Ya estaban tardando. El pasado jueves la Conferencia Episcopal Española expresó su rechazo a la legislación española sobre el matrimonio homosexual tras el dictamen del Tribunal Constitucional en el que confirma su plena legalidad. Pero como su reino no es de este mundo, los obispos españoles denuncian que la ley es "gravemente injusta" y que la solución pasa por modificarla de forma urgente para proteger la institución y la familia. Este nuevo pronunciamiento (y no lo digo con doble intención) me trae a la memoria una de las viñetas que Ventura y Corominas publican en La Vanguardia y que conservo. En ella se ve a una señora entrada leyendo un periódico en voz alta a su esposo: "Según el Vaticano, todo el mundo es malo: feministas, ateos, gays, agnósticos, biólogos genéticos, teólogos de la liberación, paganos, librepensadores, usuarios de preservativos..." Y él le contesta: "Además de los mitrados, ¿hay alguna persona buena?" Guardé la viñeta porque sintetiza el estado de opinión de la Iglesia católica, que cada vez está más necesitada de abandonar las oscuridades medievales que aún la ensombrecen y avanzar por los caminos de modernidad y progreso. Los nuevos tiempos exigen nuevas actitudes. La Iglesia no puede quedarse anclada y resucitar su pasado tenebroso; los verdaderos católicos abogan por una práctica religiosa más humana, menos dogmática, descartando anatemas y dogmas. Los sectores conservadores han convertido la Iglesia católica en una monarquía absolutista. La autonomía filosófica de los teólogos se ha visto reducida a una obediencia total. Todas estas inconformidades se mueven en los corrillos parroquiales, episcopales o romanos, pero nadie, siguiendo la discreción necesaria, se atreve a hablar de sus discrepancias. Los españoles no católicos, y también muchos de ellos, han tenido que soportar en los 35 años de democracia el mismo radicalismo verbal de los obispos en temas como el divorcio, el aborto, la planificación familiar o el uso de los preservativos. No se dan cuenta que la sociedad va por un camino y ellos por otro. ¿Cuánto habrá que esperar a ese cambio interno que conduzca al catolicismo hacia un nuevo despertar?