Barrios

Florencita, la vecina que vio crecer Piletas

Los vecinos rindieron homenaje a Florencita Ojeda en su centenario con mariachis, flores y mucho cariño

Ojeda fue la propietaria de la tienda de aceite y vinagre del barrio que surtió con todo tipo de productos a los residentes

Se llama Clara Ojeda, pero toda la vida la han llamado Florencita. Cuando era tan solo una renacuaja los niños la llamaban 'clara de huevo' a modo de burla, y su padre se lo cambió porque no soportaba que llorara desconsoladamente. "Yo era su favorita, la consentida", confiesa. A día de hoy, con 100 años cumplidos el pasado viernes, recuerda la anécdota entre risas acompañada por dos de sus tres hijas. Pocos conocen su nombre de nacimiento, pero en Piletas, su barrio desde hace medio siglo, su segundo nombre no pasa desapercibido al haber sido la dueña de la tienda de aceite y vinagre. La tienda de Florencita.

Por ello, el pasado lunes la asociación vecinal Santa María Goretti del barrio de Piletas organizó una celebración para homenajear el ejemplo de emprendimiento que es para el barrio. Los vecinos se reunieron a las afueras de su casa con un grupo de mariachis que amenizaron la celebración. Los participantes agasajaron a la cumpleañera con flores y una placa de calle ficticia con su nombre. La concejala del Distrito Tamaraceite, San Lorenzo, Tenoya, Esther Martín, también participó en el encuentro. Ojeda es una figura destacada en esta zona de la capital, incluso la festividad del barrio lleva su nombre, pues trajo una imagen del sagrado corazón de Jesús para la primera fiesta. 

Ojeda nació en Teror y hace 53 años se mudó a Las Palmas de Gran Canaria en busca de más clientela para la tienda, que comenzó a regentar en el municipio norteño. "Allí no había vecinos, había poca gente y la casa no era mía", explica. Por lo que fabricaron una casa en Piletas y en la parte baja colocaron la venta. Recuerda que al principio eran cinco o seis casas, pero poco a poco el barrio fue creciendo hasta lo que es ahora. "Cuando llegamos le decía a mi marido que a quién le íbamos a vender, si a las paredes, porque no había vecinos. Es verdad que concurría mucha gente del barranco de San Lorenzo o Montañón Negro", comenta. "En un año se vistió la montaña de casas", añade.

Una tienda bien surtida

La tienda tenía un surtido de todo, desde comida y ferretería hasta zapatos y bombonas de butano, lo que hizo que fuera un punto de referencia en la zona. Florencita enviudó pronto, su marido, que era marchante, solo tenía 42 años cuando falleció. La mujer se quedó con tres hijas que alimentar mientras que atendía su negocio.

"En la sociedad de los años 60, donde las mujeres no tenían derechos ella tuvo que defender un negocio que tenía el tema de las bombonas de butano, que para poder venderlas había reuniones donde solo había hombres. Como dice mi hija es un ejemplo de feminismo", considera su hija Mila Martel. "Era la única mujer que iba a las reuniones y en aquella época tenía que ir acompañada con una niña porque si no era mal mirada", comenta.

Una imagen de Florencita cuando era joven.

Una imagen de Florencita cuando era joven. / LP/DLP

Tuvo que sacar a su hija mayor, de once años, del colegio para que le ayudara en la tienda. "Tenía que salir a comprar, a llevar esto y lo otro, a arreglar papeles, siempre de un lado para otro", cuenta. No fue una época sencilla, la familia tuvo que trabajar para salir adelante las cuatro solas. "Venía el profesor del Radio Ecca y le hacía las preguntas en casa y salió adelante, así sacó el grado de la escuela. Habiendo voluntad no hay trabajo difícil", apunta.

Ojeda no tuvo tanta suerte como su hija y no pudo terminar los estudios. A pesar de la oposición de una de sus profesoras tuvo que empezar a labrar la tierra a edad muy temprana porque eran cinco hermanos y los tiempos difíciles. "Se pasó mucha miseria. Mucha miseria de trabajo, de dinero y de comida", destaca.

La tienda era su único sustento, pero suponía un gran sacrificio. "Había poco dinero y muchos fiados, siempre decían 'apúntaselo a mi madre' y después venía la madre a decir que no se había llevado tanto. Y había que comer", cuenta. Cuando los años comenzaron a sentirse sobre Ojeda, traspasó la tienda a una de sus hijas, y finalmente cerró en 2002. "Me cargaban muchos impuestos, era una tienda pequeña y me cargaban como a un supermercado, así que no era rentable", detalla.

Con un siglo sobre su espalda sigue viviendo los días con la salud que le permite su edad y pasa el tiempo con sus tres hijas, dos nietas y tres biznietas. "Aquí mujeres solas, los varones fuera", bromea. La sorpresa que le organizaron sus vecinos le emocionó profundamente porque no se lo esperaba: "Se me llenó la casa de gente y fue una gran alegría".

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