Comercios históricos de Las Palmas de Gran Canaria

Los 60 años de María del Pino entre pescados en el Mercado de Vegueta

En Las Palmas de Gran Canaria la empresaria lleva seis décadas en su pescadería | Heredó el negocio de su madre que era mayorista y la acompañaba desde que era niña

Desde que tenía tres años María del Pino Hernández ha estado en contacto con el sector de la pescadería. María Santana, su madre, era mayorista y no tenía con quién dejarla cuando iba a trabajar, de esta forma, la pequeña le acompañaba desde las cuatro de la mañana a suplir de pescado a los clientes. Aunque recuerda que en muchas ocasiones se quedaba dormida a los pies de su madre. Cuando se casó con 17 años comenzó a trabajar en su propio puesto en el Mercado de Vegueta en Las Palmas de Gran Canaria, donde lleva 60 años vendiendo pescado a unos clientes que son como una «familia» para ella.

María Santana no sabía ni leer ni escribir, así que desde que Hernández aprendió lo mínimo, empezó a reflejar en una libreta los cobros y los pendientes. «Yo siempre estaba media dormida y mi madre me despertaba para que le leyera lo que había escrito y cuando veía que estaba bien, me volvía a mandar a dormir», rememora. Antes de que aprendiera en el colegio, su madre apuntaba de forma rudimentaria con círculos y palos lo que debía o había pagado cada cliente. «No sabía ni leer ni escribir, pero hacía las cuentas mejor que tú y que yo», asegura. 

Sufrimiento

En un principio, la herencia del negocio no fue acogida con ilusión, a Hernández nunca le gustó trabajar en el sector y reconoce que sufrió mucho en los comienzos. «Vine llorando como una loca porque a mí el Mercado no me gustaba, pero aquí estoy», comenta. Aunque los inicios fueron duros, hoy en día está «satisfecha» con su trayectoria, todo gracias a sus clientas, que son «maravillosas». «Son muchos años, así que son como mi familia, entonces estoy más adaptada y cómoda, pero antes no», cuenta. Al principio era muy vergonzosa y le costaba enfrentarse a la atención al público, pero fue adaptándose.

«El sector es duro para una mujer, sobre todo para una que se lo carga todo y ese ha sido mi caso», asegura

Tiene clientes de cuatro generaciones, aquellas madres que iban con sus hijas pequeñas a comprar y ahora estas van incluso con sus nietos. «Es más que un familiar, de verdad que sí, yo las tengo más que un familiar, hay personas que se entregan a ti y yo a ellas», recalca. «Pero también quiero marcharme no te vayas a creer que no, estoy cansadita ya», asegura entre risas.

Hernández tiene dos hijas, ya adultas, que desde que crecieron alejó del negocio. «Su padre tenía una granja y yo las mandaba con él», expresa. La empresaria considera que es un negocio muy duro para una «mujer sin ayuda». Ella se levanta a las cuatro de la mañana para recoger, limpiar la casa y luego llegar la primera al puesto para controlar que todo marcha correctamente. «Hay hombres que llegan a su casa comen y se acuestan. Yo tengo que servir la comida, lavar, planchar, recoger, tengo que regar las plantas, y llega un momento en el que estoy agotada», afirma. «Por eso, para una mujer es duro, sobre todo para una que se lo carga todo y ese ha sido mi caso», añade. Cuando decida jubilarse comenta que traspasará el negocio.

Sin pescado en casa

En casa del herrero, cuchillo de palo. Hernández confiesa que en su hogar se come poco pescado, más bien, «casi nada». «Cuando llego a casa no me da la gana de estar friendo, a mi marido le chifla el pescado, pero yo llego a las dos y media y estoy levantada desde las cuatro de la mañana», aclara. Aunque apunta que los domingos sí prepara algo porque tiene más tiempo. 

Hernández explica que el principal cambio desde que ella comenzó a trabajar en el sector son los precios. «Son mortales, horrible», afirma. «Antes solo había pescado fresco, no había congelado, y tenía un precio asequible al público, es otra vida, poco a poco se va incrementado todo», lamenta. «Antes si subía dos pesetas no se notaba, pero ahora subes un euro y se nota», añade. En cuanto a la plaza de abastos considera que ha mejorado con el tiempo: «Antes eran sacos de papas por aquí, plátanos por allá y no había ni ton ni son, le falta todavía un poco, pero va mejorando». Aunque reconoce que no viene tanta gente como hace años y que solo los viernes y sábados se llena como antaño. 

A pesar de sus turbulentos inicios, Hernández no puede estar más agradecida con su madre por dejarle en herencia el negocio. Una empresa que lleva 60 años llenando las neveras grancanarias.

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