Hace tiempo que a Dunia Arrocha Hernández la conocen en su tierra como a una incansable luchadora, una activista que encontró en las palabras, en los versos que nunca dejó de escribir, su válvula de escape. Autora del libro de poemas Los espacios que ocupo, para esta lanzaroteña, la vida, su vida dio un giro, un vuelco completo aquel día lejano en el que por fin decidió plantarle cara a su maltratador, a esa persona con la que había convivido durante catorce años y que desde el comienzo de esa relación ya demostró ese mal carácter, ese afán descontrolado por mermar su autoestima y que también acompañaba de golpes habituales, que ella, como la mayoría de mujeres maltratadas, trataba de ocultar, por vergüenza, o por el absurdo convencimiento de que ese hombre, al que había querido, tal vez podía cambiar.

El caso de Dunia Arrocha resulta especialmente llamativo por su profesión. Desde muy joven siempre le gustó el deporte, estar en forma. Fue una apasionada del balonmano y a los 19 años ya empezó a trabajar como guardia de seguridad. A los 20 se casó con su novio de siempre y ahí empezó el calvario.

Dunia reconoce que en su trabajo no le costaba nada intervenir en peleas, estaba preparada para eso, "jamás me eché atrás a la hora de interponerme entre hombres que trataban de pegarse, o nunca me mostré reacia a mostrar a otros mi autoridad". Pero esa fuerza, esa seguridad, se desvanecía cada vez que llegaba a su casa y se reencontraba con él.

De su primer matrimonio tuvo dos hijos, "lo mejor de mi vida", señala Dunia con rotundidad. A veces, cuando sabía que esa noche, "me tocaba, entonces por la tarde llevaba a mis niños a casa de mi madre, para que no vieran nada, aunque alguna vez sí que vieron lo que me hacía su padre".

De aquellos días de infierno han pasado ya 20 años, y Dunia Arrocha no sólo parece totalmente recuperada sino que rehízo su vida con su actual pareja, al que sus hijos ven como el padre que los cuidó. Sin embargo, a veces se despierta de noche "y asustada miro a mi marido, hasta lo toco, porque muchas veces pienso que aún sigo con el otro. La mujer que ha sufrido maltrato, como yo, sigue marcada. Es algo que se queda grabado para siempre".

A Dunia Arrocha no le molesta hablar de aquellos años negros, considera que la mujer que vive esta situación tiene que atreverse a levantar la voz, pero también sabe que resulta complicado, "te sientes tan anulada, piensas que vales tan poco que te cuesta mucho dar ese paso. Y muchas veces no se lo dices a nadie por miedo. En mi caso, yo no quería que lo supiera mi padre, porque si lo llega a saber no sé lo que hubiera pasado, y no quería que él pagara lo que me estaba pasando a mí".

Desde fuera resulta difícil entender que una mujer fuerte y atrevida como ella, trabajadora de seguridad, después en su casa, delante de su maltratador, se quedara convertida en un ser indefenso, incapaz de plantarle cara, "lo que hacía era callarme, ocultar lo que había ocurrido y tratar de que mis hijos no lo supieran, aunque ellos siempre lo saben y lo sufren".

Hijos

Con el tiempo, Dunia supo que los niños también llegaron a sufrir las iras del padre, "después me enteré que los encerraba en el baño, y no los dejaba salir".

Dunia Arrocha reconoce que el día que jamás olvidará fue cuando por fin se atrevió a enfrentarse a su primer marido, "creo que la fuerza necesaria me la dio el uniforme, llegué a casa de trabajar, y él estaba ahí. Una vez más me amenazó con que se marchaba, siempre lo hacía y después regresaba a pagar con nosotros sus frustraciones. Pero a mí hacía tiempo que se me había caído la venda de los ojos. Eso es fundamental, darte cuenta que él no va a cambiar, y tienes que dar ese paso".

Y con una fuerza que antes no tenía, o sencillamente que no había sabido encontrar, se enfrentó a su marido. No quería saber nada de él, por primera vez encontró la fortaleza necesaria para exigirle que se fuera lejos, que no volviera. Ella quería vivir sola con sus hijos: sin miedo, sin golpes, sin mentiras.

Dunia reconoce que no fue sencillo, tenía que reconstruirse, que asumir que había sido una víctima, y que ella sí valía, sí podía levantarse y volver a hacer algo importante. Y así, volvió a recuperar sus viejos cuadernos, en los que escribía versos sueltos, poemas de niña de nueve años. Ahora, con dos hijos a su cargo, y mucha historia detrás tenía cosas tan importantes que contar que decidió ponerse en serio a esta tarea.

Dicen que hay vidas que caben en una sola frase, la vida de Dunia, y de tantas mujeres que han sufrido el maltrato físico y psicológico merecen mucho más. Ella, paso a paso, volvió a reencontrarse con la mujer que había sido. Volvió a enamorarse, ahora trabaja como administrativa y además escribe de forma incansable poemas.

La editorial Escritura entre las nubes publicó su libro Los espacios que ocupo. El volumen cuenta con ilustraciones de su hermana Reyes Arrocha y se presenta como una obra llena de recovecos, matices, música, dolor y ternura. El espacio es una constante metáfora del sentimiento: es el desconsuelo de la soledad, un amanecer lleno de interrogantes, pero también una puerta abierta a la imaginación. Como señalan desde la editorial: "El espacio puede recubrirse de sangre o ser tan purificador como la espuma del agua del mar".

Dunia Arrocha se ha convertido en una habitual de los actos que organiza Mararía en Lanzarote, una de esas infatigables guerreras, que cuando le toca subir a la tarima siempre se presenta de la misma forma: "Soy Dunia Arrocha, una mujer que sufrió maltrato durante 14 años".