Retiro lo escrito

Agigantar a Vox

Santiago Abascal, presidente de Vox, este martes durante el mitin de su partido en el Paseo de la Farola de Málaga.

Santiago Abascal, presidente de Vox, este martes durante el mitin de su partido en el Paseo de la Farola de Málaga. / ÁLEX ZEA

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

Yo no sé si los socialista canarios –como ocurre, con excepciones, con el resto del país– reparan en que toda opción política que no comparta supuestos valores de la izquierda es retrógrada, despreciable, oligofrénica, perfectamente prescindible. No sé, en definitiva, si la polarización les va a seguir siendo rentable. Intuyo que no. Porque una cosa comprensible –y hasta necesaria– es advertir sobre el peligro que supone Vox –que es el peligro de políticas regresivas, no de la abolición de la Constitución– y otra reducir absolutamente todo a una pulsión voxista delirante.

Ayer, en la primera sesión del debate de investidura de Fernando Clavijo, se practicó esta peligrosísima pantomima por parte del Gobierno saliente y de algunos diputados de la minoría. Este es el juego, atención a la bolita: como el Partido Popular ha pactado en varias ciudades y comunidades autonómicas con Vox, contaminándose fatalmente por el virus del fascismo, y como Fernando Clavijo y CC han pactado con el Partido Popular, Coalición Canaria está indirectamente infectado por el populismo ultraderechista de Vox. ¿Ha visto usted la bolita? Francamente, creo que este silogismo no exige una bolita, sino dos bolas bien grandes. Y cuadradas. A partir de este juego de manos, juego de villanos, el cuasiexpresidente Ángel Víctor Torres anunció ayer solemnemente en la Cámara que el PSOE no va a tolerar un solo retroceso en materia de libertades públicas en la presente legislatura. «Ni un paso atrás», abroncó enérgicamente el señor Torres, «por todos aquellos que sufrieron lo indecible para que hoy seamos libres». El líder del PSOE saca siempre a relucir a su abuelo en estas circunstancias. «No vamos a tolerar censuras ni impedimentos a la libertad de expresión», insistió Torres, y una hora después Luis Campos coincidió en la amenaza de Andrómeda. «Ni un paso atrás, ni un paso atrás».

¿Se ha censurado algún libro en Canarias? ¿Se ha prohibido alguna obra teatral? ¿Se ha suspendido algún concierto por enseñar una o varias tetas? ¿Se ha amenazado a algún pintor, a un músico, yo qué sé, a algún ceramista o letrista de murga? ¿Cuándo tiempo tardará el señor Torres en dejar atrás los dolientes caminos de la decepción y volverá a la realidad que compartimos los seres humanos? Vox no está en el Gobierno de Canarias. Vox no estará en el próximo Gobierno de Canarias. No existe ninguna fuerza política que haya cerrado en las Islas acuerdos con Vox. Los ultraderechistas, es cierto, han entrado en numerosas instituciones, incluido el Parlamento de Canarias, pero en casi ningún caso son determinantes para elegir cargos o reforzar mayorías. Tal vez tenga cierto interés que este incremento del voto ultraderechista se haya producido gobernando la izquierda, no la derecha. La explosión electoral de Vox se produce durante el mandato de Pedro Sánchez y llega a Canarias con el habitual retraso que muestran las pautas socioelectorales en las Islas. Lo que consiguen las intervenciones falsamente escandalizadas pero muy escandalizadoras de dirigentes como Torres y Campos es agrandar, agigantar el fenómeno de Vox. Concederles una capacidad de influencia que, simplemente, no tienen ni pueden alcanzar en Canarias. Están transformando un grano purulento en una peste bubónica. Y lo más lamentable es que no lo hacen por una auténtica convicción. Lo hacen por estigmatizar a un Gobierno que ni siquiera se ha constituido todavía, porque su futuro presidente ni siquiera ha sido investido aun por el Parlamento.

Y modestamente eso, a un servidor, sí le parece grave. Sí, me parece irresponsable. Sí, me parece una manipulación política deleznable y un canallismo parlamentario que deberían evitar por un sentido de la decencia elemental. La democracia autonómica no está en peligro. El Gobierno que se constituirá entre CC, PP y la ASG no tiene la más ligera traza de ultraderechismo. No tomen el camino del descrédito malicioso de las instituciones democráticas –y el Gobierno lo es– y de la voluntad popular.

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