La Isleta, fábrica de Gran Canaria

Un grupo de antropólogos y vecinos del barrio portuario recopilan en una docuserie el pasado industrial de la zona con vivencias de antiguos trabajadores

"Nosotros llevábamos la producción al muelle, a los almacenes, a Guía, a Gáldar, al Sur, también para afuera, para la parte del Sáhara donde se vendía bastante", relata Urbano Yánez Rodríguez, antiguo operario de la fábrica de velas de Guarino Moruzzi y Garavote. Con 16 años trabajó muy duro en dicha factoría, incluso, reconoce que llegó a dormir un tiempo en sus instalaciones, situadas a mitad del siglo pasado en lo alto de la calle Pérez Muñoz de Las Palmas de Gran canaria. El Instituto Canario de Estudios Antropológicos ha recopilado en una serie documental las vivencias de este y otros trabajadores de las diversas factorías que tuvieron sede en La Isleta a lo largo del siglo XX.

El proyecto, que lleva por nombre 'Patrimonio Industrial de La Isleta', tiene como objetivo "recopilar vivencias de los mayores del barrio para que no se pierdan", según explica Jorge Pulido, uno de los vecinos isleteros que han sacado adelante la iniciativa. Las salinas de El Confital, la fábrica de Hielo de Fharpes, la de aceite Racsa, la conservera Escobio, los viejos hornos de cal, las canteras y pedreras, los talleres de carpintería de ribera, la factoría de muñecas Solneli, la de velas y los salazones y secaderos de pescado son los capítulos que componen la serie documental.

"Siempre hemos estado recopilando información para nuestro blog, pero decidimos que era mejor grabar los testimonios, basándonos en las experiencias de quienes vivieron aquella época", apunta Pulido. Todo con tal de recordar esos primeros negocios de La Isleta que florecieron junto al Puerto, aunque, "no eran actividades necesariamente portuarias, pero sí facilitó su desarrollo", aclara este vecino. El documental, que ha contado con una subvención de la viceconsejería de Cultura del Gobierno de Canarias, ha estado dirigido por Verónica García Melgen, con un guion y realización de Juan Carlos Saavedra Guadalupe y Daniel Martín Castellano.

Juan Hernández Ramírez relata en el primer capítulo sus vivencias en una de las fábricas de salazón y secado de pescado de El Confital. Y es que en estas factorías se llegó a producir 1.400 toneladas de este producto al año. "Se traía el pescado fresco y allí se cortaba, secaba y almacenaba", indica, así para su posterior empaquetado y futura exportación. Lo hacía, precisa, sin ningún tipo de control sanitario. José Santana Apolinario también vivió su propia experiencia en esta industria; él trabajaba en Guanarteme tratando el pescado, pero tenía que llevarlo a secar a La Isleta, "donde se tendía y se tenía 24 horas por cada lado".

En esa misma zona de El Confital hubo una pedrera y cantera. Sus restos todavía son hoy visibles por encima de la playa. Según relatan Hernández y Santana, quienes al pasar por allí a los secaderos conocieron bien esta industria, primero se picaba la piedra para hacer la grava a mano, "y después ya trajeron una machacadora". Al estar en una zona aislado, cuentan, tuvieron que tender una línea eléctrica desde las casas del Carmen para poder tener abasto para la maquinaria.

También en la costa de la bahía de El Confital, aunque en una zona ya urbanizada, hubo al menos dos hornos de cal. En 1898 se le expropió unos terrenos a la familia Bravo de Laguna para poder ponerlos en marcha al conocer la existencia de yacimientos calizos. Rafael Artiles Medina, vecino isletero de la zona, cuenta que "el material era para obra menor" y que "los bolos los traían desde El Confital, pero también de Fuerteventura".

El último salinero

El negocio de las salinas arrancó en El Confital en 1867 y se mantuvo hasta 1956. En sus instalaciones se llegaron a producir 120 toneladas de sal al año. El último encargado fue Celestino Ramírez, cuyos nietos, José Ramírez y Juan Hernández, hablaron para el documental. "En la posguerra la familia prácticamente no pasó hambre", cuentan. Los problemas llegaron cuando la familia Bravo de Laguna comenzó un litigio con Defensa que ganó, "los nuevos dueños pusieron un canon abusivo y lo amedrentaron", relatan, incluso, "llegaba a mandarle a un falangista con una escopeta al hombro". Celestino contrató a un abogado, "que lo engañaría", indican los descendientes, muriendo así esta actividad.

Otro conservante clásico es el hielo, que en este caso también tuvo protagonismo en La Isleta. La fábrica de hielo de Fharpes funcionó en la plaza Manuel Becerra hasta los 90. Llegó a tener una producción que superaba las 180 toneladas anuales. Domingo López Rodríguez entró allí a trabajar de carpintero con 17 años. "Me encargaba del mantenimiento", señala, "trabajaba en la carpintería de Lloret y Llinares y allí necesitaban a alguien". Además, apunta que "había bastante gente de La Isleta, las mujeres estaban en la elaboración del pescado, eran armadores pesqueros también, aquí había mucho movimiento de flotas".

Cerca de allí, en la calle Tecén, nació en 1964 la fábrica de aceite Racsa, que mantuvo su actividad hasta 2011. Comenzaron con una marca homónima que terminó por convertirse en Happy Day. Emilio Fernández entró allí a comienzos de los 70, quien relata en el documental todo el proceso de la factoría. "El aceite se descargaba en el muelle, refinado o en crudo, y se llevaba por tuberías subterráneas hasta la fábrica", apunta. Comenzaron con el aceite de soja y pronto se pasaron a la de girasol, ayudados con una maquinaria que fue "puntera" para la época.

María Medina Suárez trabajó casi cinco años en la fábrica de muñecas de la calle Osorio. Las muñecas Solneli, acrónimo de los nombres de las hijas del dueño, Soledad y Nélida, funcionó hasta 1964 cuando se trasladó a Almatriche. Medina apunta que hacían de tres tipos, todas de cartón. "Era un edificio de tres plantas", cuenta, "abajo las máquinas prensaban el cartón y en la azotea se secaba", entre medias, "estaba el taller, se cosía el vestido, se pegaba la peluca y se vestía la cara". Al ser articuladas llegaron a tener gran popularidad.

En La Puntilla, quienes han ido hablar de la conservera Escobio la asocian más a los malos olores que provocaba. El propietario, abuelo de Elvireta Escobio, abrió la fábrica en 1917 y llegó a tener más de 500 trabajadores. Jorge Pulido es descendiente de un antiguo empleado de la misma -cerró en 1956- y cuenta que allí se enlataba "fundamentalmente atún", aunque con el tiempo también trataron bacalao y otros pescados.

La Isleta también acogió una fábrica de velas, donde se fabricaba las marcas El Mamut y La Canaria, entre otras. Se dedicaron a la exportación y llegaron a enviar 7.000 velas anuales al continente africano. Urbano Yánez recuerda en el documental su paso por la factoría, cuando apenas tenía 16 años. A pesar de los años que han pasado recuerda con nitidez el proceso de elaboración y que "las mujeres eran las que empaquetaban, el trabajo más monótono".

Por último, la serie trata la carpintería de ribera. Y es que entre la actual Base Naval y el castillo de La Luz existieron numerosos talleres y empresas de este tipo. El ex marino mercante y escritor Julio González, autor del libro Carpintería de ribera y astilleros de Gran Canaria, fue es el encargado de desgranar a cámara algunos de los hitos de este sector en la ciudad. Como la puesta en marcha de los talleres en San Telmo a partir de 1811; la presencia de empresas en el Puerto como las de Juan Acosta o José Ortega Marrero; o la construcción de la ballena para la película Moby Dick a manos de Jerónimo Momo Cabrera.

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