La caída del Santo Pino de Teror

El 3 de abril de 1684, hace ahora 340 años, el árbol de la aparición caía a resultas de una tormenta

El suceso coincidió con un Lunes de Pascua

La caída del Santo Pino de Teror

La caída del Santo Pino de Teror / LP/DLP

«Era este pino un prodigio de la naturaleza. Además de la considerable altura de su copa, tenía por el tronco once varas de circunferencia, y sus ramas se elevaban iguales, esbeltas y frondosas. En la primera distribución de estas ramas se descubría un círculo de culantrillo, tan lozano y fresco, como si brotase junto a un manantial. De este círculo salían tres dragos, de cuatro varas de alto, injertados en el mismo pino. Aquí fue donde el Ilustrísimo D. Juan de Frías se atrevió a subir encontrando en medio de los dragos y sobre una peana de piedra la imagen milagrosa».

Así describe el historiador Agustín Millares, en su Historia General de Canarias, la maravilla vegetal en la que la leyenda ubica la aparición de la imagen y que por su rareza destacaba en medio del inmenso bosque de laurisilva que cubría las medianías del norte de la isla.

Si la historia tejida en torno a la aparición es una sutil, delicada y hasta hermosa mezcla de leyenda y realidad; la presencia del pino fue vibrante y respetada existencia en el ser y vivir de toda la isla hasta su caída en 1684. Y después también, porque el árbol, la materialidad cayó; pero ‘el pino’ como fenómeno social, festivo y convocador lo podemos sentir aún en torno a la Basílica y la imagen de la Virgen todos los días del año.

La caída del Santo Pino de Teror

La caída del Santo Pino de Teror / LP/DLP

«Nuestros padres nos han dicho que dirigidos por un resplandor maravilloso la encontraron en la eminencia de un Pino, rodeada de tres hermosos dragos, de cuyas ramas se formaba una especie de nicho; que una lápida muy tersa le servía de peana y que del tronco de aquel árbol nacía una fuente perenne de aguas medicinales», dice la Novena que Fernando Hernández Zumbado, Prebendado de la Santa Iglesia Catedral de la Diócesis de Canarias escribiera en 1782. Ninguna expresión más certera de la fe; los canarios creían en todo lo que rodeaba al Pino porque sus padres, sus antepasados se lo habían dicho y nada más cercano al corazón que la palabra de los padres.

Teror existe porque antes existió el pino; y porque lo material dejó pasó a lo espiritual; ya que el pino fue aún más fuerte después de su caída.

Pese a que no hay constancia documental contemporánea a aquellos primeros momentos de la aparición y el inicio del poblamiento del lugar; el siglo XVII marcó un clarísimo punto de inflexión. Se derruyó la primera y exigua construcción que albergara imagen y devoción y se construyó la segunda, cara a poniente, al pino donde de las ramas del árbol colgaban las campanas que avisaban; se bajó a Nuestra Señora del Pino por primera vez en rogativas por lluvia el 18 de marzo de 1607; y en 1634, el obispo Cristóbal de la Cámara y Murga dejó escrito el primer documento real del milagro en sus Constituciones Sinodales. «Apareció en un pino alto que está junto a la iglesia, en el cual están dos árboles de drago parejos, cosa maravillosa, plantados en el mismo pino, cerca de los cuales están señalados los pies de la Virgen, según dicen, que yo no los vi, por el pino tan alto»

La caída del Santo Pino de Teror

La caída del Santo Pino de Teror / LP/DLP

Después ya siguieron otros. Baste como ejemplo lo que escribió el historiador Pedro Agustín del Castillo en su Descripción histórica y geográfica de las Islas de Canaria, donde dijo: «Yo conocí el pino bastantemente grande á dos varas distante de la principal puerta de la parroquia, árbol maravilloso en su tamaño y misterioso en sus circunstancias. Ceñía ó cercaba el tronco del admirable árbol un circo de tapias con su puerta que con llave guardaba otra fuente de agua que se dice salía del pino, y fué hecha la cerca por un Cura para los que ocurrían á lo milagroso de las aguas en sus necesidades, pagaran por remediarse, y por esto cesó el beneficio divino, según las tradiciones. El día lunes, tres de Abril, segundo de pascua de resurrección, á las siete de la mañana año de 1684, el tiempo sosegado, se vio inclinar este prodigioso árbol, por lo alto de las campanas que pendían de él, y ocurriendo á prevenir la ruina que amenazaba la inmediación de la iglesia, sacando el Santísimo y la Santa Imagen de nuestra Señora, fué con gran quietud y pausas cayendo hacía partes donde nada ofendió la grandeza de las ramas»

Paradójicamente, entre tanta carencia documental, sí existe imagen del árbol. La dibujó Tomás Marín de Cubas en 1682, que nos dice que «dos años antes copié este árbol por dos partes, a la entrada del Lugar y desde el pie del barranco, este irá pintada su forma para que haya quedado su memoria»

Actualmente se conserva, tal como escribiera Gustavo Alexis Trujillo, en dibujo realizado en el siglo XVIII sobre el original de Marín en la Biblioteca Municipal Central de Santa Cruz de Tenerife.

El Pino llegó, inclinándose por su antigüedad, hasta un Lunes de Pascua de Resurrección. El 3 de abril de 1684, hace justamente 340 años, caía a resultas de una tormenta el pino de la aparición de Teror.

En la carta en la que Juan Rodríguez de Quintana, cura de la Villa por entonces, comunicara el hecho al Obispado se advierte el pesar, el profundo sentimiento de pérdida:

«Muy mi Señor Provisor

Dios nro. Señor dé a su md. las santas Pascuas de la Resurrección de nro. Señor Jesuchristo con los aumentos que deseo y con gusto; Nosotros las hemos tenido bien amargas y con grandes lloros y sentimientos por la caída del Pino santo de nra. Sra. Hoy Lunes por la mañana se descubrió una ráfaga y rendimiento por la parte que estaba en la puerta de la Yglª y se acudió a hacer la plegaria, descubriendo el Smo. Sacramento y nra. Sra. Y acudiendo a quitar las campanas; y con tanta brevedad se aceleró con las borrascas del viento, que tasadamente se quitaron las campanas y todos se recogieron con hartas lágrimas a la Yglª a rogar al Señor lo tuviera o que no agraviara a la Yglª; se vino abajo el Pino quebrándose con tal flema, que teniendo del tronco a la parte de la Yglª un tablón en alto de cerco, no hizo agravio a la Yglª ninguno. Hase registrado el sitio donde dicen que estaba la piedra, y hasta ahora no se ha descubierto nada. Doy a v.m. cuenta y le aseguro que si al Lugar se le hubiera perdido todo lo que el vale, no hubiera habido mayores lloros. Nro. Sr. que. a v.m. ms.as. Teror y Abril tres mil seiscientos ochenta y cuatro años. De v.md. su criado y servidor que S.M.B. El Br. Johan Rodríguez de Quintana»

Las obras de la nueva torre-campanario, copia de las que por entonces jalonaban la fachada de la Santa Iglesia Catedral marcando su estilo gótico manuelino portugués, debieron comenzar poco después; pero como todas ellas, necesitadas de constantes aportes de dineros, su construcción fue despacio y dependiendo de aportaciones vecinales. Fue construida en piedra de Teror, cantería de tonos ocráceos que van del rojo al amarillo, y que terminó por bautizar la nueva torre con su color.

Según consta en acta del Cabildo Catedral, ya el 27 de noviembre de 1708 estaba concluida y el vecindario terorense elevaba al mismo una solicitud de ayuda para acabar de pagarla. Asimismo, el historiador Fray Diego Henríquez en su obra «Verdadera fortuna de las Canarias y breve noticia de la Milagrosa Imagen de Ntra. Sra. del Pino de Gran Canaria» dejó constancia en 1714 de que «los vecinos de aquel pueblo con su trabajo y algunas cortas limosnas, y la solicitud de el Br. Don Juan Rodríguez, Cura de aquella Parroquia, ahora nuevamente han hecho y costeado una muy buena torre a las campanas de fuerte y durable canto de color amarillo, que ha sido de mucho lucimiento al templo»

Acoplada al nuevo edificio

Permaneció unida al segundo templo de la Virgen del Pino desde entonces hasta que éste desapareciera en 1760 para dar paso a la tercera y actual iglesia, según decisión del obispo Fray Valentín de Morán y Estrada. El arquitecto de la misma, el coronel Antonio de la Rocha, decidió con muy buen acierto el respetarla y acoplarla al nuevo edificio, haciendo que de esta manera la Torre Amarilla adquiriera un valor añadido al ser el nexo de histórica y emotiva unión con el pasado de la advocación mariana del Pino y hasta de la misma Villa. Distintos toques de oración, dobles, llamadas a fiesta o a misa; o el ancestral sonido de la matraca en tiempos de Semana Santa han avisado al vecindario terorense desde sus alturas durante estos tres siglos.

Su arquitectura nos muestra la magia de los siete octógonos que la configuran hasta la cúspide, aportándole cierto aspecto esotérico y prodigioso. Quizás sea debido a ello el milagro que se recoge sobre un fortísimo temporal de viento que arremetió la isla a poco de concluirse la torre y que movió la piedra remate donde se asienta la veleta, amenazando con caerse sobre la iglesia y que, al final, por mor de leyenda o protección divina volvió ella sola a colocarse en su lugar. Una prueba más de que quería durar como mínimo tanto como ha durado, custodiando la señorial Basílica terorense y la Santa Imagen del Pino.

Una vez iniciada la construcción de este tercer templo, la configuración urbana de la Villa cambió totalmente con nuevas alineaciones de fachadas y delimitación de espacios públicos y plazas, así como también nuevos recorridos procesionales.

Pero Teror quiso dejar constan cia del lugar que ocupara sagrario e imagen durante siglos colocando en el mismo una cruz, tenida por fabricada con madera del pino caído, sobre una sencilla base de cantería. Allí estuvo hasta 1886, cuando un proyecto del médico Víctor Grau Bassas la sustituyó por otra de metal sobre columna, que hoy podemos seguir contemplando aunque en ubicación distinta a su primer emplazamiento.

Tal como escribió el cronista Vicente Hernández, la cruz de madera pasó al antiguo calvario que estuvo en el camino de Las Palmas donde el sacerdote Juan Guerra había levantado una capilla de Lourdes a la que sirvió de remate. Destruida la capilla, la cruz fue llevada en 1913 a Los Arbejales por el cura párroco Juan González para ser colocada en las obras de construcción de la iglesia del Sagrado Corazón. Allí permaneció hasta que en 1924 una conjunción de nuevas circunstancias la retornaron al recinto terorense.

Desde fines de 1923 a invierno del año siguiente se produjo una fortísima sequía que dejaba un negro horizonte para plantíos y subsistencia en los meses siguientes. Un cronista periodístico escribía que «aunque tiene esta Villa fama de ser copiosa en lluvias, de tal manera que en sus grises días de invierno son escasos los transeúntes que la visitan, y parecen sus vetustas calles sombríos desiertos, desprovistos de animación y dormidos bajo la lluvia perenne y pertinaz, en el actual invierno hemos participado de la sequía general hasta el extremo de que durante dos largos meses nos tiernos visto privados de tan inestimable don». Ante el temor de que se agostasen los campos y de que las cosechas se malograran, se tomó la decisión que durante siglos había servido al campesinado canario: acudir en rogativa a Nuestra Señora del Pino. Y cuando apenas se llevaba dos días en ellas, la Virgen «derrochando su misericordia y su omnipotencia» envió abundantes lluvias ya en la primavera, apagando la sed de los campos, enardeciendo la fe y multiplicando la confianza en la Virgen.

Fiestas votivas

Había que compensarla, lógico. Y decidieron que las fiestas votivas de aquel año -las Fiestas del Agua que aún no tenían por entonces fecha fija- se hicieran en acción de gracias; y que se hicieran a la Virgen por el beneficio de la lluvia con gran resonancia «en los anales de la historia de nuestra gratitud y de nuestra fe». Se tomó la decisión de celebrarlas a fines de julio y cumplieron con creces en la demostración del agradecimiento.

Desde el 15 de julio se iniciaron los actos para manifestar el cumplimiento y la gratitud con una cabalgata anunciadora precedida de gigantes y cabezudos y acompañamiento de la banda municipal de la villa y encendiendo iluminación eléctrica en la plaza del Pino y la calle principal, con fuegos artificiales, música y paseo.

El 26 se bajó la Virgen desde el Camarín y se iluminó con bombillas eléctricas la fachada de la Basílica y los balcones y fachadas de las casas de la plaza y la calle Real; al día siguiente se recibió solemnemente a las parroquias de Arucas, Firgas y Valleseco y al convento del Císter que con cruz alzada hicieron entrada en la Basílica acompañados por la banda de música de los Salesianos; para asistir conjuntamente a la función religiosa a gran orquesta presidida por el obispo Miguel Serra y Sucarrats y posterior procesión.

Bailes, verbenas, conferencias, reparto de comida entre las familias necesitadas, fiestas escolares con premios para niños y niñas; agrupaciones musicales con organillos; puestos de licores, dulces, mantecados, feria; etc.

Todo en gracias a la Virgen por las lluvias caídas.

El 28 de julio de 1924 se llevó a cabo el traslado de la cruz «única reliquia hecha con la madera del Santo Pino» desde Los Arbejales y que desde hace justamente un siglo se encuentra dentro de una urna en las dependencias del Camarín.

Pero el Santo Pino no desapareció totalmente. Tuvo continuidad en un centenario ejemplar que -hijo del anterior- creció lozano y verde hasta llegar a ser igual de gigantesco que su padre dentro de las tapias de la huerta ajardinada de la Casa de Romero. Éste cayó con otra tormenta en la madrugada del 3 al 4 de enero de 1970 cuando ya a su alrededor estaba la Plaza Teresa de Bolívar.

Sería también gracias a los miembros de la familia Álvarez -lindera con la huerta- el que hoy se conserve en ese mismo espacio un árbol inestimable para la historia que relatamos. Una semilla desprendida del pino cayó en una grieta de la azotea de la casa y allí nació un pequeño arbolillo que las hermanas Álvarez Suárez cuidaron hasta que cedieron al ayuntamiento para que, ubicado en la plaza de donde ya había desaparecido también su progenitor, recordara con su presencia esa línea de genética vegetal que nos une con uno de los símbolos y valores más preciados del pasado de la Villa Mariana de Teror.

El Pino es hoy y lo ha sido siempre símbolo, distintivo y emblema de nuestra Villa y ha aparecido en escudos, marcas publicitarias, banderas y reposteros.

Es de justicia señalar el exacto punto donde se ubicaba -posible gracias al plano que realizara en 1760 el militar arquitecto Antonio Lorenzo de la Rocha- y significarlo con una placa de bronce al igual que en muchos pueblos y ciudades del mundo se señala de la misma forma los hitos destacados de su historia; y éste lo es no sólo para Teror sino para toda la isla.

Asimismo, la efeméride centenaria del retorno de la Cruz del Santo Pino debe dar lugar a celebración y recuerdo.

He afirmado siempre que el pueblo que conoce sus raíces y las respeta sabe continuarlas en la vida actual y hacer que sigan vivas y sustentadoras de vida.

Y el Pino que marcó el inicio de todo en Teror, lo merece.

Suscríbete para seguir leyendo