La Rama de San Pedro implosiona en el Valle de Agaete

Ni el potente calor ni las restricciones de subir al pinar de Tamadaba por la alerta por incendios pudieron con los indómitos del rito

El Valle de Agaete disfruta de la Rama de San Pedro

José Carlos Guerra

Juanjo Jiménez

Juanjo Jiménez

No era miles ni estaba el tiempo para fuegos y voladores, pero los que volvieron a dar vida al rito de la Rama de San Pedro lo hicieron a lo grande, alfombrando el camino de la Era del Molino de un mágico verde flotante que implosionó de energía, para cubrir de fiesta el Valle desde El Hornillo a Las Nieves y dar inicio así al calendario más festivo del verano grancanario.

El suceso tenía lugar a las doce y 46 minutos del mediodía de este miércoles 28 de junio. Justo en el cruce entre Vecindad de Enfrente y el camino de Los Romeros.

Desde al menos una hora antes, una multitud comandada por las bandas de Agaete y Guayedra se iban concentrando en su descenso por el estrecho veredo que baja desde el cielo por la ruta Tamadaba, en un recorrido inclemente por la solajera pero encapotado por los cientos de ramones andantes bajo el cual se va creando un microclima propio.

La temperatura a esas horas del día superaba los 30 grados centígrados, criando espejismos sobre la tierra en la Era del Molino, y la savia del poleo, la mimosa y el eucalipto de esa foresta fresca recién cortada disparaba el porcentaje de la humedad relativa del aire de esa jungla con patas y de verde intenso, salpimentada por los colorines de los papagüevos.

Viva San Pedro Bendito

A las 12.23 alguien grita, entre el aullar de los bucios, un «¡viva San Pedro bendito!», contestado bajo la masa vegetal con un «qué viva» que percuta como un trueno. Siete minutos después, a las 12.29, la Banda de Guayedra arranca con el jacarandoso tema de El conejo de la Loles, y rianga de nuevo el enrale en su enésima potencia, acrecentando la excitación nuclear entre el personal participante, de manera que para cuando a las 12.46 minutos la misma banda acomete ese himno nacional del Valle y de Agaete toda, La Madelón, y tras acuclillarse la concurrencia para coger fuga y saltar al unísono, se montó un insólito sindiós en el momento justo del rebote: una implosión de rama primero, aplastando el cogollo hasta el suelo, -para asomar en el horizonte solo el papagüevo-, y dar paso como efecto rebote a un tsunami por elevación de rama que sacudió desde El Hornillo hasta Las Nieves.

No es que fueran muchos, a cuenta de que la Rama de San Pedro cayó entre semana y bajo severos avisos por calufa, pero los que asistieron al sacramento se lo tomaron tan en serio que registraron para la posteridad una de las mayores densidades de romeros por centímetro cuadrado vistas hasta la fecha. Tanta, que bajo la alargada pelota que formaban en su lentísimo descenso hasta el coqueto pago del Valle, sobrevolaba una suerte de neblina, como si bajaran hirviendo.

La milagrosa multiplicación de los ramones

Toda la comitiva en sí era un milagro, el de la multiplicación de los ramones, porque a pesar de la taxativa prohibición de la autoridad competente para subir a Tamadaba a buscar la sustancia que da nombre al rito, allí había rama para dar y compartir.

Una vía de suministro se originaba la noche del lunes, apenas horas antes de conocerse el decreto que mandó parar.

Lo explica Eleazar y su hermana Elena Rodríguez. Ya era de noche y se corre la voz de que, quizá por primera vez en su historia, no habrá subida a Tamadaba en la víspera. «Yo estaba en casa y me entero por los chicos del Valle». En apenas dos horas se organizan y salen a medianoche, a las doce en punto», 24 horas antes del filo de lo imposible.

Expedición exprés a Tamadaba

La Rama de San Pedro. Valle de Agaete | 28/06/2023 | Fotógrafo: José Carlos Guerra Mansito

La Rama de San Pedro. Valle de Agaete | 28/06/2023 | Fotógrafo: José Carlos Guerra Mansito / José Carlos Guerra Mansito

Apenas les dio tiempo para bailar de arrancar, «aunque sin música». Eran nueve, «sin luz y si ni nada», que ascienden a piñón de forma que a las cinco y media de la madrugada estaban de vuelta. Eleazar con su ramo y otro para su hermana Elena. «A las ocho y media ya estaba en Gáldar para ir a trabajar».

Un segundo suministro llega en forma de camión municipal, que deposita una pila de ramones cortados a mano, «sin radial», tal y como marca el decálogo de la prudencia en situación de alerta. Y un tercer aporte de rama fresca del tiempo era ayer en San Pedro objeto del runrún y del secreto, bajo la premisa de «que no se le pueden poner puertas al Valle», según informaban mientras un indómito picaba el ojo.

Pero entre unos y otros, para llegar al día de la Rama en el Valle o para celebrarla en condiciones sin ir más lejos, el trajín resulta apabullante apenas se hurgue en la mecánica de la cosa.

Una pechuga al 'apletiser'

El señor San Pedro, en proceso de enramada.

El señor San Pedro, en proceso de enramada. / José Carlos Guerra Mansito

Ahí está entre los callejones de El Terrero Joaquina García, esperando un recado de una vecina. Joaquina lleva desde el año 79 del siglo pasado avituallando a sus familiares, amigos y adjuntos de cervecita, agua y «algún güisqui», incluso a gente de la calle, pero atención al menú, que no es flojo, y que la mantiene de sol a sol en la víspera para componer pulpo a la vinagreta, albóndigas en salsa, calamares en salsa, ensaladilla y pechuga «al apletiser», con lo cual se pasó buena parte de la noche «pelando ajo y cebolla» para atender así a un rancho de entre quince a veinte personas.

Y no menos flojo es el trabajito del turronero Rafael Artiles, que metió en la calle principal del pago su preciosa caja amarilla de La Moyera, y que asoca bajo su sombrilla de colores turrones de almendra, de azúcar, de gofio y turrón molido, haciendo gala de una golosina creada en 1916, «y que debe protegerse y difundirse entre los jóvenes como la papa arrugada». Artiles lleva desde los 8 años «caminando por la fábrica» de La Moyera, en Pedro Infinito, «donde el Buque de Guerra», recalca.

El secreto del buen turronero

El turronero Rafael Artiles, explicándose.

El turronero Rafael Artiles, explicándose. / José Carlos Guerra Mansito

Confiesa el secreto de la venta. «El esperar», de tal forma que se plantó allí, derechito como una vela, a las ocho de la mañana y el plan es recoger a las..., dos de la madrugada, una vez convenientemente «zumbado por la música», las horas de guardia, y el dir y venir de la gente, ya que resulta que el grueso de la venta se produce en ese momento en el que el parrandero se comienza a recoger. Cuando llegue a casa «me ducho, me acuesto un rato, y vuelvo», concluye Rafael.

Poco más abajo, pasando la sombra del laurel que preside la entrada de San Pedro, y que es mano de santo para chiringuitos y chiringuiteros a esas horas donde el sol cae a rente las cocorotas, aparece Pedro Santana, al frente de la Banda de Agaete, que ya dos horas alegrándole la vida al Valle, «a ver si nos recuperamos», dice, en un intento de coger resuello para lo que está por llegar, que es un segundo pase a las dos de la tarde, «para luego comer algo», tocar de nuevo por la noche en la retreta y saltar de la cama antes de las seis de la mañana para tocar diana, «que así llevo 43 años», según explica entre el sonido del bucio y una pachanga que a partir de ahora, se extiende como un reguero de aceite por toda la Gran Canaria.

La Rama de San Pedro, en Agaete

T. M. R.

La que se viene encima

Es el propio Santana, con la agenda en la cabeza, el que explica lo que se viene encima, a él, a toda su centenaria banda y casi al propio archipiélago, porque después de San Pedro, coge bártulos y tarecos para poner música a La Rama de Agaete y la fiesta del Agua de Lomo Magullo. De ahí a Juncalillo, en los altos de Gáldar, y después a Veneguera para continuar por Artenara.

De la cumbre pasa a las fiestas del Pino, en la villa de Teror, ya a principios de septiembre, desde donde salta a Antigua, en Fuerteventura para tocar por la mañana, coger un avión, y dar fosnalla ese mismo día en la Rama de la Aldea, a finales de octubre. Remata la agenda «la boda de un primo mío, que se niega a casarse si no la anima la Banda». Tal cual.