Entrevista | Gonzalo Ortega Ojeda Catedrático de Lengua Española

Gonzalo Ortega: «El léxico canario está siendo arrasado por la globalización»

Los campos se han urbanizado culturalmente a través de los medios de comunicación

Gonzalo Ortega Ojeda con un ejemplar de su última obra, ‘La ropa vieja de pulpo’ en su casa de Teror.

Gonzalo Ortega Ojeda con un ejemplar de su última obra, ‘La ropa vieja de pulpo’ en su casa de Teror. / Juanjo Jiménez

Juanjo Jiménez

Juanjo Jiménez

El catedrático de Lengua Española y miembro de la Academia Canaria de la Lengua, Gonzalo Ortega Ojeda (Teror, 1954), acaba de publicar su último libro de cuentos, que lleva por título ‘La ropa vieja de pulpo’. Investigador de la dialectología canaria, la obra es una suerte de apunte notarial que trata de inmortalizar un léxico isleño arrasado por la globalización

Señor Gonzalo Ortega Ojeda. ¿Qué receta literaria lleva la ropa vieja de pulpo que usted nos sirve en la biblioteca?

No sé si es una receta, pero con el tiempo uno va aprendiendo. Se empieza escribiendo barrocamente y poco a poco entiendes que lo auténticamente literario radica en la sencillez, en la brevedad. Decía Machado en las Enseñanzas de Juan de Mairena, que ‘los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa’, en realidad lo que quiere expresar es simplemente ‘lo que pasa en la calle’. En definitiva, y usted lo sabe porque me consta por sus propios cuentos, la brevedad es un valor fundamental: la condensación expresiva. Que conlleva esos implícitos, como ocurre en el cine, para que el lector se sienta protagonista y que pasan por no darlo todo masticado. Y no. No hay recetas porque hay autores que desde el punto de vista teórico defienden un final efectista sorpresivo, pero un buen cuento puede tenerlo o no, todo depende de si está bien escrito, si su punto de vista narrativo es el adecuado. Hay quién dice que las tres primeras líneas de la obra ya preconizan si el texto será bueno o malo porque tanto los principios como los finales hay que trabajarlos mucho. Y, por otra parte, le he buscado un lenguaje ni muy rebuscado ni muy usual, ya que haces de menos al lector si es común y ordinario.

Profesor, ¿tira usted por los cuentos quizá por su vocación didáctica?

Le diré la verdad, y es que para escribir una novela yo, como docente, tiempo no tengo. Y después los cuentos, digamos que a veces con una simple anécdota bien narrada puede surgir uno, siempre y cuando se acierte en las cuestiones más sutiles, esos implícitos del narrador que le mencionaba antes, y concretamente en mi caso, como profesor, casi me resulta un handicap porque tiendo a explicarlo todo, y eso arruina la trama. Por tanto, tengo que autodisciplinarme para no indicar cosas que el lector pueda deducir fácilmente.

Son doce historias diferentes, como lo define su prologuista, Marcial Morera, «de desarraigo y frustración». ¿Por qué tanto drama?

Se considera que lo habitual, lo común o la felicidad de los seres humanos siempre han sido un material poco literario. Entonces hay que moverse en las orillas de la sociedad para narrar hechos extraordinarios para captar el interés del lector. La mera narración de lo plano, lo cotidiano, lo poco chocante, no reviste interés aunque tengas la habilidad literaria. Es el asesinato, una situación de amor, en fin, incluso los celos entre hermanos o entre compañeros de trabajo. Las miserias humanas son literariamente más interesantes y son elementos socorridos por los narradores.

Todo algo negro, pero en realidad ofrece usted un espacio para dar cabida al humor socarrón, y en este punto en concreto le pregunto si usted cree que se encuentra en vías de extinción, sustituido por una creciente mala leche sin paliativos.

Sí. Va a menos. Pero yo tengo la tesis, que comparten bastantes personas, de que la provincia oriental, y especialmente en la isla de Gran Canaria al tener una gran influencia andaluza, es más alegre, y la occidental, con mayor presencia portuguesa en sus orígenes, tiende más a la melancolía. El grancanario tiene un humor más extrovertido, le gusta el cachondeo, contar anécdotas y quizás es un poquito menos hierático. De hecho fíjese que la mayoría de los humoristas del archipiélago son precisamente de Gran Canaria y por ahí, sin darme cuenta porque no escribo para provocar la hilaridad, resulta que los lectores le ven la gracia. Pero de verdad, le confieso que no lo hago deliberadamente.

Es de suponer que la influencia de ser hijo de Teror le lleve a usted a preferir esta ambientación rural que le imprime a su obra.

Exactamente, pero también porque la cultura rural está de capa caída.

En ese hilo ofrece usted un abigarrado catálogo de palabras de la tierra. ¿Las ha dejado por escrito con ánimo de actuar de notario ante la creciente pérdida del léxico isleño?

Si, si, si. Hombre, yo parto de la base de que cada palabra es distinta de las demás, incluidas las dialectales. Desde mi punto de vista no hay sinónimos realmente, y las empleo sin mayor miramiento, sin cortarme un pelo, pero siempre y cuando no disuenen. La gente piensa que la palabra dialectal es un vulgarismo, y para nada. Ahora bien si te excedes, o caes en el folclorismo o en el costumbrismo barato, como pasa en toda la literatura. También le digo que hay una jerga que utilizan los pibes que son canarismos legítimos. El vocablo changa, o la expresión fleje bonito, resultan un ejemplo de la posibilidad de crear un adverbio a partir de un sustantivo. Lo que ocurre es que no suelen pervivir, pero por lo demás, insisto en que son producciones legítimas.

Un dialecto que se va esfumando.

No tanto el dialecto diría yo, como el léxico. El léxico es aún mucho más vulnerable,   arrasado por una globalización que está creando una lengua más general, más nivelada, más panhispánica.

Un tesoro que evidentemente ya no volverá.

Por eso mismo digo que magua no es lo mismo que desconsuelo. Los jóvenes la oyen a sus padres y se ríen. Yo le pregunto a los chicos por ella en los institutos o en los colegios y me miran raro, pero es un vocablo que no es frustración, ni pena, ni desconsuelo, es otra cosa más sutil que ya solo conoce un pequeño porcentaje radicado en el campo, un pequeño porcentaje digo, porque también los campos se han urbanizado culturalmente a través de la radio, la televisión y las redes sociales.

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