Crónicas de un rompesuelas

La cabalgata mortal

Asistir a una cabalgata de Reyes puede suponer una ocasión de oro, incienso y mirra para revelar su origen

Primera cabalgata de Reyes de la capital, celebrada en 1936.

Primera cabalgata de Reyes de la capital, celebrada en 1936. / La Provincia

Fabio García

Me dirigía a ver la cabayes con un amigo y sus dos hijos cuando recibí un wasap.

Al mirar la pantalla del teléfono comprobé que se trataba de una foto muy antigua en la que aparecía Baltasar. Como de costumbre, el rey mago montaba a camello, pero había algo en él que me intrigaba más que las dos doncellas y los numerosos soldados que lo flanqueaban. En primer lugar, parecía más de Egipto que de Oriente, pues no estaba ataviado como un rey sino como un faraón.

Al instante recibí un texto aclarando que databa de 1936.

-Esta foto –dije mostrándola a mis acompañantes– fue tomada durante la primera cabalgata que se celebró en la isla, el 5 de enero de 1936, organizada por Néstor Martín Fernández de la Torre, quien había presentado meses antes al Sindicato de Iniciativas y Turismo de Gran Canaria, del cual formaba parte como vocal, el proyecto de organizar aquel desfile, originario de Alcoy, que iba difundiéndose lenta pero inexorablemente por toda España.

-¿Y a qué obedecía su interés por celebrarla?

-Como él mismo aclaró, no albergaba ninguna intención devota ni festiva, sino meramente filantrópica, pues su objetivo era distribuir juguetes y regalos entre los numerosos niños que por aquel entonces vivían en orfelinatos y establecimientos de beneficencia.

-¿No era un hombre religioso?

-Era creyente, pero en cosas que seguramente hubiesen escandalizado a cualquier católico de entonces y probablemente a más de uno de ahora. Figúrate que cuando murió, Néstor Álamo y Agustín Manrique de Lara asistieron a la capilla ardiente, instalada en su apartamento de la calle Bravo Murillo, y al comprobar que no había ningún símbolo religioso en toda la casa, algo inconcebible durante la dictadura, salieron corriendo en busca de uno. Cuando volvieron portando un crucifijo, la madre del pintor, que pocos meses después lo seguiría a la tumba, abrazó al segundo bañada en lágrimas en señal de gratitud.

-¿Pero qué son esas cosas que rodean la cabeza de Baltasar? –interrumpieron los niños, que mientras nosotros hablábamos no dejaban de escudriñar la fotografía.

-Bajo su barbilla lleva la barba postiza reservada al faraón y a los dioses antropomorfos –expliqué– y sobre su cabeza una imitación bastante burda de la corona atef, que no es un atributo real sino divino.

-¡Entonces más que un faraón es un dios! –exclamó el padre– ¿Por qué representó a Baltasar así?

-Pues por el simple hecho de que los masones como él consideran que la muerte y resurrección del dios Osiris, cuyo atributo es esta corona, prefiguran el mito principal de su fraternidad, el asesinato de Hiram Abiff.

-¿Estás afirmando que este rey mago en realidad es un Osiris masónico?

-Sin lugar a dudas, lo cual no me sorprende tanto como a ti, ya que, según algunas tradiciones, quien hizo entrega del oro al niño Jesús fue precisamente Baltasar, lo cual lo conecta con la ciencia hermética por antonomasia.

-¿La alquimia?

-Que los masones llaman el arte real, es decir, de los reyes como él, y toma su nombre del país de la pirámides, kem en lengua egipcia, que quiere decir tierra negra.

-¿Como su piel? –volvieron a preguntar los niños.

-Y como las paredes y mandiles del tercer grado de la masonería, cuyo ritual gira alrededor de la muerte de Osiris/Hiram Abiff, por eso monta un camello, que en hebreo corresponde a la letra guímel dotada de un profundo significado cabalístico.

-¿Néstor siguió organizando la cabalgata de Reyes? ? –preguntó el padre al ver que sus hijos no comprendían nada.

-Tan sólo las dos siguientes, pues murió tras la de 1938 a consecuencia de su empeño por conseguir que fuera un éxito en todos los aspectos, no sólo en el organizativo sino también en el caritativo y sobre todo en el espectacular.

-¿Qué fue lo que lo mató?

-Su última cabalgata hubo de aplazarse hasta el día siguiente debido a las precipitaciones. Pero Néstor permaneció en todo momento bajo la lluvia, esperando inútilmente que escampara, aunque sólo consiguió coger una pulmonía.

-Tenía entendido que la había contraído el ocho de enero, cuando finalizó la última función de un espectáculo que había organizado en el Teatro Pérez Galdós.

-Creo que te refieres a la Fiesta Pascual de la Isla que venía representándose allí desde navidad. Ciertamente aquel día trabajó tanto a consecuencia de una baja repentina en el elenco que se quedó dormido y al abandonar el coliseo, que en aquella época lindaba con el mar, la brisa invernal lo azotó con tal furia que agravó la pulmonía que había cogido tres días antes.

-De modo que el viento remató lo que había iniciado la lluvia –comentó mi amigo.

-Y ambos lo que no lograron los falangistas –añadí yo.

-¿A qué te refieres?

-Al triunfar el golpe de estado contra la Republica en toda Canarias, los falangistas asaltaron las logias buscando en sus libros de actas los nombres de sus miembros, y tras detenerlos a todos debieron conformarse con encarcelar a quienes no pudieron matar.

-¿Y si era masón por qué lo dejaron en libertad?

-Porque tuvo la suerte de iniciarse en una logia parisiense y la sensatez de no adherirse a ninguna canaria, ni siquiera a la que tenía al lado de casa.

-¿Nadie sospechó que era masón?

-Mucha gente, tanta que era un rumor a voces en toda la isla y más allá, pero su temprana muerte, el seis de febrero, un día antes de su quincuagésimo primer cumpleaños, echó tierra, nunca mejor dicho, sobre aquel asunto.

-¿Pero si detuvieron a sus amigos como es que nadie lo delató?

-Por aquellos días sus mejores amigos se encontraban lejos, muy lejos de aquí. Gustavo Durán, su amante, también masón, a quien retrató desnudo en el Poema del mar, participaba en la batalla de Teruel al frente de la 47ª División del Ejército Popular de la República, y en cuanto a Lorca y Dalí, a quienes había conocido catorce años antes en la Residencia de Estudiantes, el primero descansaba en paz y el segundo en un lujoso apartamento del centro de París.

Mi amigo guardó silencio y tras hacer la resta mentalmente exclamó:

-¡En 1924!, entonces este año se cumple un siglo del nacimiento de aquella amistad, quién lo iba a imaginar.

-¿Sorprendido?, pues al pertenecer a una organización como la masonería, cuya esencia es la fraternidad, fue aún más amigo de los pobres, especialmente de los más pequeños –dije mirando a sus hijos–, tanto, que además de traerles la cabalgata y sus consiguientes regalos, enfermó fatalmente tratando de evitar que se suspendiera.

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