Santa Lucía

Chipirones y juegos en el bar Fataga de Doctoral

El Bar Fataga en el corazón de El Doctoral mantiene a su gente de toda la vida.

Se fundó en 1958. Ahora en su tercera generación, atrae más con sus tapas de cochino, tacos de pescados y su estrella, los chipirones.

Bocatas y tapas vuelan. Los consumen todos los que llegan pero un gran atractivo son sus lugareños, que fieles a la tradición, van a diario a retarse, sin dinero y por afición a jugar al dominó y cartas en la calle.

65 años a sus espaldas y tres generaciones. Así ha sobrevivido el emblemático Bar Fataga de El Doctoral, en Santa Lucía, que regenta los tres hermanos Carreño que en cuestión de bocatas y tapas de chipirones, y muchas más, dan vidilla al barrio y sobre todo, a quienes van a jugar al dominó o la zanga. Acuden cada día a pasar el rato retándose, sin dinero pero con una libretilla anotando los puntos. Llevan toda su vida acudiendo a tomar el café a este señero establecimiento, y a pasar el día, con «el permiso de las jefas», indica Eladio mientras sus compañeros de juego, asienten. 

Pasan unas 90 personas diarias por esas mesas, la mayoría jubilados, que sacan del bar ellos mismos con permiso de sus dueños, y las posicionan en la acera, en el frontis del Fataga. El resto hace corrillo alrededor de los que están sentados, atentos a la jugada pero, sobre todo, piden turno para ocupar el puesto del primero que se levante de unas mesas que son tan antiguas como el propio bar Fataga. 

Bar Fataga, en el Doctoral

Juani, en el Bar Fataga, en el Doctoral / José Pérez Curbelo

Juani Carreño, actual propietario junto a sus dos hermanos, José y Rober, recogió el legado de sus padres, tíos, y abuelos. «Del antiguo bar al de ahora no se ha cambiado nada, salvo la barra». Explica Juani, que indica que ha sido el único cambio porque antes había un tablón de madera y nos obligaron a sustituirlo porque estaba viejo» relata. Mientras habla, no para ni un momento sirviendo cortados, medias de chipirones, y venga más bocadillos de chipirones con lechuga y alioli. Y Bien cargados para los precios populares que tiene. Ah, y destaca que para ser un barrio obrero, las propinas son generosas, y lo agradece.

De Fataga a Doctoral

El bar se fundó en 1958 por sus abuelos, Guillermina Cabello e Ignacio Carreño. Ellos llegaron a El Doctoral desde Fataga para trabajar en los tomateros, de ahí el nombre del bar, aunque antes fue una tiendita.

Al día pasan hasta 90 clientes, no solo para degustar sus tapas, sino para jugar al dominó o la zanga

 En aquellos momentos había penurias pero el bar fue un escape. Por aquel entonces, los lugareños llegaban a tomar un café, y empezaron a sacar las mesas al exterior «para echarse unas partiditas», señala Juani recordando las palabras que les legó primero su abuelo, Ignacio Carreño y luego su padre, y tíos, Manuel, Juan y Sergio, que ya representaban la segunda generación. Ya se había iniciado la tradición de sacar las mesas del bar a la calle para que los vecinos, todos casi siempre hombres, se reunieran a jugar, al dominó o las cartas. La costumbre siguió y el boca a boca también hizo lo suyo.

Puesto de lotería con premios

 También pudieron ampliar el negocio, que regenta ahora una prima. Se trata del puesto de juegos de loterías del Estado, doña Guillermina, aledaño al bar y del que son dueños. «Todos los años damos premios», especifica Juani. Y para muestra un botón. Este mismo jueves otorgó el Gordo de la Lotería.  

«Es todo un negocio familiar» apunta, pero con pena dice que no sabe si tendrá seguidores para recoger el relevo del negocio. «Hoy día todos los jóvenes prefieren ser influencer antes que camareros».

Los mayores, aunque están a gusto en el bar, reclaman un local social para reunirse en condiciones

Mientras sigue con su trajineo en la barra, sin desatender a nadie, afuera se apelotonan los asiduos alrededor de las dos mesas que sacan los vecinos. Tienen capacidad solo para cuatro jugadores. El resto, de pie, los rodean a ver si alguno se va.

Esta semana había dos mesas de juego, una de zanga (juego de hombres) y otra de dominó. Son expertos y mueven cartas y fichas como croupiers. Alrededor, las curiosas miradas de sus sucesores en el juego, esperan a pillar un sitio.

En la del dominó están cuatro avanzados en el juego, Eladio, Manuel, Plácido y Carlos y reclaman ante todo un local social donde poder reunirse. Todos son hombres. A la pregunta de si va alguna mujer a jugar dicen que no suelen ir. «Yo solo vengo si me deja la jefa», dice con cariño uno de ellos, mientras que otro de los que miran la partida, esperando su turno, señala con toda seguridad: «Yo no. Yo mando en mi casa y siempre tengo la última palabra». Todos se ríen hasta que aclara que «tengo la última palabra, hasta que le digo, lo que tú digas mi amor». Todos soltaron una carcajada al reconocer que aunque ellas no vayan a jugar, son las que mandan. Es una escapada pero piden un local social. 

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