La paciente de la planta de lesión medular del Hospital Insular de Gran Canaria Zohartze Olalla cumple 35 años en medio del estado de alarma por coronavirus, que se ha convertido en un confinamiento hospitalario. Ella, que porta una banda de "feliz cumpleaños", recibe felicitaciones de las pocas personas que circulan por el exterior del centro sanitario cuando sale a practicar con la silla de ruedas, a las que sonríe bajo su mascarilla. Confiesa que está muy lejos de ser la fiesta que esperaba, pero se declara contenta: al menos puede salir por un rato del hospital donde reside desde el mes de febrero.

En el circuito de ejercicios, donde aprenden a manejar la silla, está a su lado Adrián Sánchez, de 31 años, compañero que desde hace meses. Son apoyo el uno del otro. Los dos explican que han tenido que recuperarse de una lesión modular, asumir que se moverán en silla de ruedas de aquí en adelante y que estarán ingresados por varios meses, obligados a vivir en el hospital.

A toda esta situación se ha sumado la restricción de recibir visitas debido a la crisis sanitaria del coronavirus. Ambos se han convertido en la familia del otro, en estos momentos en los que los más cercanos están detrás de una pantalla. Ellos sonríen y hacen bromas, están de buen humor, confiesan, aunque no todos los días son así. "Cuando él está de 'bajona', soy yo la que le animo y al revés. Tiramos el uno del otro", explica Zohartze. Estos días "son un pico de emociones", pero "si él me ve caer, se esfuerza por animarse y animarme, y así vamos uno al otro empujándonos en estos momentos".

Recientemente les han cambiado el personal, algo que lamentan porque "son personas que nos atienden día a día". "Menos mal que han mantenido a los fisioterapeutas", de no ser así, "en esa planta nos habríamos vuelto todos locos", afirma Adrián. Es una planta donde influye mucho la psicología, aseguran. "Nosotros vivimos aquí, los sanitarios se marchan a casa con su familia cuando acaba la jornada" y muchos pacientes se recuperan y regresan a sus hogares, pero, mientras, "nosotros seguimos entre cuatro paredes mirando al techo". En el hospital "nadie recibe visitas" estos días, recuerdan, y de viernes a domingo "no hay ninguna distracción". "Menos mal que la tengo a ella", confiesa Adrián.

Antes de la crisis sanitaria del coronavirus, los pacientes de esta planta tenían actividades de tarde, con natación, visitas, gimnasio, entre otras, pero ahora está todo parado. "Antes bajábamos a los bancos de la entrada, veíamos a gente, podíamos usar la cafetería, ver algo diferente y hablar con otras personas", explica Zohartze, "ahora solo bajamos a las 12 un rato y lo vivimos como una fiesta cada día".

Sin visitas

Estar confinado en un hospital "es otra cosa", relata, "son los horarios del centro, las normas, la comida, el riesgo también y el ambiente". El problema emocional, aunque normal, afirman, también es contagioso, más cuando "no tienes cerca a las personas que quieres y estás confinado en un hospital sin visitas". Ya no es solo "lo de las piernas", que ya lo han asumido, según explica Adrián, es todo "el coronavirus, la vida en el hospital con esta crisis, la familia está nerviosa y que no puede verte, no queremos preocuparles".

Zohartze está esperando a que le adapten el baño de su casa, a la que regresará en unos meses. "La obra se está retrasando porque las reformas estaban paradas y para comprar el material está siendo complicado con el cese de actividad". Por su parte, Adrián también estará unos meses más en el centro, ya que previsiblemente le prepararán una prótesis.

De confinamiento en el Hospital Insular ya llevan más de un mes, y agradecen a "los grandes profesionales" que trabajan en el complejo, que "nos hacen la vida más fácil". A estas personas "las usamos de psicólogos también y es que necesitamos desahogarnos de vez en cuando", bromea Adrián. Entre risas empiezan el circuito por los alrededores del hospital, donde practican subir y bajar bordillos, las cuestas y las rampas. Para ellos es un reto que asumen con actitud y entusiasmo, y que les permite dar un paseo por la zona algo que en tiempos de coronavirus aprecian más que nunca.