El Guayedra, el bar que aparece y desaparece en La Isleta

La lucha contra el sistema del movimiento Transexual se mezcla en el bar Guayedra con el indie y el pop de Cintia Lund, una sueca nacida en Gran Canaria que ha cambiado Nueva York por Madrid para venir con Papaya a cantarle a La Isleta, donde 50 años atrás se conocieron Marián Pérez, Margaret García y Lourdes Coello, tres mujeres encerradas en un cuerpo de hombre que se jugaron la vida en las calles de Guanarteme

El bar Guayedra en pleno apogeo, en La Isleta.

El bar Guayedra en pleno apogeo, en La Isleta. / LP / DLP

El bar Guayedra, un «no lugar» situado en el corazón de La Isleta, abre solo para las grandes ocasiones, como ocurrió en las pasadas fiestas del Carmen y ha vuelto a suceder ahora por Navidad.

Sin apenas ruido ni promoción, con espíritu secreto, dos habituales del indie madrileño, Papaya y Cintia Lund, mitad chilena una y mitad sueca la otra y canarias las dos, se plantaron la semana pasada en la noche porteña y dieron un concierto casi clandestino en El Guayedra. 

El espectáculo estuvo precedido de la proyección de Isleteñas, un mini documental que narra las penurias y la lucha contra el sistema de tres mujeres encerradas en un cuerpo de hombre: Marián Pérez Segura, Margaret García Herrera y Lourdes Coello Álvarez.

Isleteñas

Afuera, llovía. Dentro, en El Guayedra, un garaje reconvertido en sala de fiestas de otro tiempo, se intercalaban las vidas de las tres heroínas de La Isleta. 

Mario, o sea Marián Pérez, nació a finales de la década de los cincuenta, apenas unos años antes que sus dos amigas, y desde chica aprendió a defenderse a pedradas de los hombres ruines en su Bañaderos natal. 

Cintia Lund y Papaya, durante el concierto.

Cintia Lund y Papaya, durante el concierto. / LP / DLP

Lo peor, sin embargo, no eran las humillaciones de los chiquillos en ese pueblo rural y costero, donde había que abrirse paso a golpe de «chocaduras», sino las tundas que le propinaba su padre cuando la sacaba de comisaría o la pillaba vestida de mujer. 

Vagos y maleantes

Entonces reinaba la ley franquista de Vagos y Maleantes. Ninguna estaba segura en la calle, tampoco en comisaría, donde les ponían una pistola en la sien o en la boca y las amenazaban con hacerlas desaparecer si tenían que volverlas a detener.

A veces, cuando la policía las cogía haciendo la calle, las llevaban luego a lo más oscuro del Agua de Firgas, en las afueras de la ciudad, y les quitaban los zapatos y las dejaban allí, indefensas, en las profundidades del barranco de La Ballena, con la finalidad de mortificarlas e impedirles que volvieran a Guanarteme a ejercer la prostitución, porque entonces no había ayudas ni derechos sociales y de algo había que morir.

Esa vida perra acabó antes de tiempo con muchas isleteñas, cuna del movimiento Transexual en Gran Canaria, como recuerda Margaret, aún con algo de rencor en su voz por la incomprensión social del momento. Las esquinas de Guanarteme, entre los años 70 y los 80, eran más peligrosas que ahora: lo mismo te llovía pintura del coche de unos «chiquillajes» que te llenaban de moretones después de un poco de sexo furtivo. Había noches en las que no existía escapatoria. 

Saco de boxeo

«Éramos el saco de boxeo de la sociedad», explica Margaret para contextualizar de dónde nace ese resquemor. Ella, que pronto cambió Teror por La Isleta para dejarle claro al mundo que no se llamaba Vicente, ha vuelto al frío de la villa mariana y sueña con ser la pregonera de su pueblo. «¿Hay alguien ahí que tenga influencia para conseguirlo?», pregunta al público del Guayedra, entre ingenua y convencida de poder hacer realidad su ilusión. 

Y es que Marián lo logró en Bañaderos, donde no solo ha pregonado las fiestas del pueblo, sino que se ha ganado el respeto de los lugareños. «De los cien chiquillos que éramos entonces, todos tienen chocaduras mías. Solo me dejé pegar por mi padre», añade esta pionera del movimiento LGTBI en Canarias. Con el paso del tiempo y la conquista de los primeros derechos sociales, la relación con su padre mejoró, tanto que no dudó en bañarlo y cuidarlo hasta el final de sus días.

Lourdes, nacida y criada en La Isleta profunda, es la tercera de las tres amigas que abre su vida en canal ante la cámara de Patricia Rivero. La directora, consciente de que muchas vivencias se han quedado fuera, quiere convertir Isleteñas es un documental más amplio para llevar la lucha de estas tres mujeres a la gran pantalla, siempre con La Isleta como telón de fondo.

Maltrato sistemático

Allí, en el barrio portuario, todas se protegían unas a otras, incluso se abrían puertas de la nada para socorrerlas cuando el sistema las maltrataba. Desde porrazos en la cara por llevar la raya del ojo pintada, hasta detenciones en la misma comisaría por llevarle un bocadillo a una conocida.

Esa violencia del sistema ha dejado de ser explícita, pero aún persiste para esta generación, que se ve condenada a vivir con el ingreso mínimo vital. Lourdes trabajó en los espectáculos del sur de Gran Canaria y giró por la península con Paco de España, pero entonces no se hacían contratos y todo se cobraba en negro, sin cotizar a la Seguridad Social.

Un momento de la proyección de 'Isleteñas'.

Un momento de la proyección de 'Isleteñas'. / LP / DLP

Ninguna, en cualquier caso, se arrepiente de lo vivido, incluso recuerdan con alegría los tiempos del bar Furia o de la sala Britania, donde empezaron a salir y a trabajar, así como las peripecias para conseguir hormonas o dar con una peluquería que las atendiera y le diera la cera sin discriminarlas por su cuerpo de hombres.

Una diversión de la que no reniegan pese a lo sufrido. La Isleta es así. Tras el documental, el Guayedra encendió las luces de verbena y en la pista de baile se mezcló la fiesta: vecinos, indies, casuales y habituales de la asociación Atlas, que organizaba el acto. Todos se juntaron para disfrutar de la guitarra de Yanara Espinoza, Papaya, y de la voz de Cintia Lund, la sueca nacida en Gran Canaria que cambió Nueva York por Madrid para ponerle música al último desfile de Ágatha y ha terminado por cantarle a La Isleta en lugar de quedarse a vivir en Estocolmo.

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