir del convento. Jerónimo la esperaba en las proximidades del monasterio.

La pareja huye hacia el puerto de San Cruz en busca del velero con el que sueñan que lograrán su libertad. Pero no cuentan con que esos días no sopla el viento, la mar está quieta y el barco no puede abandonar el muelle.

Julio Torres Santos considera que los elementos jugaron en su contra, y después "fue fácil averiguar en qué barco podrían huir, tenía que ser una embarcación inglesa, a los protestantes no les importaba que una monja católica se marchara con un militar".

Ante la noticia del supuesto rapto de una religiosa (así se informó sobre el suceso), se produce la intervención de la Inquisición. En un juicio sumarísimo se dictamina la muerte por decapitación del culpable de esta grave afrenta. A rastras lo llevan hasta el cadalso, y sin piedad le cortan la cabeza. Durante dos o tres días permanece en lo alto de una pica en mitad de la plaza del Adelantado, y después llevarán la cabeza hasta las proximidades de la iglesia de la Concepción.

Muerta en vida

La plaza del Adelantado era entonces el centro neurálgico de la vida de La laguna. Se creó para cumplir las funciones de plaza mayor de la villa, tanto por sus dimensiones como por la importancia de los edificios que la rodeaban. En ella se celebraban hasta el siglo XX los actos públicos más relevantes de la ciudad, entre ellos: fiestas, días de mercado, procesiones y también la ejecución de penas.

El final de sor Úrsula no pudo ser más amargo. Primero la obligan a ver la muerte de su amado y después la encierran en una pequeña celda hasta su muerte. Le llevan la comida, y como única distracción, a través de un ventanuco puede escuchar la misa y las voces del resto de religiosas.

Las Catalinas siempre se han mostrado muy reservadas con todo lo acontecido en el interior de sus muros. Por eso, aunque es probable que en sus archivos tengan algo más de información sobre la estancia de Úrsula de San Pedro, de momento permanece guardado y a buen recaudo.

Lo que parece evidente es que la historia de estos dos jóvenes de Aguere resulta tan despiadada y también sugerente, por su arrojo, que merece formar parte de la memoria colectiva de todos, y no una simple anécdota más cercana a la leyenda que a la realidad.

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