Desde la ciudad arzobispal

José María Zuasnávar y Francia

Fiscal de la Audiencia Territorial de Canarias nacido en la ciudad vasca de San Sebastián en 1764, confeccionó una hoja de ruta que le permitiría conocer a fondo la comarca teldense

Este fiscal de la Audiencia Territorial de Canarias nacido en la ciudad vasca de San Sebastián en 1764 estaba casado con doña Josefa de Azofra, quien según parece no gozaba de buena salud. Queriendo aliviar los males que aquejaban a su esposa y siguiendo las recomendaciones de su médico personal llegó a Telde en 1806 para alojarse en una de las mansiones más señeras de la Alameda de San Juan.

Hombre inquieto y ávido de conocimientos para huir de la rutina confeccionó una hoja de ruta que le permitiría conocer a fondo la comarca teldense y, por supuesto, nuestra noble y hospitalaria ciudad. Así, bien a lomo de bestia o caminando recorrió algunos trechos del Barranco Real, subió a las estribaciones montañosas y también descendió a nuestro litoral. De todo ello tomó buena nota para, a manera de diario, hablarnos de todo lo que vio. Era don José María un intelectual ilustrado que se afanaba en el estudio pormenorizado de la Naturaleza. Íntimo amigo del Obispo don Manuel Verdugo Albiturría y del Marqués de Nava y Grimón, entre otros muchos, era asiduo a las tertulias de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Las Palmas. Allí, entre informes y debates, fue acrecentando sus conocimientos en diversas materias, destacando por su buen juicio y ponderadas opiniones, así al menos lo valoran sus correligionarios.

Fue don José de Viera y Clavijo, el polígrafo, historiador y naturalista, uno de sus confidentes. De ahí que no ha de extrañarnos como Zuaznávar y Francia se esmera sobremanera en recabar datos diversos que más tarde enviará a través de un nutrido epistolario. En éste deja constancia de su gira a la Fuente Agria del Valle de San Roque, hablando muy bien de aquel líquido medicinal. En Melenara consigue algunos ejemplares de caracolas de más que notables formas y tamaño. Y así se suman diferentes muestras geológicas, destacando las múltiples funciones que le dan los teldenses a la cal. Nos habla de la incipiente cochinilla y de lo bien arraigada que están las labores agrícolas y ganaderas entre los habitantes del lugar.

En otro orden de cosas se entretiene en averiguar todo lo concerniente a las dotaciones académicas de la comarca teldense y aunque se lamenta de la falta de alumnos en las escuelas, reseña tres de ellas y más concretamente el convento de Santa María de La Antigua o San Francisco. Describe con exactitud las calles, plazas, así como los templos y demás espacios públicos. En el orden social alaba a la sociedad local de la que dice, entre otras cosas, que en la parte noble de la ciudad es más que notoria la riqueza de sus pobladores. Con respecto al Barrio de Los Llanos se fija en el adoquinado con callaos de barranco de las principales vías, unas mal empedradas y las otras según su criterio ni bien ni mal. Le atraen sobremanera las grandes fincas señoriales, en donde sus dueños pasan algunas estaciones del año.

Siente preocupación por lo mal pertrechadas que están las tropas milicianas, ya que la mayor parte de sus miembros carece de uniforme y calzado, además de sorprenderse de que, al ser llamados a formación, éstos se presentan con armas anticuadas y unos cuantos carente de las mismas, han simulado armas de fuego con listones de madera.

Así, en un sinfín de notas manuscritas va confeccionando su célebre Diario de mi estancia en Telde, que hoy se conserva en los fondos de la Biblioteca Nacional de Madrid.

Antonio González Padrón es Cronista de Telde y correspondiente de la Real Academia de la Historia