Opinión | Tropezones

Britannia pragmática

Britannia pragmática

Britannia pragmática / La Provincia.

Se me lamentaba el otro día mi buen amigo F.G. de lo anquilosados y anticuados que se están quedando los ingleses, incapaces siquiera de suprimir las conservadoras pelucas de sus jueces.

Siempre dispuesto a llevar la contraria, le advertí a mi amigo que no se dejara engañar por las apariencias, que con pelucas o sin ellas, la justicia inglesa puede presumir de una gran flexibilidad, pues su «common law» se apoya sobre todo en la jurisprudencia, no sólo en el derecho romano germánico.

Y ya puestos, pasé a citarle un par de ejemplos sobre el espíritu práctico de los británicos que posiblemente les hará prevalecer sobre meteduras de pata como el brexit, en este caso sí debido a sus ínfulas imperiales y nostalgias de esplendores pasados, devenidos en una devaluada «commonwealth».

En primer lugar habrás observado mi querido F.G. en el campo de los coches eléctricos, la angustia que despierta en los posibles usuarios, el quedarse sin batería, pese a ir ya las autonomías de los vehículos por 500 km. La solución, como el que no sabe si escoger para el pollo vino blanco o tinto y se decanta por un rosado, es el coche híbrido, tan popular de momento. Pues bien, si te paseas por Londres, podrás advertir que muchos postes del alumbrado público disponen de una toma de corriente, prevista para la carga de baterías de coches eléctricos. Con lo cual multiplican las posibilidades de recarga de los usuarios que no disponen de una toma en su casa, ya sea por vivir en un piso, o por no disfrutar de una acometida eléctrica adecuada. Una solución sencilla y práctica: por un módico precio el usuario puede dejar el coche en la calle , recargándose durante la noche, sin mayor trauma.

Te voy a dar otro ejemplo, este muy cercano a mi experiencia personal. Como tú sabes, tengo una hija que vive en Londres, madre primeriza de una niña de tres años. En uno de mis viajes a su familia, me percaté de la cantidad de juguetes de la que disfrutaba mi nieta, y ante el peligro de que con el tiempo se amontonaran gran cantidad de ellos, desechados por la niña, por natural desfase de su edad mental con la simpleza del juguete, le advertí a mi hija del futuro que les acechaba. Pues cual no fue mi sorpresa cuando me ilustró , con la resignación acorde con tanto desconocimiento por mi parte, que los juguetes eran todos temporales, itinerantes. Vamos que igual que uno va a la biblioteca a que le presten un libro, que habrá de devolver puntualmente una vez leído, existen empresas que se dedican a prestar juguetes. Por ejemplo, una vez agotada la novedad de un cochecito de bomberos, se devuelve a la compañía, que naturalmente cobra por el usufructo una cantidad adecuada a la administración y mantenimiento del material. ¡Sostenibilidad en acción!

Y por supuesto, en el caso de que el infante se encariñe con su juguete, cabe la posibilidad de adquirirlo para siempre. No me negarás el enfoque pragmático de este tipo de negocio. Por un lado diversificas las vivencias de los niños, descubriendo tal vez insospechados talentos para algún tipo de juguetería, ya sea mecanos o legos, u otras aficiones lúdicas más inesperadas.

Y por otro te liberas de la acumulación de juguetes arrumbados, una vez perdida su novelería.

Brexit o no brexit, estoy convencido que como siempre estos pragmáticos ingleses sabrán, como el ave Fénix, resurgir de sus cenizas.