Tribuna

Cuatro misioneros en la Francia nazi

Emilio Vicente Matéu

Emilio Vicente Matéu

La ocupación alemana de Francia durante la Segunda Guerra Mundial dio nombre al conocido como Régimen de Vichy, instaurado por el mariscal Pétain en parte del territorio francés y sus colonias. Todo el tiempo de la ocupación fue gobernado por las fuerzas alemanas que imponían sus leyes, y duró desde el 22 de junio de 1940 hasta diciembre de 1944.

Durante ese periodo tuvo lugar un acontecimiento repleto de intriga y riesgo protagonizado por cuatro misioneros claretianos españoles, que fue mantenido en secreto por sus protagonistas y que ha salido a la luz de manera casual gracias a la investigación realizada por un profesor extremeño al recopilar documentación para su tesis doctoral. Se trata de la historia apasionante de unos religiosos para sortear la vigilancia de las fuerzas alemanas y salvar de esta forma muchas vidas de judíos cuya perspectiva no era otra que los terribles campos de concentración o la muerte cierta. Merece la pena que nos adentremos en los hechos.

Los misioneros claretianos fundaron el año 1912 una casa misión en la Rue de la Pompe de París con el objeto de atender a los emigrantes españoles que llegaban al país vecino en busca de trabajo, o para acoger refugiados políticos durante los periodos de guerra. A fecha de hoy la casa misión continúa en activo, aunque, por razones obvias, su incidencia resulta muy distinta respecto a la de hace más de un siglo. Allá, la comunidad religiosa recibía a quienes llamaban a su puerta, y orientaba laboralmente a los demandantes de empleo, los atendía espiritualmente, les facilitaba el conocimiento de la lengua y, en definitiva, procuraba, en la medida de lo posible, su mejor inserción en la nueva sociedad, viniendo a ser una referencia de cercanía para aquellos compatriotas emigrantes. Esta fue precisamente la sede y el ambiente donde se desarrollaron los hechos a que ahora nos referimos.

Ante la persecución al pueblo judío que tuvo lugar en todas las zonas ocupadas por la Alemania nazi desde que se promulgaran las leyes antisemitas, con la consiguiente incautación de sus bienes y la muerte de las personas, bien deportándolas, bien eliminándolas de forma inmediata, la capacidad de improvisar desde unos sólidos principios cristianos, llevó a los cuatro claretianos protagonistas de nuestra historia a establecer un procedimiento de acogida sigilosa a los judíos que demandaban protección. El acuerdo alcanzado consistió en expedirles certificaciones bautismales que acreditaran su condición cristiana, con la oportuna inscripción en los libros de registro bautismal, y todo con el único propósito de facilitarles un salvoconducto eficaz que los librara de la muerte cierta. Incluso en muchas de estas inscripciones, se observa claramente que son las mismas personas beneficiadas quienes luego aparecen también apadrinando a nuevos supuestos neófitos. Pero lo que realmente importaba era disponer de la certificación individual que se emitía desde la parroquia, y que venía a constituir una garantía de supervivencia en razón de la supuesta fe religiosa. El resultado final fue la eficacia de dichos certificados que salvaron muchas vidas, para fortuna de la humanidad, y no solo de aquellos posibles beneficiados de manera directa.

Un total de ciento cincuenta y cinco personas fueron objeto de la acogida amorosa de aquellos claretianos, quienes entendieron perfectamente que contra el amor no puede haber ningún precepto, y que la misión cristiana en la construcción del mundo, entiéndase de las personas, consiste en entregarse para que cuente de manera real la justicia verdadera, la acogida generosa y el goce positivo de una convivencia feliz.

Dentro del mayor secreto de unos y otros, que se ha mantenido hasta la fecha de hoy, el procedimiento se gestionó con la más que probable complicidad en las sombras del arzobispo de París, e igualmente con la del cónsul de España que, en determinados casos, podía acreditar la personalidad de estas personas como judíos sefardíes. No cabe duda de que el riesgo asumido por sus protagonistas no fue menor, y que pudo costarles la vida de haber conocido semejante trama las autoridades alemanas; pero una vez transcurridos los años turbulentos de la ocupación, es de admirar la discreción de aquellos sacerdotes que en ningún momento demandaron reconocimiento alguno y decidieron llevarse con ellos su secreto a la tumba.

Porque fallecidos sus protagonistas, también quedó en el olvido su heroica gestión, de la que el periódico El País se hizo eco en su edición de 13.08.2020 con el título de Los falsificadores de Dios; pero bien merecen ser recordados sus nombres, como justo homenaje de gratitud en nombre de la humanidad:

- Padre Joaquín Aller. De Campo de Villavidel (León)

- Padre Gilberto Valtierra. De San Martín de Humada (Burgos)

- Padre Emilio Martín. De Segovia

- Padre Ignacio Turrillas. De Monreal (Navarra)

¿Falsificadores de Dios? No; pocas veces pudo ser más auténtico el Dios en quien yo creo. No puede haber falsedad en quien transmite la realidad divina cuya esencia es el amor y la misericordia. Después de tantos años y cuando providencialmente hemos tenido acceso a tan admirable historia, sus protagonistas sin duda tienen muy ganado nuestro reconocimiento.

Gestas de este tipo hacen que nos sintamos orgullosos de pertenecer a la misma especie humana que ellos. Ciertamente, y por fortuna, otros muchos actuaron de forma análoga en aquella como en otras ocasiones similares. Algunos han sido reconocidos como Justos entre las Naciones; otros han quedado olvidados para siempre. Aun así, con memoria o sin ella, su semilla como buena gente seguro que continúa con vitalidad imperecedera en la raíz misma de nuestra sociedad.